Pocos libros transmiten el placer que el autor ha sentido al escribirlos. Este es uno de ellos. A Stefano Malatesta (Roma, 1940) – corresponsal de guerra, viajero sin tregua – le apasionan las historias bélicas y tiene el talento para transmitir su pasión. En ‘La vanidad de la caballería’, variopinta colección de anécdotas militares – todas interesantes y muchas tan formidables como su apellido -, Malatesta nos enseña las colinas embarradas de Waterloo desde los ojos de Napoleón, o las montañas de Kobarid (Caporetto en italiano) a través de un joven y audaz oficial alemán que se llama Erwin Rommel.
“Mi generación no tuvo como profesor de historia a Edward Gibbon, Jules Michelet, Fernand Braudel o A. J. P. Taylor, sino a Cecil B. DeMille y todo el cine de Hollywoood”, escribe en la primera línea de su maravilloso relato de la carga de la Brigada Ligera en la guerra de Crimea (1853-1856). El ataque, mezcla de locura y torpeza, solo fue heroico en la pantalla. En la realidad fue una matanza gratuita y, como muy bien cuenta Malatesta, el resultado (casi) inevitable de que los aristócratas llegasen al mando de los regimientos británicos a golpe de talonario. Solo así, comprando el puesto, Lord Cardigan, que “tenía fama de ser de una estupidez anómala e ilimitada que resultaba patente en todo lo que hacía”, ostentó un puesto para el que no estaba cualificado.
Henry John Wilkin, uno de los supervivientes de la Carga de la Brigada Ligera
Lejos de ser juzgado en un consejo de guerra, Cardigan se convirtió en un héroe de esa Inglaterra imperial donde no se ponía el sol. En este libro de belleza mestiza – a veces crónica de viajes, en ocasiones relato biográfico (son magníficas las páginas dedicadas a Churchill y a Napoleón) y, siempre, análisis certero – aparecen también héroes verdaderos, como el alemán Von Lettow, “el guerrillero que nunca fue derrotado”, que puso en jaque a decenas de miles de soldados británicos que le persiguieron sin éxito por las selvas y sabanas africanas durante la IGM. O el mucho menos conocido Amedeo Guillet, que en la siguiente guerra mundial fue la pesadilla de los británicos que combatían en Etiopía.
Amedeo Guillet, ‘el comandante Diablo‘
A Amedeo Guillet sus hombres – una variopinta hueste de jinetes “etíopes, yemeníes, eritreos, libios, contrabandistas saudíes y refugiados sudaneses” – le bautizaron con admiración ‘Communtar as sciaitan’: ‘Comandante Diablo’. Malatesta recupera (o nos descubre a muchos) su historia – ésta sí, digna de una gran película de aventuras – y también otros episodios de las dos guerras mundiales desde el punto de vista italiano. Su afilado sentido del humor le aleja de cualquier visión patriótica. Por eso son tan creíbles sus elogios a los soldados italianos que resistieron durante once días la ofensiva británica en El Alamein, pese a la desigualdad del combate. El mérito se lo llevó un inglés (otra vez) sobrevalorado.
En este enlace podéis leer las primeras páginas de este fantástico libro. Y este regalo, de propina.