Alfredo Sanzol nos ofrece una comedia con una estética contemporánea, pero los argumentos son los de siempre, la farsa, la contradicción, la locura, el delirio, sirve como vehículo de evasión y agrada en lo esencial. Aunque a pesar de ser una comedia pura, mantiene siempre un fondo de dolor (quizás toda comedia tenga en el fondo un dolor), una mirada al mundo más allá de las risas. En este caso un progreso que nos ahoga tanto como lo necesitamos “Porque todo el mundo está en contra de las centrales nucleares pero bien que quieren tener mucha luz en sus casas” “A nadie les parece bella la autopista, ni se paran a disfrutarla, pero bien que la utilizan siempre que se montan en el coche” (ambas frases reproducidas “a mi aire”)
El tema es muy simple, una casa familiar que se ha quedado al lado de una autopista, una hermana cree que mejor venderla, otra que mantiene el lazo emocional y no quiere venderla. Ideas disparatadas, personajes inimaginables, fantasmas, humanos que son más fantasmas, amor, sexo y diversión!. Sanzol hila muy bien toda la argumentación, y el público lo agradece, porque la obra genera un interés en el argumento, un conflicto que deseas saber cómo se solucionará.
Los personajes nos llevan a un tema siempre conflictivo y cercano, la familia. Aquella que amamos, aquella que no soportamos, aquella que siempre está, aquella que a veces podría estar un poquito menos, aquella que esté cuando no queda más que vacío. La conexión por parejas de hermanos, es una potencia de la creación de los personajes, por debajo de la carcajada se mueven mochilas, comprensión y cariño, odio y costumbre.
Los actores se lo han pasado muy bien, se han divertido en la creación de la obra, están frescos, especial mención a Estefanía de los Santos, “Guada”, con un trabajo de voz y emocional muy potente, que conecta rápidamente con el público. Francesco Carril tiene el personaje con el humor más sutil de la obra, y además ejerce un movimiento corporal que hace muy especial a su personaje. En general el trabajo actoral consigue ser una potencia más de la obra.
Una comedia llena de ritmo, cuyo momento más tierno y profundo es (sin espoiler) cuando se miran a los ojos y se pide tener la “valentía de aceptar al otro”.
El Teatro Central no defrauda, tiene una programación de altísimo nivel tanto nacional como internacional, tenemos la suerte de tenerla al otro lado del río, pero sigue sorprendiendo la poca gente joven que va al teatro, de menos de 40 años no es fácil velos en el teatro. Bares, conciertos, música, cine, deportes, gimnasios, universidad, masters, etc, pero el teatro se les ha olvidado. Se lo están perdiendo. Aun así, tanto el Central como el Lope de Vega están siempre bastante llenos. Si las generaciones más jóvenes quisieran venir habría que construir teatros en Sevilla.
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