Revista Filosofía

La unión civil, la Biblia y la Iglesia: la entrevista que no se publicó

Por Zegmed

unioncivilya

Hace algunas semanas, un periodista de un conocido semanario nacional me contactó para hacerme una entrevista en relación al debate sobre le Unión Civil en el Perú. Como le había comentado a varios amigos, yo estaba bastante interesado en introducir algunas ideas nuevas a la discusión que, lamentablemente, sobre todo del lado cristiano más conservador, carecía de argumentos sólidos y abundaba más bien en prejuicios. Ese contexto fue el que abrió el camino para la entrevista. La misma, sin embargo, no se publicó en la fecha que se me indicó. Asumí que eso se debía a razones de espacio o de prioridad de otras materias, así que con paciencia quedé a la espera de que se me avisara cuándo saldría efectivamente. Esta confirmación nunca se dio y ayer, conversando con un familiar, recordé el tema y decidí escribir a ver qué había pasado. No se me dieron mayores explicaciones, pero quedó claro en la respuesta del entrevistador que la nota no sería publicada. No me quiero poner a especular respecto de las razones que llevaron a desestimar la publicación de esta entrevista, pues creo que no corresponde y carezco de evidencia. Lo que quiero hacer, sin embargo, es difundir su contenido porque esa fue siempre la intención de concederla (más aún después de la reciente entrevista que concedió Carlos Bruce a El Comercio: poner en el debate algunas ideas que considero importantes y totalmente ausentes. Lo que viene abajo, entonces, son mis respuestas (con algunos añadidos y ligeras variaciones) a los temas que me planteara el entrevistador. Sus preguntas han sido algo editadas, no obstante, para dar un mejor contexto o en búsqueda de brevedad.

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Resume tu tesis sobre la Iglesia, la homosexualidad y la unión civil

Mi impresión es que aquí vemos una mezcla de desinformación, miedo y, lamentablemente, homofobia. Desinformación porque la Iglesia Católica (véase Carta sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, 1986) mantiene que sus bases para el rechazo de la unión civil son bíblicas y están respaldadas por el derecho natural. Sin embargo, la mayoría de especialistas en estudios bíblicos ha descartado la interpretación de la Biblia que mantiene el magisterio eclesial a este respecto y, de otro lado, el derecho natural está en crisis hace décadas como paradigma antropológico y ético, incluso dentro de la teología cristiana. Miedo porque se teme un mundo desconocido y sus posibilidades, así como la Iglesia temió la imprenta, la nueva ciencia de Galileo y la democracia. Finalmente, homofobia, porque nuestro país aún padece de ese lamentable desprecio por las personas homosexuales y algunos sectores de la Iglesia no son más que una parte importante de ese gran problema nacional.

[Luego el periodista me pregunta sobre un tema que discutimos previamente, a saber, un descubrimiento histórico importante hecho por John Boswell en su famoso libro Same-Sex Unions in Premodern Europe (New York: Villard Books, 1994). Allí, Boswell mantiene una tesis muy básica pero tremendamente polémica, viz., que la Iglesia, durante la premodernidad europea, bendijo en celebraciones litúrgicas, relaciones de parejas homosexuales que, así todo lo indica (y Boswell ofrece abundante material original a este respecto), podrían considerarse relaciones matrimoniales. En ese contexto, se me pregunta]: ¿Es hermandad o unión homosexual lo que se sugiere en los papiros a los que te refieres? ¿Podrías traducir dos o tres textos que demuestren tu tesis?

Este es un tema difícil de definir porque muchos factores intervienen: desde ignorancia sobre el pasado hasta proyecciones de conceptos contemporáneos. Lo cierto es que el material encontrado por Boswell atestigua lo siguiente: en la Europa premoderna hubo uniones homosexuales, pero su naturaleza y propósito varió mucho. Así, si definimos el matrimonio como una unión romántica y permanente entre dos personas que es reconocida por la comunidad mediante una ceremonia institucional, no cabe duda de que eso es lo que hubo en la Europa premoderna y cristiana. Estas uniones fueron probablemente en todos los casos, al menos oficialmente, uniones célibes, pero implicaron una vida compartida; en otras, la transferencia patrimonial tuvo un rol central; etc. Por obvias razones, estas uniones no tuvieron un rol procreativo, pero sería un error desestimarlas como “matrimoniales”, en el sentido previamente definido, por ese motivo. El rechazo que la “tesis Boswell” provoca, hay que decirlo, proviene más de las veces de la presunción de que para los cristianos las relaciones de homosexuales fueron siempre una depravación; la evidencia, sin embargo, sugiere lo contrario y, como tal, debería ayudarnos a matizar posiciones.

