Las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial hicieron comprender al mundo la necesidad de perseguir y juzgar a los criminales que desde las más altas esferas del poder idearon, dirigieron, permitieron o colaboraron en la persecución y exterminio de millones de personas. 50 años más tarde, la fórmula de los juicios de Nuremberg tuvo que ser copiada para castigar a los responsables los genocidios de Ruanda y Yugoslavia. Es entonces cuando la comunidad internacional entendió que, si las lecciones del Holocausto no habían impedido el baño de sangre de los años 90, el recuerdo de Ruanda o Yugoslavia tampoco impediría otras masacres en el futuro. La realidad pedía establecer un tribunal internacional permanente que juzgara a los responsables de los peores crímenes: genocidio y demás crímenes de guerra y lesa humanidad —limpieza étnica, tortura, violencia sexual, ejecuciones extrajudiciales, persecución religiosa o política, apartheid, etc.—.
Así nacía en 1998 la Corte Penal Internacional (CPI) —comúnmente conocida como Tribunal de La Haya— con un fin un tanto utópico: prevenir atrocidades y llevar a la justicia a los poderosos que las cometan. Para conseguirlo, puede incluso juzgar a ...
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Nombre de usuario Contraseña Recordar cuenta Recordar contraseñaLa utopía de una Corte Penal Internacional fue publicado en El Orden Mundial - EOM.