Está bastante dicharachero el Vicepresidente de Tussam, el doblemente imputado Guillermo Gutiérrez. Y si no, para muestra un botón; en los seis años que lleva al frente de la empresa no se había dirigido ni una sola vez a los trabajadores, a no ser desde el altivo púlpito de los titulares de los medios de comunicación. Sin embargo, sólo en los dos últimos meses ha escrito ya dos cartas a los mismos.
Debe ser que, ahora que parece que su estancia al frente de la empresa puede tener los días contados, ha sufrido un absceso de verborrea espontánea e incontenible, que lo mantiene escribiendo cartas todo el día como un amanuense del medioevo.
En su última misiva, Gutiérrez no sólo se empeña en continuar desnudo por el mundo creyéndose a pies juntillas que viste un traje de empaque, sino que además pierde de su puño y letra la poca vergüenza política que le quedaba, si es que le quedaba alguna.
Destaca en el arranque del comunicado que quiere “dejar claro que no tengo ningún interés personal y que sólo me mueve el intentar sanear y garantizar el futuro de la empresa”. A buenas horas, mangas verdes. Se supone que eso debe ser condición sine qua non del gestor público. ¿A qué tanto empeño en resaltar esa entrega desinteresada, que por otra parte tendría que ser como el valor en la mili, que se da por hecho? ¿Acaso pretende insinuar algo que no se atreve a decir, algún otro interés que no quiere desvelar?
Sigue empeñado en que “debatir sobre quiénes fueron los culpables [de la situación actual de la empresa], ni arregla nada, ni soluciona el problema”. Y no se percata de la mala imagen que produce el que un empleado público con responsabilidades en el asunto quiera mirar para otro lado cuando la empresa se ahoga en un agujero sin fondo de ciento veinte millones de euros de deuda. ¿Qué interés puede tener el desinteresado Gutiérrez en que no se depuren responsabilidades? ¿Por qué tanta obstinación en que no se tire de la manta? Sería conveniente que Gutiérrez explicara esto a los ciudadanos, queya se sabe, la gente es muy mal pensada y puede acabar creyéndose alucinaciones.
De sus palabras se desprende un hálito como a recién llegado, como si no se hubiese enterado de nada de lo que ha ocurrido en estos últimos seis años en la empresa y se hubiese encontrado por sorpresa y sin quererlo con el marrón. ¿A qué se ha dedicado entonces Gutiérrez durante los seis años que lleva al frente de Tussam? ¿Sólo el aparecer de vez en cuando desde los titulares de los medios atacando a trabajadores inocentes justifica seis años de gestión? No se puede presentar un balance más pobre y más mediocre.
Además de permitirse el lujo de llamar “irresponsables” a personas y organizaciones con las que él mismo se ha sentado a negociar y ha llegado a acuerdos -¿entonces no eran tan irresponsables, Guillermo?-, asegura que la solución de la empresa se sustenta sobre “cuatro patas”, a saber, “la propia empresa, los usuarios, el Ayuntamiento y en su caso, la Junta de Andalucía”. De lince, vamos todo un tratado de economía moderna aplicada. Que lo fiche la Universidad de Oxford antes de lo capten los enemigos del sistema.
Sus preocupaciones inmediatas en esta cruzada salvadora que ha emprendido, acompañado por ese fiel escudero que no tiene un pelo de tonto llamado Arizaga, ese hombre, son “garantizar el carácter público de la empresa, el empleo y las pensiones de nuestros trabajadores y ahorrar costes”. Y aquí es cuando ya me entra el canguelo; ¿las pensiones? ¿Pero que tiene que ver Tussam con nuestras pensiones? ¿No estará poniendo en práctica esa técnica de la ingeniería financiera de última generación que se ha sacado de la manga el ínclito presidente de la patronal, Díaz Ferrán, y que consiste no ya en no satisfacer las cantidades que como empresa te corresponden como cotizaciones a la seguridad social, sino apropiarte las de los propios trabajadores? Sería lo único que le faltaba para cubrirse de gloria.
Además, este socialista de pro, en un ataque de humildad sin precedentes, confiesa que “nunca he pedido, ni pediré, que todo el esfuerzo caiga sobre los trabajadores” en una cantinela romántica que me ha ablandado el corazón y ha conseguido que afloren dos tiernas lágrimas al tobogán ajado de mis mejillas. ¡Amos venga ya! Mejor, cúrese en salud y pague a los trabajadores todo lo que se les adeuda, que no es poco.
En todos los discursos y declaraciones que he oído a este señor, y son bastantes, jamás le he escuchado referirse a la parte del sacrificio que van a asumir los directivos de la empresa, como tampoco a la necesidad de su reducción en número. ¿Acaso, si se disminuye el número de efectivos en la plantilla, no disminuiría en lógica proporción el trabajo y la responsabilidad de ellos? ¿Sobran trabajadores, pero no directivos? ¿A quién pretende engañar?
Al final del escrito, antes de la despedida, nos vuelve a pedir un esfuerzo, como siempre y a los de siempre. “El nivel de esfuerzo de la casa deben de decidirlo ustedes”, no arenga.
Un esfuerzo que saldría de nuestras espaldas en exclusiva, para que las cuentas de la empresa vuelvan a recibir esa mano de maquillaje de urgencia, tan necesaria cuando se salen de madre, que permitiría, una vez aliviada su mortífera enfermedad, que mañana cuando venga otro Gutiérrez de turno se puedan continuar haciendo las barbaridades que se han hecho aquí, dilapidando ingentes cantidades de dinero público en proyectos y actuaciones más personalistas y de propaganda ególatra que otra cosa. Pues menuda novedad la suya, señor Gutiérrez.
Mire, yo le propongo un simple ejercicio de cálculo, algo elemental, de primaria vamos. Calcule usted cuánto le ha costado al ciudadano sevillano innecesariamente el hecho de que haya usted judicializado las relaciones laborales en una empresa de mil quinientos trabajadores. Cuánto el implantar el clima de guerra que ventea Tussam y que tan nefastas consecuencias nos ha traído a todos. Tire de calculadora y averigüe de una vez a qué precio va a pagar la ciudadanía sus ínfulas de estratega en maniobras de exterminio sindical. En definitiva, aclárenos a los sevillanos cuánto nos ha costado el incendio que usted mismo se ha encargado de propagar en Tussam. Entonces, y sólo entonces, recuperará usted algo de la credibilidad desperdiciada, si es que ese milagro es posible en el mundo de los vivos.
Pero déjeme que le diga una cosa: por muchos dígitos que esa calculadora galáctica que utiliza sea capaz de generar, ninguno será lo suficientemente extenso como para satisfacer la deuda de las dos vidas que se han segado inútilmente durante su mandato y el de su lugarteniente de salón Arizaga. Eso, permítame que se lo diga, señor Gutiérrez, lo tendrán que cargar ustedes sobre sus conciencias el resto de sus vidas.
Mientras tanto, déjenos en paz con nuestros problemas y no venga a contarnos cuentos, que nosotros sabemos de sobra a qué fue Caperucita al río.