Revista Opinión

La Unión Económica Euroasiática o la reconstrucción del espacio postsoviético

Publicado el 05 abril 2015 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

El mundo de hoy camina con paso firme hacia la regionalización. La aproximación política y económica de países geográficamente cercanos en bloques es una consecuencia lógica de un panorama internacional en el que la interdependencia, la imprevisibilidad y el auge de los procesos transnacionales en detrimento de la fronterización están a la orden del día. En definitiva, la constatación de que la unión hace la fuerza. Sin embargo, ni mucho menos esta integración en bloques se realiza entre iguales. Aunque para muchos estados supone un seguro de vida por el amparo y cooperación que otros estados le brindan en determinadas materias, para otros países, especialmente aquellos con cierto potencial, la regionalización es una excusa perfecta para construir y canalizar política e institucionalmente el dominio sobre los vecinos, que geográficamente puede abarcar una región, un continente o incluso el mundo entero.

Si bien hay bloques regionales o económicos en los que el liderazgo no está tan definido, bien porque sus miembros son similares en poder o porque no hay intención en ninguno de los países de ser la referencia regional, existen varios ejemplos donde sí se puede comprobar una hegemonía clara: Alemania en la Unión Europea, Estados Unidos en la OTAN, Arabia Saudí en la OPEP o Brasil en la CELAC. Por el contrario, existen regiones del mundo donde, aun habiendo un estado de poder notablemente superior, este no lo puede canalizar de una manera adecuada ni por unos cauces institucionales al no existir estos. Se genera así una importante limitación de la proyección exterior del país y por lo general, una inestabilidad considerable en la zona. Sin embargo, y como es lógico, muchos de esos países con potencial suficiente quieren revertir la situación. Esto provoca un acercamiento por su parte hacia algunos bloques o, directamente, fomentan la creación de los mismos, invitando a formar parte a quienes consideran oportuno y factible atraer al redil de su influencia.

Dentro de esta última visión, el ejemplo más reciente que nos encontramos, y de enorme interés, es el de Rusia y su gran proyecto político-económico de la Unión Económica Euroasiática. Aunque todavía no hay demasiados países interesados en formar parte del bloque y se le suele tomar en poca consideración por el escaso peso económico que tendría, lo cierto es que subyacen llamativas cuestiones de índole geopolítica y geoeconómica que conviene analizar con mayor profundidad.

Una Rusia incompleta

A pesar de que Rusia es el país más grande del mundo, identitariamente no es todo lo grande que debería ser. Rusia, como idea, es más de lo que hoy abarcan sus fronteras. En buena medida, la disolución de la URSS en 1991 cercenó partes importantes de esa identidad, separándolas de donde, para muchos rusos, deberían pertenecer. Al ser Rusia históricamente un imperio con continuidad territorial, multiétnico y multirreligioso, la fronterización tras la caída del gigante soviético se volvió una cuestión espinosa que décadas después sigue dando problemas.

Así, Rusia se ha encontrado con dos anillos diferenciados en su periferia inmediata, los cuales de una u otra manera Moscú entiende que deben estar bajo su amparo y, de una forma suavizada, bajo su control. El primer anillo estaría formado por los territorios históricamente rusos y con importantes, si no mayoritarias, poblaciones rusas. Aquí encontraríamos a Crimea, regalada por Rusia –por Kruschev en realidad– a Ucrania en 1954, y que volvió a la Federación seis décadas después a pesar de violar el concepto de la integridad territorial ucraniana y de incumplir el Memorándum de Budapest de 1994; la parte oriental de Ucrania, mucho más “rusificada” que el occidente del país, y sentimentalmente más afín con Moscú que con Kiev; por último, el norte de Kazajistán, poblado mayoritariamente por rusos. La segunda zona de influencia abarcaría todos aquellos territorios que formaron parte de la Unión Soviética y anteriormente del imperio ruso, cuya diferenciación étnica, religiosa o cultural respecto de Rusia les permite mantener cierta distancia con las injerencias de Moscú, si bien desde el Kremlin entienden que por su centenario pasado común, el espejo en el que deben mirarse es el ruso y no otro.

