Para mi hermano, siempre vigilante:
Dice Heráclito que la guerra es el padre de todas las cosas: a los unos los designa como dioses, a los otros, como hombres; a los unos los hace esclavos, a los otros, libres. En otro sentido, la guerra, más que discernir, enseña. No en el sentido convencional, como aquel entramado de instituciones, normas y fuerzas que pretenden disciplinar y ordenar aquello que, de suyo, no se deja subordinar ni convertir.
La guerra enseña, pero no dirigiéndose al hombre abstracto -sea éste soldado, médico o general-, sino al concreto, al de carne y hueso, forjado por aquella amalgama de pasiones y miedos en que la carne humana consiste.
La guerra enseña a cada cuál quién es: le revela sus miedos y deseos más profundos, aquello que el yo había soterrado por serle insoportable.
La guerra ejerce tal presión a la naturaleza que ésta acaba haciéndose visible. En este sentido, aquélla media entre la naturaleza y la historia. Pone a cada uno en su sitio, de modo que, por primera vez en mucho tiempo, comienza la diferenciación.
La guerra es la mejor escuela porque no renuncia a enseñar al débil ni se conforta con engrandecer al fuerte. Obra, digámoslo así, fuera de los rieles por los que circula el artificio y el poder.