"Charles Porset, unos de las más importantes referentes intelectuales del Gran Oriente de Francia de los últimos tiempos, me aseguró muy rotundamente que en resumidas cuentas el fin y el objeto de la Masonería es la realidad "
Trazado leído el 21 de agosto de 2015 en el 8° Coloquio de
la Confederación Interamericana de Masonería Simbólica (CIMAS), reunida en
Cajamarca, Perú.
Por Iván Herrera
Michel
Mis QQ:. HH:.
Recientemente he leído un libro que me pareció muy
interesante con el sugestivo título de “El Año del Verano que nunca llegó”,
publicado hace unos tres meses por el escritor colombiano William Ospina.
No lo quiero mencionar ahora para resaltar como 1816 fue un
año que no tuvo ni primavera, ni verano ni otoño, sino un largo invierno de 365
días como consecuencia de la erupción de un volcán en Indonesia, lo cual de por
sí ya es un hecho extraordinario que en época de calentamiento global nos
sugiere reflexiones sobre el medio ambiente en la misma línea de las que
hicimos en el mes de marzo de 2009 aquí mismo en el Perú, en el Or:. de
Iquitos, en plena selva amazónica, en el Coloquio internacional que sobre la
Crisis del Medio Ambiente se desarrolló en el marco de la celebración del 32º
Aniversario de la Gran Logia Oriental del Perú, siendo su Gran Maestro nuestro
Il:. H:. Walter Vargas Portocarrero, y que contó con la presencia de la
“Confederación de Grandes Logias Masónicas del Perú” – CONFEGLOMAS – y de la
“Confederación Interamericana de Masonería Simbólica” – CIMAS -.
Lo traigo a cuento, motivado por el asombro que me produjo
que en una residencia a orillas del Lago Lucerna en Suiza, conocida como Villa
Diodati, en una noche fría que duró tres días, e impulsados por un espontáneo
concurso casi mágico de cuentos de terror concebido para pasar el tiempo por
Lord Byron y Mary Shelley, nacieron las leyendas del vampiro y de Frankenstein
que tanta tinta han derramado desde entonces.
William Ospina es muy expresivo cuando dice que le “sorprendió
que la erupción de un volcán a mediados de 1815, en Indonesia, hubiera sido una
de las causas eficientes del nacimiento en Occidente de la moderna leyenda del
vampiro y de la pesadilla del ser viviente hecho con fragmentos de cadáveres.”
Dice que sintió “el extraño agrado de ver cómo se unían en una sola historia,
que presentía vagamente, las vidas de Byron y Shelley con la catástrofe de una
erupción volcánica en los mares del sur, con un tsunami en las costas de Bali,
con esa nube de azufre y ceniza y cristales volcánicos que ennegreció el cielo
de la península de Indochina y que los monzones se fueron llevando hacia el
norte, desatando el cólera en la India y ahogando muchedumbres en las
inundaciones del Yangtsé y del río Amarillo. Aquella historia unía cosas
extremas, abarcaba medio mundo, conjugaba fenómenos geológicos y meteorológicos
con hechos históricos, personajes literarios y criaturas fantásticas.”
Son momentos prodigiosos de la historia. Extraordinarios. Y
hasta milagrosos podríamos decir.
El 24 de junio de 1717 es otra de esas fechas asombrosas.
Casi irrepetibles. Un puñado de hombres acostumbrados a los placeres y a las
discusiones acaloradas de las tabernas inventó una institución muy rara, cuyos
miembros un siglo después habían potenciado las ciencias experimentales, eran
indisoluble con la explosión humanista que se llamó la Revolución Francesa y en
el hemisferio occidental habían liberado un continente que se extendía desde un
polo hasta el otro.
¿Cómo pasó esto? Para mí la médula del hueso reside en el
Latitudinarismo en boga en esos años. Se filtró a las tabernas y resultó muy
útil para los buenos bebedores que no querían pelearse definitivamente con sus
contertulios de cada semana o de cada quince días con quienes se reunían a tomar
unas copas y hablar de todo lo divino y lo humano. El otro pacto tácito de las
tabernas – y de la Masonería, ¿porque no decirlo? – sigue siendo que lo que
sucede en las tabernas se queda en las tabernas. Y lo que pasa en las Logias se
queda en las Logias. Es lo que conocemos como sigilo Masónico.
