Revista Viajes

La venganza del Tepui

Por Captainflint

Lo malo de subir una montaña es que luego hay que bajarla. Llevas cuatro días hartándote de andar y en mi caso al menos prácticamente sin haber descansado porque las rodillas me matan cuando tengo que dormir una tienda. Físicamente estás tocado y, lo que es peor, psicológicamente has perdido toda la motivación porque ya has visto todo lo que había que ver.

Desandar lo andado da una pareza terrible y uno querría poder teletransportarse a una cama de verdad, a una ducha de verdad, a un puto baño de verdad. Es decir, a la civilización. A un lugar donde puedes comer algo que no sea pasta o arroz con salchichas o atún.

De Trekking

En el trekking de Roraima estas ganas de finiquitar el asunto se sienten aún más porque son seis días en total los que te pasas trotando por el monte y, al contrario por ejemplo que en el de Ciudad Perdida, la infraestructura es mínima y cualquier comodidad inexistante. Eso desgasta y mucho.

Bajar la rampa fue un gran coñazo. Prefiero mil veces subir por mucho que canse más que andar haciendo el cabra cuesta abajo siempre a punto de romperme un tobillo o caerme y partirme la almendra. El resto del camino hasta el campamento Tek fue otro gran coñazo, con todos esos Puri Puris de los que habíamos conseguido olvidarnos en la cima de Roraima yendo a por nosotros a saco.

La noche en Tek fue más que un coñazo, fue un infierno. Cayo una tormenta tropical de cojones. Una de esas que normalmente sólo dura un ratito pero que en este caso no paró durante tres horas. Nos pilló comiendo bajo el cobertizo del campamento y allí nos quedamos, esperando que pasara y confiando en que la tienda estuviera soportando esa tromba de agua. Como el diluvio no sólo paraba sino que cada vez iba a más, salí del cobertizo y fuí a comprobarlo.

Desastre total, el agua ha entrado por todas partes. Lo peor de todo es que la famosa cámara waterproof estaba dentro, totalmente abierta porque un rato antes le había pedido a Adrian que hiciera su magia de nuevo para secarla al sol a ver si acababa de funcionar.

Cuando el cielo se nubló y empezó a pintar mal, había tenido la previsión suficiente de meterla dentro de la tienda, todo orgulloso de, por una vez haber evitado el “Paco maestro del desastre” prestando atención a las cosas. Pues no, te jodes Paco, ahí va un diluvio que va a filtrarse por la tienda exactamente encima de la cámara empapando todos los circuitos y haciendo muy improbable la esperada resurrección.

Campamento Tek

Me cago en todo. Aparte de la que se filtraba por las esquinas, el único sitio por donde goteaba agua desde arriba era exactamente encima de la Pentax. Estas cosas dan que pensar. ¿se habría cabreado Roraima porque fumamos cachimba en la cima ¿o porque nos la llevamos? ¿o por otras cosas que habíamos hecho allá arriba? Al final va a ser verdad que la montaña estaba viva.

A todo Dios en el campamento le había pasado lo mismo y el enano cobertizo de mierda que, por otra parte, estaba medio inundado también se petó de gente tratando de ponerse a salvo,tanto ellos como sus mochilas. Aquello parecía el subte de Buenos Aires a las seis de la tarde y lo peor es que la lluvia paraba. Todo parecía anticipar una gran noche de mierda.

Afortundamente teníamos ron y teníamos cachimba. Empezamos a fumar a saco y va a ser cierta la teoría de que el tepui echaba de menos el humo de la pipa. Al cabo de un rato empezó a llover menos y una hora después había parado por completo. Era momento de volver a la tienda y empezar a drenar agua de dentro como si fuera un barco que se hunde. No iba a ser la noche más cómoda de nuestras vidas (una más) pero el resultado era aceptable y allí se podía dormir.

Apenas ameneció todo el mundo estaba muerto de ganas de salir de allí y volver a Santa Elena. El pobre Wingo había pasado la noche durmiendo con una horda de Puri Puris y amaneció terriblemente picoteado por todas partes. Se ve que les resultó exótico a los bichos que se pusieron las botas en el restaurante chino. Nosotros nos llevábamos también unos cuantos recuerdos pero nada exagerado (recomendación: el aceite de coco es lo único que parece funcionar mínimamente para mantenerlos lejos).

Limpié como pude la ahogada cámara y se la dí a Adrian para que me la armara de nuevo. La encendí y sorprendentemente no sólo funcionaba sino que además la mancha de humedad era mucho menos densa y casí se veía bien. No obstante las fotos seguían sin salir. La guardé confiando en encontrar en los próximos días otro Adrian que la pudiera desmontar de nuevo (*).

Tres agotadoras horas después estábamos de vuelta en el punto de partida. Íbamos todos fundidos, yo el que más. El talón me mataba y los hombros iban petados de llevar el peso de la mochila. Roraima consiguió llevarme al límite mucho más que la Ciudad Perdida, cosa que en cierto modo andaba buscando.

El trekking, hecho por libre como nosotros lo hicimos, sin porteadores y teniendo que cocinar nosotros se hace jodido. Se llevaría mejor si los lugares donde se para estuvieran medio acondicionados (qué poco costaría montar un techo y unas hamacas con mosquiteras!). Pero entre mosquitos, suelos duros y bichos desagradables que andan por allí, uno no consigue descansar bien ni una noche.

