“Empezaba a hacer frío y su paseo debía acabar. El sol se escondía en el horizonte dejando un suave letargo que iba cambiando de color según avanzaba la noche. Rojos, rosas, añiles y violetas pintaban el paisaje ante sus ojos; “estas nubes tan rojas y aborregadas anuncian viento, se decía, mañana vendrá el viento de poniente, seguro”. Recogió sus bártulos, los puso en el carrito y volvió a tomar el camino, rumbo a la ciudad, para buscar algún desheredado del mundo que pudiese ofrecerle un trago de su brick de vino y calmar un poco el frío. Cuando llega a la ciudad ya es prácticamente de noche y el parque parece desierto. Los vagabundos que se suelen quedar en él no están, seguramente habrán ido a otro sitio donde no pasen tanto frío, se dice.
Se acordó de que el Mangas le había dicho que ahora dormían bajo el puente del cauce viejo. Allí no hace tanto frío como en el parque, le dijo, se puede hacer hogueras, aunque la humedad y las ratas a veces molestan más que en el parque. Ella tenía que buscar también un buen rincón para pasar la noche, uno lo suficientemente resguardado de la intemperie. Lo forraría con los cartones que llevaba en el carrito y se taparía con la manta raída que le habían regalado en el albergue. La noche anterior había dormido allí, pero hoy no podía hacerlo, no podía dormir más de dos noches seguidas.
La ciudad agoniza entre dos luces, repleta de gente que vuelve a su casa tras la jornada laboral; las cafeterías rebosan de clientela y los vendedores ambulantes de rosas y otros artilugios aprovechan para intentar sacarse unas monedas; en las aceras los comerciantes bajan las persianas de sus establecimientos con gesto de cansancio. Las luces comienzan a encenderse y la calle queda pronto iluminada por alegres guirnaldas de bombillas de colores que anuncian la pronta Navidad, pero para Blanca no serán fechas muy alegres.”
“La ventisca” (fragmento)
De mi libro “Cuentos neuróticos“, 2015, Chiado editorial
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