Articulo de opinión El Correo. Javier Madrazo. 14/8/2012
Días atrás tuve la oportunidad de poder leer en las páginas de este mismo diario unas declaraciones del Coordinador general de Izquierda Unida, Cayo Lara, en las que éste afirmaba, con toda legitimidad por supuesto, que la única fuerza que representa en Euskadi a la formación política federal es Ezker Anitza.
No tengo nada que objetar en este sentido. Ezker Anitza se sustenta en la actualidad en el Partido Comunista de Euskadi (EPK) y Cayo Lara, por su parte, es el Coordinador general que con más énfasis ha defendido la supremacía del Partido Comunista de España en el seno de Izquierda Unida.
Soy de la opinión de cada quien tiene pleno derecho a elegir sus compañeros de viaje, en función de su proximidad ideológica, la coincidencia, más o menos puntual o estratégica, de intereses e incluso como consecuencia de empatías personales, que también juegan un papel clave en las alianzas políticas. Por tanto, Cayo Lara, en mi opinión, está en su derecho de decidir quién o quiénes le representan en Euskadi. En este sentido, sólo puedo mostrarle mi respeto.
Del mismo que hay personas que se identifican más con Izquierda Abierta y Gaspar Llamazares, habrá otras que lo hagan con Izquierda Unida y Cayo Lara.
Aclarado este punto, si debe constatar, sin embargo, que las palabras del máximo responsable de Izquierda Unida en el Estado despertaron en mí un sentimiento marcado de decepción que tiene, o al menos eso entiendo, una explicación razonable.
En un contexto como el actual, marcado por una crisis económica sin precedentes, con una ciudadanía atemorizada por un futuro más negro que incierto, creo sinceramente que un llamamiento a la unidad de la izquierda política, sindical y social en Euskadi hubiera sido, sin duda alguna, el mensaje que muchas personas esperábamos de Cayo Lara como representante de la única fuerza del Estado que puede poner sobre la mesa un mensaje alternativo al Partido Popular y al PSOE.
Ezker Batua-Berdeak, a lo largo de su historia, ha vivido momentos dulces y otros más amargos, pero con toda seguridad los más difíciles y los que más han dañado su futuro han sido las divisiones internas.
En toda formación política hay discrepancias, y en muchos casos profundas, pero la cadena de desencuentros vividos en el seno de Ezker Batua-Berdeak nos ha minado desde dentro y, con toda razón, la sociedad nos ha ido dando paulatinamente la espalda hasta convertirnos en una fuerza debilitada, con capacidad mermada para influir en la actividad pública y, lo que es más grave en este momento, para impulsar la concienciación y movilización ciudadana ante la ofensiva neoliberal que, con matices, comparten PP, PSOE, PNV y CiU.
Las manifestaciones de Cayo Lara coinciden en el tiempo con un periodo marcadamente preelectoral en Euskadi que, en pura lógica, debería obligarnos a impulsar un proceso de reflexión en la izquierda no independentista, que siente que sus aspiraciones no están reflejadas en la nueva marca EH Bildu, aunque pueda compartir con ella ámbitos de colaboración e incluso de acuerdo. Las encuestas y sondeos de opinión evidencian que hay un número importante de personas en nuestra Comunidad que buscan y no encuentran una referencia de izquierda anticapitalista, republicana y federal porque no se sienten atraídas ni por el PSE de Patxi López ni por EH Bildu.
El último Euskobarómetro alertaba por primera vez de la posibilidad de conformar un Parlamento vasco con sólo cuatro sensibilidades, representadas por PNV, EH Bildu, PSE y PP. Imagino que habrá quienes definan esta situación como clarificadora del mapa político e incluso quienes se feliciten por la desaparición del llamado “quinto espacio”, que estuvo ocupado en su momento por Euskadiko Ezkerra y más tarde por Ezker Batua-Berdeak y también por Aralar. Las urnas tendrán, como siempre, la última palabra, pero si esta tendencia finalmente se cumple y la Cámara de Gasteiz reparte sus 75 escaños entre nacionalistas, independentistas, socialistas y populares, Euskadi habrá perdido una seña de identidad unida a su tradición democrática: la pluralidad.
Sin embargo, en honor a la verdad cabe decir que en la sociedad vasca si hay un lugar propio para ese “quinto espacio”, aunque no tenga voz en el Parlamento vasco. La mejor prueba la brinda el citado Euskobarómetro al constatar que la suma de votos entre Ezker Batua-Berdeak y Ezker Anitza podría alcanzar 60.000 sufragios, una cifra importante si tenemos en cuenta la pésima imagen trasladada a la opinión pública como consecuencia del proceso de división interna y el hecho añadido de que ninguna de ambas formaciones tiene una presencia significativa en los medios de comunicación. Me consta que el entendimiento es difícil y más aún recuperar la confianza resquebrajada, pero no cabe otra solución de futuro.
Es prácticamente seguro que Ezker Batua-Berdeak y Ezker Anitza concurran a los comicios autonómicos por separado; esta decisión, siendo legítima, puede traer consigo la desaparición de la izquierda no independentista de la Cámara de Gasteiz. En este contexto, sólo Izquierda Unida tiene la autoridad moral para hacer un llamamiento al acuerdo en Euskadi y sus responsables no deben dejar pasar esta oportunidad. En sus manos está impulsar puntos de encuentro, que los hay, y sobre todo apelar al sentido común para ofrecer a la ciudadanía una opción ilusionante en una coyuntura como la actual. La unidad de acción entre Ezker Batua-Berdeak y Ezker Anitza tendría, además, la virtualidad de abrir la puerta a nuevos consensos en el seno de la izquierda política, social y sindical, que harían esta alianza más fuerte y más creíble.