Un texto clave, por ejemplo, es el Himno a los Santos Sergio y Baco, texto griego que data del siglo VI. Así, por ejemplo en la quinta estrofa se lee:

No fue el deseo por este mundo lo que cautivó a Sergio para Cristo, tampoco la vacía vida de emprendimientos humanos [lo que cautivó] a Baco; ellos fueron hechos uno como hermanos, en cambio, en la unión del amor, ellos exclamaron valientemente ante el tirano, “Contempla en dos cuerpos una sola alma y un solo corazón, una sola voluntad y una sola virtud” […].

Según indica Boswell, la evidencia apunta a que este fue un himno litúrgico usado como base para las ceremonias de unión homosexual subsecuentes (véase mi siguiente traducción). El tono matrimonial de la unión resulta obvio, pero, por supuesto, no es evidencia concluyente y eso es un patrón típico con todo material antiguo: podemos tener muy buenas conjeturas, pero no absoluta certeza.

Otro ejemplo interesante es el de un oficio litúrgico de una unión homosexual (entre muchos otros provistos por Boswell). El manuscrito se denomina Grottaferrata GB VII, texto griego que data del siglo X. El texto reza así:

‘Oración por la unión’:

Oh Señor nuestro Dios que hiciste a la humanidad a tu imagen y semejanza y le diste poder sobre toda carne […], y que has aprobado que tus santos Felipe y Bartolomé hayan podido ser una pareja, no unidos el uno al otro por la naturaleza, sino unidos por el santo espíritu en la forma de la fe, Tú que consideraste a tus santos Sergio y Baco dignos de convertirse en uno, bendice a estos siervos (Nombre) y (Nombre), unidos no por la naturaleza […]. Dales el don de amarse el uno al otro y de permanecer unidos sin odio y sin escándalo todos los días de su vida, con la bendición de la Santa Madre de Dios, la siempre virgen María […].

Nuevamente, el tono matrimonial es obvio. Lo que hay que indicar, sin embargo, como lo hice antes, es que estas uniones, al menos oficialmente, fueron fundamentalmente espirituales y románticas, no físicas. De ahí el énfasis en que no son uniones basadas en la naturaleza, que bien podríamos traducir, “basadas en la carne”, ergo, no fueron uniones entendidas como sexuales. Ese punto, sin embargo, resulta menor: lo importante es que fueron uniones romántico-espirituales que supusieron una vida compartida “todos los días de su vida”.

El entrevistador, acto seguido, me pregunta por mi opinión respecto de las uniones homosexuales así como por mi interés en compartir tal opinión de modo público. Me pide además por un comentario respecto de los “santos gay”, Sergio y Baco.

Mi opinión: Creo que toda forma de amor, para que sea genuina, debe dignificar al ser humano, ayudarlo a crecer y a ser una mejor persona. Si este amor es por una persona del mismo sexo o del otro, eso no debería ser materia de nuestra preocupación siempre y cuando se cumplan las condiciones señaladas. Me parece que el matrimonio civil (no solo la unión) entre personas del mismo sexo es algo que debemos lograr como sociedad. Tomará tiempo y muchas batallas, pero es una materia de igualdad de derechos y de superación de prejuicios infundados que todos aquellos comprometidos con las causas de la libertad y la igualdad debemos defender. Me permito añadir algo más. Yo defiendo la causa del matrimonio civil, y no sólo la de la unión. Sin embargo, habría que ser ciego para no notar que los procesos de cambio toman tiempo e implican muchas pugnas. En ese sentido, saludo que se inicie el proceso apelando a lo que es más viable. La lucha, sin embargo, no debería quedar allí. El paso siguiente debe ser el matrimonio, de lo contrario se corre el riesgo de establecer dos categorías diferentes de ciudadanos, algo que debe siempre evitarse en el contexto de una democracia.