Sin embargo, en los quince años que siguieron a la formación de todas esas repúblicas exsoviéticas, Rusia no se encontraba en posición de generar un proyecto integrador como potencia regional. La debilidad política del Estado, asediado por las luchas de poder, la corrupción y el terrorismo, además de las sucesivas crisis económicas de los años noventa, habían dejado al gigante euroasiático interna y exteriormente exhausto. Sólo comenzó a enderezarse con la llegada de Putin al poder, que durante su primer mandato (2000-2008) dedicó buena parte de sus esfuerzos en eliminar las pugnas internas del estado, saciar a los oligarcas y combatir sin miramientos el terrorismo checheno. Este fortalecimiento facilitó en gran medida el crecimiento económico y la inserción internacional de Rusia, plasmada en el grupo de los BRICS, recuperando así parte de su influencia global e intenciones futuras.

Hasta ese momento, no obstante, el país había perdido muchos años inactivo internacionalmente. Para cuando pudo recuperarse, la OTAN y la Unión Europea habían atraído a buena parte de sus antiguos socios, e incluso exrepúblicas. Las fronteras de su rival continental estaban tocando su segundo anillo y amenazaban con sobrepasarlo en Ucrania y el Cáucaso. Moscú por tanto se vio ante la necesidad de reaccionar. Dando por perdidas las repúblicas bálticas, su objetivo ahora era asegurar los dos países al oeste, Bielorrusia y Ucrania; la zona caucásica, que ya demarcó con contundencia en su guerra con Georgia en 2008 y Asia Central, que aunque estaba en una “zona de nadie” geopolítica, la entonces presencia estadounidense en Afganistán hizo que Rusia se preocupase de estrechar las relaciones con los “tanes”. 

Nueva Guerra Fria 2014

Por tanto, y en vista de la poca utilidad de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), organización que intentó suplir sin demasiado éxito el papel aglutinador de la URSS, Rusia se decantó por empezar de nuevo un proceso de integración, no dependiendo por tanto de estructuras previas y pudiendo imponer su modelo dado el abrumador peso económico, militar y demográfico respecto de los otros socios posibles.

Reunión bajo el paraguas de Moscú

A partir de la segunda mitad de los años noventa del siglo pasado, las posiciones políticas en el entorno post-soviético comenzaron a definirse. Económicamente, y con la salvedad de Bielorrusia, casi todas habían realizado una transición de la economía planificada a la economía de mercado –que todavía hoy ninguna ha completado–; los regímenes políticos habían madurado lo suficiente, bien asentándose los líderes políticos que todavía hoy continúan vigentes en el cargo, caso de Lukashenko en Bielorrusia, los Aliyev en Azerbaiyán o los autócratas de Asia Central, o transitando hacia una imperfecta democracia representada en Rusia, Ucrania y los dos estados caucásicos más occidentales; además, los conflictos inmediatamente posteriores al derrumbe soviético –Cáucaso y Asia Central– se congelaron. Esto, en clave regional, imprimió cierta estabilidad a la zona y facilitó que Rusia, poder omnipresente desde entonces, encontrase mayor facilidad de interlocución política con sus vecinos.

Con este escenario, se empezó a trabajar en una propuesta que el presidente kazajo Nazarbáyev había sugerido en 1994 como era la creación de una unión económica. Durante esa década se avanzó en compromisos y aproximaciones, construyendo los cimientos sobre los que se desarrollaría todo el entramado político-económico regional a lo largo del siglo XXI. Sería en el año 2000 cuando se fundase la Comunidad Económica Euroasiática (EurAsEC) por Rusia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguizistán y Tayikistán, con la finalidad de promover la integración y concertar políticas comunes. A pesar del poco compromiso aparente, este sería el embrión de la organización actual y en gran medida el facilitador de los procesos de integración que ha vivido la región desde entonces.

En los años sucesivos, las intenciones y metas de los miembros del EurAsEC se fueron definiendo. Ucrania, por ejemplo, que en 2003 parecía un claro miembro del espacio económico único que se preveía crear, pasó a miembro observador tras la agitación política de la Revolución Naranja de 2004 y el leve giro proeuropeo que comenzó a dar el país en aquellos años. En 2006 Uzbekistán se adheriría al proyecto, aunque en 2008 salió del mismo, ya que tradicionalmente ha sido poco favorable a iniciativas integradoras y desde la invasión de Afganistán por Estados Unidos en 2001 ha intentado un acercamiento a Occidente en detrimento de sus relaciones con Rusia, algo que no ha gustado a Moscú. Sin embargo, a pesar de la baja uzbeka, el resto de países continuaron su camino. De hecho, 2006 fue un año bastante prolífico para ellos. Rusia, Bielorrusia y Kazajistán acordaron la creación futura de una unión aduanera –el primer paso de un proceso de integración económica– mientras que Kirguizistán y Tayikistán se quedaban de momento al margen al no tener estructuras políticas y económicas resilientes para afrontar el camino de la supranacionalidad.