“Latitudinarismo” es como se llamó una escuela de
pensamiento teológica conciliadora y tolerante que nació bajo el alero del
anglicanismo del siglo XVII para que quienes sostuvieran opiniones diferentes y
hasta contradictorias no se mataran por ellas ni mataran a mas nadie. Hoy
diríamos que sus cultores eran teólogos de mente abierta. Y que lo que comenzó
en un ambiente cristiano de mutua tolerancia hacia las diferentes facciones
poco a poco pasó a ser una tendencia filosófica de manga ancha que buscó, en
palabras de Anderson, “unir lo disperso” en la sociedad.
En últimas, esta nueva manera liberal de pensar fue una
reacción a la imposición de un pensamiento único que en el siglo XVIII desembocó en la
defensa de la libertad de pensamiento y de conciencia, la tolerancia frente al
diferente, la libertad de culto y el adogmatismo en lo doctrinal.
Fue la mano que meció la cuna de una Masonería inicial cuyos
miembros al multiplicarse se unieron en redes sociales por áreas de interés e
hicieron lo que hicieron en trescientos años a partir de aquel Big Bang de
1717, y aunque hoy no hablemos de Masonería “latitudinaria”, para referirnos a
esta forma de concebir las cosas, si nos referimos a la vieja y reeditada
escuela con los motes de Masonería “liberal”, “adogmática” y “´progresista”. Y
hay que reconocer que en el camino se ganó no poca furia y aplausos por su
tributo a la libertad de pensarse a sí mismo y al gobierno de las sociedades, y
que cada gobierno que quiso seguir siéndolo indefinidamente puso sus ojos en la
Masonería.
QQ:. HH:.
Reiteradamente me invitan a compartir algunas reflexiones
sobre lo que entiendo por Masonería progresista y/o adogmática, así como por
Masonería dogmática.
En realidad, son dos calificaciones propagadas en la
retórica de la Orden desde hace tres décadas, que se vienen a sumar a las que
había acumulado desde hace tres siglos. Esta vez, como resultado de una nueva
reflexión sobre la autarquía, que bajo el pretexto de la “regularidad” (en su
significación anglosajona) se observa aquí y allá.
Suele encontrarse en la literatura Masónica que se califica
a Grandes Logias como dogmáticas o progresistas a partir, principalmente de su
disposición frente a la Iniciación de las mujeres, las visitas de las Masonas,
el posicionamiento frente al “Gran Arquitecto del Universo”, la creencia en la
existencia de un “ser supremo” y la presencia en los trabajos de un libro
considerado sagrado.
Sin embargo, la calidad de progresista o dogmática de una
Obediencia Masónica, ya sea simbólica o filosófica, no se circunscribe a estos
temas. Va mucho más allá.
Si una Obediencia Masónica Inicia mujeres y varones en
igualdad de condiciones, e impone concebir los Landmarks de una determinada e
irrefutable manera, es claro que se trata de una mixta que está practicando una
Masonería dogmática.
De igual manera, una Gran Logia femenina o mixta que aplica
mandamientos en vez de hacer sugerencias, no incentiva la libertad de
pensamiento y de conciencia en sus integrantes, sino que los adoctrina, es
claro que es una institución dogmática sin importar la orientación sexual de
sus miembros.
Si por el contrario, la Obediencia Masónica en cuestión, ya
sea masculina, femenina o mixta, deja en libertad a sus Talleres para convocar
una reflexión crítica sobre los referentes que asumen como Masónicos, es claro
que se trata de una Gran Logia de pensamiento adogmático y progresista,
indistintamente del género de sus integrantes.
En un pensamiento Masónico progresista, los símbolos y las herramientas
son interpretados instrumentalmente y no poseen un valor en sí ni un
significado prefijado. Ya que un símbolo puede significar algo distinto a cada
Masón, como consecuencia de las circunstancias y la historia personal de cada
uno de ellos. Son continentes, cuyos significantes pueden avocarse desde la
perspectiva crítica de que la Masonería y los Masones son algo perfectible.
La naturaleza progresista o dogmática puede ser medida, por
ejemplo, por la cantidad de libertad que otorga a sus miembros para pensar la
realidad Masónica, para juzgar su presente valorándolo desde el “deber ser” y
por el propósito de sus especulaciones en un mundo en donde la evolución de la
Orden se concibe como una exigencia de las antiguas orientaciones filosóficas y
organizativas que conocemos como Landmarks, con la convicción de que las
Masonas y los Masones de hoy pueden realizar un cambio necesario en igualdad de
condiciones que los de antaño. Precisamente, en cumplimiento y aplicación de
una concepción evolutiva impuesta por esos mismos Landmarks originales, así
como de una lectura no prejuiciada de las Constituciones de Anderson de 1723.