Mi interés: Se deriva de lo anterior. Hace varios años me interesé en el problema por razones teóricas y personales. Por un lado, me molestaba la falta de buenos argumentos y el obvio peso de prejuicios infundados; por otro lado, veía con tristeza el modo en que parejas homosexuales recibían desprecio tácito o expreso en diversos fueros de la sociedad, siendo el del matrimonio tan solo uno de ellos. Me comprometí hace algunos años, luego, a estudiar este problema y tratar de proveer algunas respuestas. Obviamente, la religión tiene un rol importante en estos procesos de marginalización y, siendo yo un académico católico, me dispuse a investigar el asunto desde las fuentes que la Iglesia Católica usaba como sus argumentos. Durante los dos últimos años, gracias a la excelente biblioteca de la Universidad de Notre Dame y al buen consejo de varios profesores de su Departamento de Teología pude examinar el asunto con más cuidado y arribar a las conclusiones que aquí te presento. Luego, compartir los resultados de mis estudios no pretende ser más que un aporte a la discusión y un recurso teórico para la defensa de los derechos de las parejas del mismo sexo.

Los santos: Me parece que la pregunta debe plantearse en otros términos, pues allí se asume que  hay santos con funciones específicas y, aunque esa es una consideración común, no es apropiada desde el punto de vista teológico. Los santos son referentes de virtud y nuestra cercanía o lejanía respecto de ellos dependerá de cuánto conozcamos de su vida y de en qué medida su modelo puede motivarnos a esa vida de virtud cristiana. Luego, una pareja homosexual puede tener como su referente cualquier santo, no hay necesidad de especificar uno. De hecho, al hacerlo, se corre el riesgo de atribuir a toda pareja homosexual una suerte de igualdad monolítica. Yo creo, en cambio, que toda pareja es diferente y que, por lo mismo, podrá elegir diferentes modelos de santidad. En los documentos que Boswell presenta, sin embargo, es cierto que el oficio litúrgico de las uniones homosexuales tiene normalmente como referente a Sergio y Baco

Sobre Boswell, el entrevistador insiste planteando una objeción, a saber, que el autor fue acusado de descontextualizar las uniones a las que he referido. Algunos mantienen, sostiene el periodista, que este ritual de hermanamiento fue una especie de pacto de no agresión que se hacía dentro de una ceremonia religiosa para darle el valor de un juramento. A esto el periodista añade que con los textos bíblicos también se comete una descontextualizacion en búsqueda de una interpretación “benévola” y pide, entonces, un comentario sobre: Levítico 18, 22; Levítico 20, 13; 1 Corintios 6, 9-10; y Romanos 1, 26-28.

Creo que es difícil atribuir a Boswell una interpretación tendenciosa si se tienen en cuenta dos factores esenciales. Primero, la evidencia textual: Boswell provee alrededor de 100 páginas de documentos (en lengua original y en traducción, lo que permite la consulta del original si es que hay dudas) que claramente sugieren que estas ceremonias no eran simplemente “pactos de no agresión”. Yo he ofrecido dos ejemplos donde los tonos matrimoniales son obvios. Lo que no se puede decir, y allí concedo a la crítica, es que Boswell ofrezca un argumento conclusivo que no pueda ser cuestionado. Lo que el autor ofrece, sin embargo, es una conjetura más que razonable para sostener que estas uniones, tal como las definí arriba, en efecto existieron. Segundo, si bien es cierto que Boswell fue muy criticado en los años que siguieron a la publicación de Same-Sex Unions (1994), historiografía moderna no ha hecho más que confirmar, con matices, la tesis central de este libro. Ese es el caso, por ejemplo, de The Friend, libro de Alan Bray publicado en el 2006 por el fondo editorial de la Universidad de Chicago. Luego, todo indica más bien que la contra-argumentación es la tendenciosa: muchas veces, ella procede usando más el recurso al ad hominem que el de un estudio detallado de la evidencia.

Sobre el segundo punto. No es mi interés ni promover una lectura “benévola” ni tampoco descontextualizar los textos bíblicos. Todo lo contrario: lo que mi tesis mantiene es que precisamente el contexto es el que nos ayuda a ver que en la Biblia la homosexualidad nunca es condenada per se, sino como algo derivado. Me explico prestando atención a cada caso referido.