Dicha unión aduanera llegó en junio de 2010, marcada por la parte más dura de la crisis económica y financiera global. A partir de aquí, y apoyándose en los organismos de la EurAsEC, una copia bastante conseguida de las entrañas de la Unión Europea, el proceso de integración se aceleró, facilitado en gran medida por no necesitar de más convergencias económicas y por encontrarse ya Moscú en situación de apadrinar con mayor firmeza el proyecto, teniendo Putin una gran sincronía con el bielorruso Lukashenko y el kazajo Nazarbáyev. Así, en 2012 comenzaron los trabajos y estudios de cara a implementar una unión económica que se compenetrase con la ya existente unión aduanera, que se tradujo a la realidad el 1 de enero de 2015, cuando la Unión Económica Euroasiática (UEE) entró en vigor, formada por Rusia, Bielorrusia, Kazajistán y Armenia como miembros de pleno derecho mas Kirguizistán, cuya entrada se prevé para mayo de 2015. 

Unión Económica Euroasiática

Un renacer limitado

Políticamente, la creación de la Unión Económica Euroasiática es para Rusia una importante victoria a la vez que una decepcionante derrota. Victoria por haber liderado y conseguido realizar una unión económica en sólo cinco años, un tiempo bastante aceptable aunque con la ventaja de que sus únicos socios a integrar son tres países con un peso infinitamente menor. También se le puede considerar una victoria, más limitada no obstante, al hecho de haber atado con firmeza política y económica a los dos estados vitales en su proyección geoestratégica más inmediata. Sin embargo, esta limitación en cuanto al alcance geográfico de la UEE es también una derrota para Moscú al no haber conseguido, al menos de momento, hacer atractivo su proyecto para otros países que son potencialmente adheribles al bloque, como el estado uzbeko y tayiko además del caucásico Azerbaiyán y, por qué no, una prorrusa Moldavia. 

En este sentido, la capacidad de proyección de la influencia rusa ha quedado una vez más limitada por la ausencia de atractivo de su oferta, en un momento en el que Moscú necesita casi desesperadamente extender su dominio, tanto para reafirmarse identitariamente como potencia como para delimitar de manera indiscutible un espacio de influencia propio que a día de hoy amenazan la Unión Europea por el oeste y China por la región centroasiática.

Y es que los países que podrían acabar integrando la UEE saben a lo que se exponen: la sumisión casi absoluta a los intereses de Moscú. Bielorrusia, Kazajistán y Armenia han sido los primeros; Minsk por mantener una relación casi vasallática con su hermano mayor, Astaná por el pragmatismo que ha permitido que Nazarbáyev lleve en el poder ininterrumpidamente desde la independencia del país en 1991 y Armenia por la protección que Rusia le brinda frente a Azerbaiyán en el conflicto congelado del Alto Karabaj. Aunque Rusia esté falta de canales políticos adecuados, su influencia sigue siendo considerable en la periferia, en gran medida gracias a los vestigios políticos soviéticos, la asimétrica dependencia económica y a las fuerzas de interposición repartidas durante los años noventa en todo el arco sur y occidental, caso de Transnistria, Georgia o las repúblicas de Asia Central. Con un toque de poder duro y la aceptación de las pequeñas repúblicas sucesoras de la URSS, las tropas rusas en el extranjero han sido una buena baza con la que mantener su hegemonía. Tampoco conviene desdeñar el papel activo de la política exterior rusa respecto a los regímenes que se instalaban en su vecindad y cómo actuaban estos en favor o en contra de Moscú. Conocido es el caso ucraniano después de la revuelta del Maidán y que ahora se dirime en una guerra civil. Sin embargo, hay más. En 2010, el presidente kirguizo Kurmanbek Bakíev acabó refugiado en Minsk tras una ola de revueltas en su país como consecuencia de la mala situación económica y democrática. La oposición, con el apoyo de Estados Unidos, se hizo con el poder, y Rusia, que podía haber revertido la situación en favor de Bakíev, no movió un dedo por el presidente que le había negado una base militar para otorgársela a Estados Unidos durante la permanencia en Afganistán de los norteamericanos. El Kremlin pareció así dejar clara la postura de que “con ellos o contra ellos”.

