II
Es verdaderamente alentadora de nuestra labor la corroboración que los hechos prestan día por día a la tesis que defendemos. Una sola ojeada retrospectiva nos muestra cuán lejos nos hallamos, no ya de aquellas jornadas de 1919 en que unos cuantos entusiastas del presidencialismo luchaban con el desconocimiento que de esta doctrina padecían aun los más obligados a conocerla, sino de las otras, más próximas, de enero de este mismo año en que ilustres personalidades del republicanismo nos oponían su desconfianza basada en el temor al ejercicio tiránico del poder personal.
De entonces acá toda una etapa de constante e ininterrumpida lucha en pro de nuestros caros ideales marca la trayectoria de nuestra actuación, en la que ni un solo instante hemos dejado de demostrar, ya con razones teóricas, ya con ejemplos prácticos, la falacia del argumento susodicho y aun la imposibilidad de que un régimen presidencial perfecto ofrezca ese peligro. No hemos de reproducir ahora íntegramente nuestros argumentos; nos bastará remitir al lector a los números 1, 2, 4 y 8 de EL PRESIDENCIALISTA y a La Lucha que se publica en La Línea de la Concepción, para corroborar nuestro aserto, de sobra ya sabido por cuantos nos leen.
Coronamento triunfal de nuestra labor ha sido para nosotros el artículo que, con el título " El caudillaje americano. A B C en Colombia" publicaba este periódico en su número del 4 de agosto pasado y en que, bajo la firma del competente publicista americano G. Camacho y Montoya se hacían las siguientes afirmaciones:
"Precisamente escribe lo contrario de lo que cree Fabián Vidal un hondo pensador americano, Francisco García Calderón, que en una de sus más penetrantes obras llega a lamentarse de la desaparición de los caudillos. Porque así es: ellos tienden a borrarse del escenario político de América".
¿Es o no es confirmación de cuanto afirmábamos acerca del papel de los caudillos americanos y de las causas de su existencia y desaparición?
Y sobre la actuación del caudillaje en general y de los caudillos, que: "tampoco es justo hablar mal de los caudillos, porque ellos, en el fondo, han sido un freno para las ambiciones de los jóvenes países, y gracias a ellos, igualmente, éstos, con más o menos imperfecciones, han podido organizarse".
Habla luego de los resultados del sistema presidencial en Colombia, y dice:
"Con el general Rafael Reyes, cuyo gobierno terminó en 1909, puso Colombia fin a sus presidentes tropicales. Y desde esa fecha hasta el presente vienen sucediéndose las riendas del Estado dentro de una completa legalidad y armonía ( 1)". La política -dice más adelante- "que ha sido el morbo de nuestras democracias" ha quedado relegada a un plano inferior en el programa de nuestros hombres públicos: "éstos, hoy, sólo tienen puestos sus ojos en la mejora del país...".
"Basten -añade- dos ejemplos [...]: la moneda colombiana se cotiza actualmente a la par que el dólar americano". "Colombia ha invertido en sus dos últimos cuadrienios 200 millones de pesos oro (más de 1.000 millones de pesetas) en obras públicas, siendo su capacidad económica cinco veces mayor".
Y ahora se nos ocurre preguntar al lector desapasionado: ¿puede ningún país "demócrata" europeo decir otro tanto?
Convénzanse, pues, los partidarios del parlamentarismo; el peligro que ellos señalaban no lo es y sí representa una ventaja positiva por cuanto en los países presidenciales el Parlamento sólo "legisla" mientras que el Presidente "ejecuta".
Jerónimo Martínez Doggio-
[1] "Ajustando -continúa- todos sus actos a los preceptos constitucionales". [Nota del Autor]. En realidad, en el artículo citado de Camacho y Montoya se emplea el verbo "ceñir". La posibilidad de consultar el artículo en cuestión en la Hemeroteca Digital del diario "ABC" nos ha permitido enmendar varios errores de transcripción que comete Martínez Doggio -que no modifican, naturalmente, el sentido auténtico de dicho artículo-, posiblemente por citar de memoria el texto. Excepto en esta nota del autor, hemos optado por reproducir, en los pasajes citados, el texto que figura publicado en "ABC". [Nota de Pablo Herrero Hernández]
"El Presidencialista", n.º 9 (septiembre de 1928)