Levítico 18, 22 y Levítico 20, 13: Ambos textos, de hecho, me ayudan a defender un punto crucial: el problema es que un varón se acueste con otro, como una mujer. En eso radica la abominación. Lo que vemos operando aquí es una concepción claramente misógina de las relaciones sexuales. Dado el desprecio por la mujer propio del mundo greco-romano y judío (y del nuestro también en diferente grado), el problema radica en tener sexo con otro hombre como una mujer, esto es, en ser penetrado por otro varón. Ese es el problema central. ¿Por qué? Porque eso supone pasividad, falta de virilidad, debilidad, incapacidad…todas estas miserias connaturales con el hecho de ser mujer según esa interpretación. Luego, la gran mayoría de especialistas coinciden, este es un caso primariamente de misoginia, no de homofobia. De hecho, y este es un asunto que sale a la luz con claridad en varios estudios, solo menciono a  Mary Rose D’Angelo y Dale Martin, entre otros, el problema es sobre todo ser penetrado; quien penetra, en contraste, se encuentra en una posición de poder sumamente distinta y, en principio, no recibe deshonra en el mundo cultural de la época. Ahora bien, ¿prueba esto que Levítico no rechaza actos homosexuales? No, claro que no. Lo que prueba es que lo hace por razones que nada tienen que ver con la homosexualidad como forma de orientación sexual: lo hace por razones enraizadas en la misoginia propia del mundo en el que los textos fueron escritos. Luego, no hay razones, a menos que respaldemos la misoginia, para considerarlos textos normativos sobre la sexualidad.

1 Corintios 6, 9-10: Este es un ejemplo típico de problemas de traducción y de lo que Dale Martin llama un paradigma heterosexista de interpretación (esto es, una posición que asume las relaciones heterosexuales como la norma de lo natural). Lo que vemos aquí es un género literario llamado “listas de vicios” propio del mundo greco-romano de San Pablo. Luego, en efecto, Pablo esta señalando vicios que nos apartan del Reino de Dios. Lo interesante, sin embargo, es que aquí vemos un problema de traducción obvio. ¿Cuáles son las palabras que se traducen como “afeminados” y “homosexuales”? Los términos griegos son malakoi y arsenokoitai.

Malakos no tiene por qué referir a actos homosexuales. En sentido estricto, refiere a ser “suave” o “delicado”, esto es, a tener una conducta femenina. Luego, el problema es el mismo que vimos más arriba, un desprecio por lo femenino, muy propio de Pablo y de su mundo cultural y, por ende, un desprecio aún mayor de varones que tienen conductas femeninas. Lo fascinante, es que en el mundo de Pablo, lo “femenino” abarca muchas cosas que hoy jamás consideraríamos como tales. Por ejemplo, un malakos es alguien flojo, con gustos sofisticados, muy dedicado al estudio o a la reflexión. Algunos textos de la misma época, por ejemplo, consideran a los filósofos malakoi por su falta de experiencia en trabajos viriles como los del campo o la guerra. En conclusión, un hombre homosexual fue siempre considerado un malakos; pero un malakos no siempre fue homosexual. Luego, la traducción “afeminado”, aunque en cierto sentido correcta, proyecta connotaciones distintas y ciertamente no despliega la fuerte misoginia presente en el término.

El caso de arsenokoitai es también problemático, pues “homosexuales” o “sodomitas” no parecen opciones adecuadas de traducción.Martin, sin embargo, nos ofrece luces al respecto. El autor mantiene que es un pecado asociado al ámbito económico y defiende su tesis con solidez haciendo un estudio de la aparición del término arsenokoitai en otras “listas de vicios” contemporáneas a la de San Pablo. En todos los casos, el término aparece asociado a formas de injusticia económica. Luego, arsenokoitai no debe ser interpretado como teniendo connotación sexual en sentido primario. El pecado radica en abusos económicos relacionados a la sexualidad, lo cual es muy diferente. Ejemplos serían la trata de personas, la esclavitud sexual, el abuso sexual como cobro de deudas, etc. Esto, como es obvio, puede implicar prácticas homosexuales, pero ese no es el núcleo del punto y no es tampoco algo que se siga necesariamente.

