Que los tiempos en que la Armada Española mandaba en los océanos hace mucho que han pasado, mal que le pese a los recalcitrantes más nostálgicos, es algo incontestable a día de hoy. Los imponderables, los recortes presupuestarios y las chapuzas de todo tipo, han tenido durante los últimos siglos la tendencia a encarnizarse en los buques de guerra españoles con una cierta recurrencia (ver La Corbeta Narváez, el barco español que se comieron las termitas). En la actualidad no hay ningún imperio que defender por el mar por lo que, con el fin de la dictadura y la profesionalización del ejército, la Armada ha debido reinventarse y adaptarse a las nuevas necesidades de la realidad naval del país. Pudiéramos pensar por ello que los antiguos vicios y fantasmas se han dejado atrás, pero no se lo crea demasiado, ya que de vez en cuando surgen con todo su esplendor poniendo en un serio compromiso a la diplomacia española. Tal fue el caso del incidente de la UNITAS XXXV en 1994.
Con la llegada de la democracia a España, todo el organigrama del Ejército sufrió una profunda reestructuración tendente a su inclusión en los organismos internacionales y a obtener una profesionalización que difuminase la huella de las estructuras castrenses franquistas, que aún mantenían una fuerte presencia entre las fuerzas armadas españolas (como se pudo comprobar en el golpe de estado del 23-F). Esta necesidad de modernización hizo que los diversos cuerpos militares participaran cada vez más en maniobras y operaciones internacionales que, a la vez que permitían entrenar a los soldados y ponerse al día con el contacto con ejércitos de otros países, mantenían a las tropas entretenidas haciendo lo que más les gusta, esto es, jugar a la guerra. Y la Armada Española, no era una excepción.
En este contexto, uno de los ejercicios navales internacionales en que participa España con cierta asiduidad, son los UNITAS, unas maniobras que Estados Unidos realiza anualmente desde 1959 con diversos países sudamericanos y con los cuales reafirma su posición de potencia naval dominante en las aguas atlánticas y, porqué no, a nivel mundial. Así las cosas, en 1994, en la 35ª edición, España participó en la Fase III que se llevaría a cabo entre el 9 y el 21 de septiembre en aguas del Atlántico Sur, junto a las armadas de EE.UU., Brasil, Argentina y Uruguay. Por parte española, la Armada envió a las corbetas Infanta Elena e Infanta Cristina... y se hicieron notar.
Antes de nada hay que remarcar que ambas corbetas corresponden a un tipo de barco que, siguiendo la planificación " typical spanish", se proyectaron a finales de los 60, pero no entraron en funcionamiento hasta el año 1980. En principio estaban diseñados como barcos de guardia costera (88,90 m de eslora, 10,40 m de manga), pensados para las aguas interiores españolas o, como mucho, para navegar por el Mediterráneo. No obstante, los recortes presupuestarios hicieron que la construcción de lo que se dio a llamar " clase Descubierta ", de 12 corbetas originarias, se acabasen por botar 8 y, encima, debido al cambio de necesidades del momento tuviesen que cumplir misiones oceánicas para las que no estaban diseñados. Mal empezamos.
Sea como sea, el diseño de las corbetas era bastante bueno -de hecho estaban basadas en un diseño germano-portugués muy avanzado- lo cual permitió que las embarcaciones equiparan más armamento del que era preceptivo para sus características (las tripulaciones los llamaban las " Hormigas Atómicas" por ello), pero necesario para misiones internacionales. De hecho, tanto el Infanta Cristina como el Infanta Elena, se enviaron en misiones de bloqueo durante la Guerra del Golfo, siendo el Infanta Cristina uno de los barcos en que Marta Sánchez dio uno de sus míticos "conciertos" a la soldadesca española desplazada al Golfo Pérsico. No obstante el buen resultado en estas misiones, el tiempo, en el mar no pasa en balde... y los tripulantes, en cuanto que los presupuestos de guerra desaparecen, no siempre están a la altura.
Así las cosas, en 1994, durante las maniobras UNITAS, el Infanta Cristina tuvo que pasar 4 días fondeado en el puerto de Buenos Aires debido a los daños que se produjo al embestir por las buenas a la fragata estadounidense USS Stump (172 m de eslora). Por suerte, fueron daños de poca importancia pero, evidentemente, maldita la gracia que les hizo a los yanquis. Aunque no iba a ser lo que más molestase a la US Navy...
En el transcurso de las susodichas maniobras, la fragata USS Samuel B. Roberts (135 m de eslora) era la encargada de remolcar otro barco que tenía que ser el blanco de los participantes en un simulacro de ataque naval de superficie. En este caso el turno era del Infanta Cristina. La sorpresa se la llevaron los tripulantes de la fragata americana cuando, de repente, recibieron el fuego de la nave española.
La tripulación del Infanta Cristina, en vez de apuntar a la diana, estaba apuntando al barco que lo remolcaba y se dedicó a "ahorquillar" (disparos de fuego real destinados a calibrar la puntería de los cañones) el Samuel B. Roberts con toda su artillería. Obvia decir que los yanquis quedaron de pasta de boniato al notar el ataque, ya que, para más inri, la tripulación española parece que demostró una muy buena puntería. El jefe de las fuerzas americanas, el contralmirante Wirt Fladd, como no podía ser menos estaba que reventaba de gozo con el sutil "errorcillo" español.
El asunto, que no se filtró hasta 8 meses más tarde, motivó una investigación interna que determinó que el incidente del Infanta Elena se había producido por un fallo en la propulsión de la nave y que el del Infanta Cristina se había producido por "un fallo de material" y porque -según parece- el blanco al que tenían que disparar era demasiado pequeño. Lógicamente, como no lo veían (se supone que los aparatos utilizados por la tripulación española no estaban preparados para la distancia establecida), abrieron fuego a lo que se veía, es decir, al barco remolcador. ¡Ole tú!
A parte de las versiones oficiales más o menos estrafalarias para minimizar el asunto (de hecho, aunque fuese por accidente, fue el primer ataque directo de la Armada Española a la estadounidense desde la Guerra de Cuba) lo que no se le escapaba a nadie dentro del mundillo era que las naves españolas, fruto de los continuos recortes presupuestarios, tenían un mantenimiento deficiente y siempre pecaban de hacer corto de combustible. Ello hacía que no participasen en tantas maniobras conjuntas internacionales como debieran, por la cual cosa, las tripulaciones no tenían experiencia en este tipo de ejercicios, supliendo la falta de práctica con mucho voluntarismo que no siempre era suficiente para salir airosos, como pudieron comprobar de primera mano las naves yanquis.
En definitiva, que mientras el USS Stump (en funcionamiento desde 1978) fue dado de baja el 2004, y el USS Samuel B. Roberts (en funcionamiento desde 1984) fue dado de baja en 2015, tanto el Infanta Cristina como el Infanta Elena, a día de hoy, con 36 años a sus espaldas y debido a la crisis que ha impedido su recambio, aún están ambos en activo... y lo que te rondaré morena
Una muestra más de que, un ejército desconectado absolutamente de las necesidades reales de la sociedad que lo sufraga, en la actualidad, en que las guerras se hacen con drones cómodamente pilotados desde miles de kilómetros de distancia, es una carga insostenible. Una carga insostenible que, encima, como no se hagan bien las cosas -y en meteduras de pata la Armada Española tiene el Cum Laude (ver La idiota batalla naval de Algeciras)- en vez de orgullo lo único que puede provocar es un profundo y lastimoso sentido del ridículo ajeno.