Desde la perspectiva económica también hay ganadores y perdedores, si bien todo sigue dentro del marco de la hegemonía rusa. Para Moscú, la UEE es un avance notable aunque insuficiente para las necesidades comerciales y económicas del país. Por lo general ha conseguido imponer a sus tres socios los aranceles exteriores del bloque, así como los criterios de armonización y liberalización internos; tampoco es de extrañar al ser el peso de su economía enormemente superior al de los demás miembros. Sin embargo, estos criterios tienen, especialmente para el gigante kazajo, un alto coste. Las repúblicas centroasiáticas más al este, es decir, Kazajistán, Kirguizistán y Tayikistán mantienen notables relaciones comerciales con China, especialmente con productos primarios –excluyendo petróleo y gas natural– y productos manufacturados. Como es lógico, estas repúblicas tenían bajos aranceles para facilitar el comercio con el Imperio del Medio. Sin embargo, para el caso kazajo, la aceptación del arancel común impuesto por Moscú ha significado la elevación de los aranceles que tenía con China. Esto ha perjudicado enormemente el comercio entre Astaná y Pekín y dañado la economía kazaja.

No significa esto un suicidio comercial de Astaná. A cambio ganan el acceso al mercado ruso, de algo más de 140 millones de personas. Sin embargo, se cree poco probable que Rusia sea capaz de competir con los precios de los productos que Kazajistán importaba de China. A Moscú no es algo que le importe especialmente; su jugada ha salido a la perfección. En este nuevo Gran Juego del siglo XXI, la cada vez mayor presencia china, especialmente en el aspecto económico, en las repúblicas centroasiáticas era visto por Rusia como una molesta intrusión en su zona de influencia. De ninguna manera en el Kremlin quieren que Pekín articule una política en Asia Central como la implementada en África, algo que Rusia hoy por hoy es incapaz de contrarrestar en la misma medida. Por tanto, la única solución plausible es blindar económicamente las fronteras, algo que debería disuadir a China.

En buena medida, el desarrollo de la UEE va en esa dirección. La Unión Europea ya ha comprobado dónde están las líneas rojas que no puede traspasar si no quiere tener problemas con Rusia. La crisis de Ucrania así lo demuestra, y el repliegue de Bruselas de la zona caucásica es la constatación de una política de integración sobreextendida. El problema ruso actual, y con bastante probabilidad futuro, es China y su expansión política, económica y demográfica. Durante la década siguiente a la disolución de la URSS, la región centroasiática estaba tácitamente cedida a los intereses rusos. Con la invasión de Afganistán por Estados Unidos una década después, algunos países titubearon con dar un giro hacia Washington y, una vez desaparecidos los norteamericanos de la zona, ha irrumpido China con intenciones de llegar hasta el Caspio.

ASia Central recursos

La motivación de esta Unión Económica Euroasiática no es por tanto económica. Sus cifras como bloque son irrisorias, más teniendo en cuenta la proporción que representa Rusia dentro de las mismas. Su PIB es el 3,7% del global, y su peso en el comercio mundial sólo supone un 2,2% del total, el mismo porcentaje que la población planetaria dentro de la UEE. La finalidad de esta organización es institucionalizar una zona de influencia rusa, orientada especialmente hacia las repúblicas centroasiáticas, y que cree dependencias políticas, económicas y de seguridad para con Moscú de los países integrados. La zona de los “tanes”, con sus enormes riquezas minerales y energéticas, es una preciada pieza en el puzzle que Rusia no se puede permitir perder. De reunir a todos los regímenes centroasiáticos en la UEE, consolidaría una posición no sólo hegemónica en la región –que en buena medida ya la tiene–, sino que aseguraría una plataforma para expandir más allá la influencia rusa a lugares como Irán, Pakistán o India, un país con el que mantiene unas relaciones muy cordiales pero con el que comparte pocos intereses.

La responsabilidad de vigilar un polvorín

A pesar de su puesta en marcha en 2015 y de la pronta incorporación de Kirguizistán, la UEE todavía no está completa. Aunque uno de los objetivos centrales sea proteger la región de Asia Central de influencias exteriores, todavía faltan por entrar tres de las cinco repúblicas que delimitan la zona, lo que de momento supone un desafío para la política exterior rusa. Además, desde Moscú deberán gestionar la post-integración de una zona muy proclive a los conflictos, políticamente muy débil y donde los flujos transnacionales de todo tipo pululan a sus anchas.