Es una concepción de progreso Masónico que implica una
variación en el sentido positivo de mejoramiento, en la que la vieja premisa de
libertad, Igualdad y fraternidad – que son de las más grandes esferas del pacto
Masónico – es armónica con una sociedad contrahegemónica, diversa e incluyente
regida por principios de equidad, justicia, solidaridad, paz, etc.
Podemos afirmar también que la superestructura ideológica
determina la estructura de poder, de tal forma que encontramos a lo largo y
ancho del planeta Obediencias Masónicas – tanto en el Simbolismo como en los
Altos Grados – en donde el concepto de jerarquía se concibe ya sea emanado de
funciones previamente definidas y delegadas expresamente por una asamblea
democrática, o fundamentadas en líneas rígidas de mando similares a las que
distinguen a las jerarquías eclesiásticas y militares.
Una Masonería dogmática posee en sí misma un espíritu
conservador que se relaciona con las fuerzas que se oponen al cambio y con los
esquemas de control y poder coercitivo que tratan de mantener el estatus quo.
En ese ámbito, la prohibición de atentar contra el dogma o cuestionar los
mandatos de la autoridad en ejercicio, es absoluta. Por ello, la propuesta
conservadora se limita a la repetición de los significados aceptados y se
valida por la aprobación que de ella hace una élite dominante.
Mientras tanto, el pensador progresista define su postura filosófica
de acuerdo con su personal esquema ético y se valida por los designios de su
propia conciencia particular. Su teoría se basa en la posesión y disfrute de la
libertad personal de la mano con su responsabilidad individual, en cuya
ausencia esa misma libertad sería inconcebible. Es un asunto que se relaciona
con la cantidad de libertad y responsabilidad íntima e institucional que se
permite.
Una postura progresista no consiste, por ejemplo, en
promover la Iniciación de mujeres para practicar sin distingo de género los
antiguos dogmas que han acompañado a algunos sectores de la Orden. Eso es
seguir haciendo lo mismo, pero con mujeres.
La posición adogmática, consiste en asumir un pensamiento,
tanto por varones como por mujeres, juntos o por separados, que aleje toda
afirmación formulada de forma obligante, derivada de un absoluto o impuesta por
la vía de la autoridad.
QQ:. HH:.
Recuerdo que Charles Porset, unos de las más importantes
referentes intelectuales del Gran Oriente de Francia de los últimos tiempos, un
mes antes de pasar al Oriente Eterno en el mes mayo de 2011, me aseguró muy
rotundamente que en resumidas cuentas el fin y el objeto de la Masonería es “la
realidad”.
En verdad, la Masonería y los Masones deben ser juzgados por
como iluminan sus entornos. Como lo perciben, como lo sienten y como se
implican. Esta característica es uno de los factores más importantes a la hora
de crear atmosferas y de crear connotaciones. La Masonería progresista provoca
en la sociedad conciencia y genera emoción. Diseña lenguajes y planteamientos y
reclama cuidados, comunica y ofrece la ventaja de ser universal.
La Masonería tiene como misión trabajar sobre algo tan
sorprendente como es la humanidad, que ha llegado a Plutón con una cajita
ingeniosa no más grande que un piano de sala y que descubrió un planeta en
donde al parecer puede vivir con la imprudente condición de que viajemos
durante 14 millones de años, pero no ha podido erradicar la producción mezquina
de sufrimiento en su seno.
Lo primero que se observa de la humanidad es que no es
simétrica en su compromiso público, ni en su conciencia social ni en sus
preocupaciones acerca de cómo favorecer un proceso sostenido de bienestar para
nuestro planeta. Un ejemplo actual nos lo puede ilustrar:
Aunque el contagio del SIDA ha disminuido en el mundo,
ahorrándose en consecuencia unos 15.000 millones de dólares en costos médicos,
así como una importante disminución de dolor y sufrimiento, al día de hoy unos
12 millones de niños han perdido a sus padres por el Sida. Según las Naciones
Unidas, 370.000 niños menores de 15 años se infectan cada año por el virus, lo
que equivale a que 6 niños son infectados por minuto. África posee el 90% de
los niños seropositivos del mundo y el acceso a los servicios de salud, educación
o refugio es muy difícil para ellos, si no imposible. El francés Pierre
Bourdieu, uno de los investigadores sociales más importantes de la segunda
mitad del siglo XX, determinó que existe una relación real entre pobreza y
Sida, con todo lo que eso genera.
