Añadimos razón e imaginación a la vida, porque lo meramente vivido no nos da la verdad de las cosas. “No ha de olvidarse que la verdad no es nunca lo que vemos, sino precisamente lo que no vemos: la verdad de la luz no son los colores que vemos, sino la vibración sutil del éter, la cual no vemos” (Ortega y Gasset[1]). Por tanto, del trato directo con las cosas solo podremos extraer sinceridad, constatar sin ambages lo que uno siente sin agregar a ello ningún aporte de la imaginación. “Pero la verdad no se siente, la verdad se inventa” (Ortega y Gasset[2]); sinceridad no equivale a verdad. El realista, el sincero, se atiene a lo que ve o siente, pero la verdad está más allá de lo evidente. El bosque no son los árboles que vemos, sino lo que está oculto tras ellos. Por eso Nicolás de Cusa hablaba del Deus absconditus: lo que más importa siempre está más allá.
[1] Ortega y Gasset: “Asamblea para el progreso de las ciencias”, O. C. Tº 1, p. 101.
[2] Ortega y Gasset: “Planeta sitibundo”, O. C. Tº 1, p. 147.