Las reticencias de Uzbekistán y Turkmenistán a la entrada son, de inicio, complejas. Aunque sea aplicable para todas las repúblicas centroasiáticas, la cuestión fronteriza es un lastre que arrastra la región desde 1991. Los límites de los países son lo que un día fueron extrañas divisiones administrativas de la época soviética, que tras el derrumbe partieron comunidades enteras en varios países. Por si esto fuera poco, desde entonces los conflictos étnicos se han sucedido con regularidad, derivando no pocas veces en masacres de cientos de personas y miles de desplazados por la violencia. En este aspecto, Uzbekistán es de los países más belicosos. La situación del valle de Fergana, el mayor foco de tensión regional y uno de los polos económicos y demográficos de la zona, hace que lo proteja con recelo. Del mismo modo, las malas relaciones con los vecinos kirguises y las eternas disputas sobre el agua hacen que el estado uzbeko tenga pocas intenciones de hermanarse políticamente con sus vecinos. En una situación de pasividad similar se encuentra Turkmenistán, el país geográfica y políticamente más alejado de Rusia y el que menos sufre los conflictivos vaivenes de la región, en buena medida por ser el estado más monoétnico de todos –el 73% de la población es turkmena–. Además, en el periodo de independencia, Turkmenistán parece haber rescatado su identidad túrquica, marcada por el Islam y por los lazos históricos con otros pueblos del mismo origen, como los propios turcos, los azeríes, el resto de pueblos centroasiáticos a excepción de los tayikos e incluso los uigures de Xinjiang, la región autónoma al noroeste de China. Si a esto le unimos la moderada independencia económica que han conseguido gracias a los hidrocarburos y la sutil atracción iraní, el acercamiento turkmeno a Rusia y a la UEE se antoja complicado.  

Asia - Población - Grupos-Etnicos-de-Asia-Central

Si Rusia pretende ejercer una clara influencia en la región, o al menos legitimarse como hegemón en Asia Central, antes de convencer –por las buenas o por las malas– a los uzbekos y a los turkmenos, los retos más inmediatos son de otra índole, y en buena medida su resolución les abrirá las puertas para acceder a las díscolas repúblicas centroasiáticas. Como mencionamos anteriormente, los conflictos interétnicos llevan veinte años asolando los diversos países y generando peligrosas tensiones entre los estados. De hecho, Rusia ha llegado a desplegar fuerzas de interposición, al igual que otras veces se ha negado a hacerlo. Mediar en ellos y evitar un aumento en la beligerancia de kirguises, uzbekos y tayikos debería ser una prioridad para el Kremlin. Por ello, debería promover la reelaboración del pacto centroasiático sobre el uso del agua, bendecido por Rusia en los primeros años noventa y que no se ha vuelto a tocar desde entonces, cuando las condiciones políticas, económicas y demográficas de la zona sí lo han hecho, amén de la situación hídrica de los propios ríos que discurren por el lugar, especialmente el Amu Daria y el Sir Daria. 

Conflictos agua Asia Central

Otro aspecto que Rusia deberá vigilar para mantener la estabilidad de la zona y que su liderazgo resulte creíble será la del terrorismo de corte islamista. Con la amenaza chechena superada, la proximidad de Afganistán y la cada vez mayor difusión de grupos y células yihadistas, en parte gracias a la globalización de la información y a las redes sociales, se antoja un foco en el que prestar atención para garantizar la estabilidad regional. Y es que desde Afganistán hasta la china Xinjiang, encontramos un arco de población musulmana, en condiciones económicas muy precarias, eminentemente rural, con fuerte arraigo identitario, desencantado con un sistema político profundamente corrupto y con etnias distribuidas a ambos lados de varias fronteras, lo que facilita la permeabilidad de las mismas.

No es un escenario fácil; Rusia todavía tiene una inmensa cantidad de trabajo por realizar. Durante estos primeros años de vida de la Unión, el gigante ruso se encuentra sumida en una profunda crisis derivada del pronunciado descenso del precio del petróleo y de las sanciones de Bruselas por su papel en el conflicto ucraniano. Habrá que ver si tanto Moscú como sus socios tienen resiliencia política para aguantar esta pequeña depresión, ya que durante 2015 o 2016 debería poder vender hidrocarburos a precios más favorables. No obstante, el tiempo que permanezca intentando arreglar su economía y destinando recursos a apoyar a los prorrusos del Donbass será tiempo que no emplee en afianzar su posición en Asia Central. China, en cambio, no suele ni perder el tiempo ni desaprovechar los despistes de los adversarios. Por tanto, habrá que ver cómo de fervientemente desea reestructurar Rusia su área de influencia y, sobre todo, si tiene la suficiente mano izquierda como para tratar con astucia y firmeza el delicado entramado político de su periferia.

MÁS INFORMACIÓN: Sobre la Unión Económica Euroasiática 


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