Mientras tanto, observamos con estupor la lucha de los
africanos y brasileros, hace unos diez años, contra las farmacéuticas
internacionales, la Organización Mundial del Comercio y algunos gobiernos de
Norteamérica y Europa, para brindar drogas a precios razonables a millones de
infectados.
De acuerdo con la ONU, tan sólo US $3.000 millones harían
posible una guerra real contra el Sida en África —la mitad para prevención y la
mitad para asistencia básica— una suma igual al aporte militar anual de Estados
Unidos a un Israel que quiere convencer al mundo que está librando una guerra
de autodefensa y que su propia existencia está amenazada cuando en realidad es
la única potencia nuclear del medio oriente. En contra de lo que sería dable
esperar de una Palestina sometida cada tres años a un genocidio no sueña con un
nuevo Saladino sino que apela a la justicia penal internacional.
Cuando es elegido Presidente de Chile Salvador Allende,
Kissinger declara: “No tenemos por qué aceptar la irresponsabilidad de un pueblo”,
y organiza un derrocamiento que acabó en la implantación de una dictadura que
arrojó decenas de miles de muertos y un exilio masivo de chilenos que aún
encontramos regados por medio mundo.
El ejemplo más reciente de lo absurdo de cómo funciona la humanidad
lo tenemos en Grecia. El 26% de su deuda pública está conformada por compra de
equipo militar en los últimos veinte años. Posee más vehículos blindados que
Alemania, Francia e Italia juntas, y tiene cinco veces la cantidad de soldados
per cápita de España. ¿Qué solución le da el Fondo Monetario Internacional y
sus paisanos de Europa que le vendieron las armas? Pues nada más y nada menos
que recorte el gasto social en salud, educación y pensiones, pero que cumplan
con sus deudas militares.
Lo curioso del caso, es que existe una relación directa
entre neoliberalismo y cárceles: a mayor política neoliberal en un país, mayor
población carcelaria.
Si queremos educar para que reine la democracia, la
libertad, la igualdad, la fraternidad, la laicidad, la universalidad del
hombre, el respeto mutuo, y la tolerancia —cuyas ausencias conducen a altos
niveles de violencia— debemos primero crear un contexto en que estos valores
sean fácilmente asimilables, y en el que no exista el peligro de que su
introducción se convierta en nuevos Caballos de Troya que vehiculicen renovadas
formas de colonialismo por parte de quienes poseen la mayor responsabilidad en
la construcción de los indicadores sociales.
Una progresión desde el sistema de valores Masónicos debe
dirigirse a sensibilizar a los pueblos poderosos para que elijan dirigentes que
sean conscientes de que los sistemas espirituales asiáticos, y las tradiciones
amerindias, australianas, africanas, polinésicas, etc., son diferentes, pero no
inferiores, al pragmatismo anglosajón y a la ética económica Calvinista; que no
posean propensión a la violencia económica, y que no supongan su superioridad
moral o cultural sobre otros; que no entiendan que sus intereses en el
extranjero están representados por la posesión de sus recursos naturales; que
se den cuenta que sus injustas presiones económicas causan severas
perturbaciones sociales además de la ruptura dé los instrumentos de gobierno;
que no sean insensibles al dolor que ocasionan; que conciban las relaciones
internacionales, en un marco ético, abierto y cooperativo; que desechen la
fuerza, los ataques preventivos y los aislamientos económicos, contra los
pueblos localizados más allá de sus fronteras postmodemas.
Una Masonería que nace latitudinaria, y deviene en liberal,
adogmática y progresista, está íntimamente relacionadas con el deseo de dar un
sentido a la vida y alcanzar la felicidad propia y ajena. Encuentra la
necesidad y la búsqueda de un mundo mejor, más solidario y más justo.
Como dijo Jorge Luis Borges: “lo que importa de las ideas es
lo que se hace con ellas”. Y lo que más importa de la Masonería progresista, es
lo que se hace con esa Masonería progresista.
Muchas gracias.
IHM
Cajamarca, Perú
Agosto 21 de 2015 (E:.V:.)