Son seis días que se hacen largos, bastante largos. Y francamente, no creo que contratando el tour “comfort” la cosa cambie mucho. Te ahorras llevar tu tienda y la comida pero sigues teniendo que pasar la noche en esos lugares de mierda y los mosquitos te pican igual.

¿Merece la pena? Cuando volvía jodido de calor no lo tenía tan claro. Ahora que escribo a posteriori ya recuperado naturalmente que lo recomiendo. Lo que se vé en Roraima no se vé en ningún otro lado. Pero me imagino que estaría escribiendo algo muy diferente si resulta que tras tantas penalidades nos hace un tiempo de mierda arriba y no vemos nada como les pasa a muchos grupos. Porque está claro que el trekking de Roraima son seis días de los que realmente se disfrutan sólo los dos que uno pasa en la cima, el resto es una palizilla.

Para cerrar el tema una mención al grande de Adrian que, aparte del asunto de la cámara, demostró ser un guía al nivel del mítico Alí de Ciudad Perdida. Un tío siempre atento y colaborador, dispuesto siempre a echar una mano y, además, algo poco común en esta gente, con muchas ganas de relacionarse con los turistas. El aprendió bastante español y nosotros algunas palabras en lengua pemon que por supuesto hemos olvidado inmediatamente.

Todas salvo una que sonaba algo así como “Pomoichakasak”, el nombre de una salsa picante que me consiguió el primer día en el poblado del que salimos. Un brebaje hecho a base de pimientos y termitas enormes machacadas que flotaban como tropezones en la salsa. Sonará desagradable pero sabía delicioso amigos y consiguió que seis días a base de pasta y arroz se hicieran un poco menos monótonos.

Adios a los trekkings

Roraima significó el último gran esfuerzo de este viaje. La última gran caminata, el último vertido de gotas y gotas de sudor. Espero que también las últimas noches durmiendo en el puto suelo, digo haciendo camping, y cagando en agujeros. Basta de hacer el capullo por el monte.

Pero hay que reconocer que lo de hacer trekking, como lo de subir montañas, ha molado mogollón. Empecé muy prontito con ellos. Recién aterrizado en Sudamérica sorprendentemente me encontré sudando como un cerdo en la Chapada Diamantina en lugar de hinchándome a caipirinhas en la playa. Aquello era claramente una señal, el viaje iba tener mucho más de movidas naturales que de copazos.

En aquel tramo del viaje aún me dió tiempo a pegarme un par de paseos por la jungla de camino al Pao de Azucar en Rio de Janeiro. Más adelante, ya en Argentina, me fuí a ver cóndores a la Quebrada del Condorito, en la Sierra de Córdoba.

En mitad de mi estancia en Buenos Aires me escapé unos días a la Patagonia para hacer el que, seguramente es el más memorable de todos los trekkings de este viaje: la W, en el Parque Nacional de Torres del Paine, en Chile. Lagos de azules increíbles, picos espectaculares y glaciares en los que conseguí subirme. A pesar de que el tiempo me arruinó la mitad del recorrido, la otra mitad que pude ver me dejó más que satisfecho.

En Bolivia me recorrí la Isla del Sol, en el lago Titicaca. Un trekking facilito y agradable pero espectacular. Los caminos recorren pueblecitos repletos de pintorescos lugareños y animales por doquier. Las vistas del lago son impresionantes y alguna que otra ruina ínca por allí.

En Perú me hice los dos más clásicos. El trekking del Cañón del Colca, en Arequipa,nque no me impresionó mucho y el de Santa Cruz, en Huaraz, que me pareció interesante pero no tan extenuante como esperaba. Claro que aquel si lo hice con guías, cocinero y hasta burros que llevaban las cosas. Fueron sólo dos noches durmiendo en tienda de campaña y hacía frío pero se llevaba bien.

En Ecuador iba con idea de hacer el Quilotoa loop que es el más famoso del país pero al final, por falta de tiempo, acabé viendo sólo la laguna que es espectacular pero sólo requiere un par de horas de bajada y una de subida.

En Colombia fue la Ciudad Perdida. Cinco días de trekking por la jungla de la Sierra Nevada. Tuve suerte con el tiempo y muchísima suerte con el guía. La comida era excelente, los campamentos cómodos y la Ciudad Perdida uno de los lugares imperdibles del viaje.

El de Roraima puso punto y final a tanto gasto de energía. En lo poco que queda de viaje no volverá a haber esfuerzos semejantes. En realidad, en lo poco que queda de viaje no haré mucho más que tirarme en playas brasileñas, tumbarme en hamacas y beber caipirinha. Un descanso más que merecido.

(*) Estaba yo en Alter do Chao, cinco días después de que el diluvio universal ahogara por segunda vez la cámara cuando me dió por encenderla y…. la mancha de agua no estaba! No quedaba nada de ella. Eché una foto y… funcionó! La Pentax volvía a estar completamente operativa. Grande Adrian! Lo que no tengo claro aún es si sigue siendo “waterproof” después de haber sido destripada un par de veces y sólo hay una forma de comprobar eso…


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