Romanos 1, 26-28: Aquí solo me referiré a un punto central, también de traducción. En el versículo 26 se indica que estas son pasiones “contra la naturaleza”. Esta, sin embargo, es una traducción heterosexista. El griego reza “para physin”. La partícula para en griego puede significar, en este caso, tanto “contra” como “más allá”. Las traducciones sin excepción, asumen que la opción correcta es “contra”, pero un estudio adecuado del contexto indica que la mejor traducción es “más allá”. En el mundo de Pablo, esto es un mundo judío helenizado por siglos y en su momento bajo el dominio de Roma, la homosexualidad no fue vista mayoritariamente como un problema relativo al objeto del acto (la persona del mismo sexo) sino a la razón (el exceso de lujuria). En el mundo de Pablo la homosexualidad era un mal no en tanto orientación (concepto inexistente en la época), sino en tanto acto causado por el exceso de deseo sexual. Así, la condena a los actos homosexuales en Pablo y otros autores de su tiempo no sucede por tener relaciones sexuales con una persona del mismo sexo, sino porque hacerlo es ceder a la lujuria que, en su máxima expresión, implicaba no poder saciarse con lo convencional y proceder a hacer cosas no convencionales como tener sexo homosexual, con animales, etc. Luego, el problema es exceso (para) de la correcta medida natural del deseo y no algo anti-natural o contra natura.

Nuevamente, como se ha referido antes, esto no significa que Pablo no condenara la homosexualidad. El punto, como en todos los otros casos, es señalar que existen una serie de elementos de juicio en la mente del autor que no siempre son explicitados y que, al hacerlo, muestran la debilidad de los argumentos de aquellos que creen que la Biblia ofrece buenas razones para condenar a los homosexuales y sus prácticas. La Biblia no ofrece buenas razones para hacerlo porque, en ninguno de los casos, el problema es la homosexualidad per se, sino su carácter de manifestación de conductas que son rechazadas por los valores de la época. Algunas de ellas merecen nuestro rechazo aún, como el tráfico sexual; otras, como la misoginia, que se encuentra detrás de casi todos estos ejemplos, son formas de valoración que no tenemos por qué compartir. Honestamente espero que estas breves reflexiones sobre los resultados de cuidadosas investigaciones exegéticas e históricas contemporáneas ofrezcan buenas razones para, por lo menos, repensar el problema de la unión civil y, en general, el problema de nuestra relación con las parejas homosexuales, de un mejor y nuevo modo.

Finalmente, el periodista me pregunta: ¿Cómo crees que cambiaría la concepción de familia y de relación filial (padres-hijos) si se aprobara el matrimonio homosexual o la unión civil con adopción de por medio? ¿Sería para bien o para mal? ¿Cuál es tu posición ética al respecto?

A este respecto la evidencia contemporánea también ayuda. Remito solo a un libro fundacional en el tema: Abbie Goldberg, Lesbian and Gay Parents and Their Children: Research on the Family Life Cycle (Washington, DC: American Psychological Association, 2010). Este estudio muestra con contundencia, después de más de una década de análisis de evidencia empírica, que los hijos de parejas homosexuales no tienen ningún “problema” que los diferencie negativamente de los hijos de parejas heterosexuales. De hecho, ellos tienen varias ventajas comparativas en el contexto de sociedades que se diversifican cada vez más. Por ejemplo, ellos son más tolerantes con las posturas diferentes, tienen una mayor flexibilidad en las relaciones de género y en su influencia para elegir trabajos (los hombres, por ejemplo, pueden ser enfermeros, profesores de nido, secretarios; profesiones usualmente asignadas socialmente a mujeres), su concepción del juego no está marcada por estereotipos (“los niños no juegan con Barbies”, “las niñas no juegan con carros”, etc.). Luego, ante la pregunta yo no veo ningún problema ético en la adopción por parte de parejas homosexuales. Si existe un problema, ese es el de una sociedad homofóbica que aún desprecia a los homosexuales y seguramente le haría la vida difícil a niños que vienen de hogares de ese tipo. Sin embargo, ese es un problema de otra naturaleza y que debe ser corregido con políticas públicas que penalicen la homofobia. Hacer lo contrario sería como decir que habría que mantener la esclavitud por el riesgo de que al abolirla hubiese problemas en la inserción social de los previamente esclavos.


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