La ventajas de ya no ser primerizas

Mi pequeña de tres años cambió de escuela y en el nuevo grupo soy la que más hijos tiene. Haber sido primeriza en el pasado me permite hoy disfrutar del momento desde otro lugar

Con mis hijos mayores pude ser de esas madres que están en todos los detalles del colegio. Como todas tenemos nuestros gustos y tiempos, al ser mamás cada una lo hace desde su propio lugar: algunas prefieren ir a la puerta todos los días, otras delegan la tarea, están las que adoran hacer los trabajitos con los chicos y las que los hacen solas por sus hijos.

Con el mayor hacía todo casi perfecto, o por lo menos trataba con todas mis fuerzas. Intentaba que el uniforme estuviera impecable, los útiles completos, que asistieran a todos los cumpleaños y participar en todas las actividades, desde las formales de la escuela hasta las extras como organizar los regalos de cumpleaños o el Día del maestro.

No me salió perfecto, claro, porque nadie lo es. Me angustiaba y me daba culpa cada paso que no se podía cumplir. Si llegaba al colegio y me daba cuenta de que me había olvidado algo, si tenía otras tareas y no podía buscar a la pequeña, o cualquier otro tema que saliera mal, me llenaba de culpa.

Algunas pensarán que cuando llegaron los hermanos me fui relajando, pero eso no pasó. Pensaba que debía criar a todos iguales: si lo hice con uno, lo hago con todos. Así que fueron años intensos en lo maternal, entre las hormonas de los embarazos, nacimientos, mis cambios, los de mi esposo y los de los chicos. Llegó un momento en el que ya no podía seguir así.

Un día cambié, dejé de ser primeriza-obsesiva (¡aclaro que no todas las mamás entran en esta categoría! Admiro a aquellas que logran equilibrar y sobre todo dejar la culpa atrás) y pasé a ser una mamá real. Priorizo, analizo y hago lo que puedo, lo que es mejor para mi familia, donde no solo están los chicos sino también estamos nosotras, las queridas mamás.

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