Era el cumpleaños de Benito, el elegante, el charlatán, Benito el señor que caminaba por el anden.
Solíamos no celebrar su cumpleaños porque muy pocas veces solíamos recordarlo. Todos los días eran cumpleaños para él, las siestas, los sombreros, sus sombrillas. Coleccionaba hasta la más mínima falsedad de artefacto en la utilidad del hombre, aquellas chucherías sin sentido, lo que nosotros llamamos cosas comunes, lo que usamos sin usar y botamos sin pensar.
No era como aquellos de la calle, rebusque que rebusque. Benito se levantaba a las 3:00 a.m., bebía su café negro y calentaba su tostada de amapola, ya bañado y bien perfumadito llegaba a la temporada del día en la que escogía su sombrero; a eso de los 50 años fue perdiendo lo que le quedaba como un par de entradas y 5 canas de pelo, así que Laura su hija decidió regalarle un bonito sombrero de hala corta, otro de buré y uno para los domingos. Al cabo del tiempo Benito llegó a tener tantos sombreros como años.
Era su cumpleaños número 68, un número importante porque no eres lo suficientemente viejo para que te digan abuelito a los 70's pero tampoco eres lo extravagantemente joven como para olvidarte de la misma juventud. Cada año caminaba en el anden esperando por su sombrero, se levantaba, tomaba su café negro, su tostada con amapola, peinaba sus tres pelos y sus esperanzas guardaba. Tomó el primer bus hacia el centro, caminó hacia el anden y espero.
Benito se sentaba en la tercera banquilla del anden, su tren llegaba a las 9:45 a.m., su sombrero también. Tan solo le tomo 67 sombreros esperar al último de ellos, tomó su tiempo para esperarle, para amarle por ser el último, pensó en su color, en su forma, en su hala, pensó en la ropa con la que combinaría aquella obra maestra de su vida, pensó en guardarle, nunca usarlo mas que tan solo ese día. Pero la vida no puede ser tan egoísta, tenía el valor de vestir a sus sombreros como ninguno, su rutina le cambiaba a cuatro pasos de menos por día. Merecía su último sombrero, el sombrero 68.
Celebramos los cumpleaños como años, y no como cosas, coleccionamos momentos y no aquello que nos hace sentir completos, me alegro de haber celebrado la velita 68 con Benito; su tren llegó, el mismo recogió su sombrero en el mismo vagón que el año anterior, en el mismo sillón que todos los otros 67.