También hubo amantes. Fueron pocos, y aparte del primero (…), los otros no hicieron sino reafirmarle lo mismo: que nada había de nuevo bajo el sol en lo que respecta a las relaciones de género, nada que no permitiera darle otra posibilidad al amor bajo nuevos parámetros. Con sus amantes -tres, cuatro tal vez- no podía sino repetir aquello de lo cual deseaba huir. Con ellos, paradójicamente, hizo el irreversible aprendizaje de la soledad que se convertiría en amor a la soledad y que le permitiría por fin confrontarse consigo misma, sin miedo, sin temor y con un inmenso e inaugural goce.
Entre los hombres también están los amigos, los verdaderos, aquéllos que nos permiten recordar que todos y todas pertenecemos a la especie humana y que pueden existir relaciones entre hombres y mujeres exentas de poder, de deseo, de cálculos, de envidias. Ella tenía amigos de éstos, dos, tres, no más, con los cuáles podía reírse del feminismo o defenderlo acaloradamente, porque ellos la aceptaban tal cual, sin pedirle cuentas ni argumentaciones académicas. Y en contraparte ella aceptaba sus arranques de machismo, sus ritos a veces tan masculinos, porque ellos, después de todo, no hacían parte de lo que soñaba cambiar; por ser sus amigos gozaban de una condición particular que no se podía justificar ni argumentar. Eran sus amigos. Punto. Y esto también fue importante para ella, porque le permitía tomar conciencia de la mujer patriarcal que la habitaba y que no quería o no podía erradicar del todo. Y supo asumir esas contradicciones que tal vez la hacían más humana. Nunca podría ser una feminista radical ni traicionar su sentir, eso lo sabía.
Género: femenino. Florence Thomas