En los tiempos que corren es difícil no escribir sobre una historia que no haya sido ya escrita y redifundida por miles de internautas, más cuando uno esta anclado a un pequeño retazo de realidad global. Pese a todo no puedo resistirme a ciertas historias que no hacen más que emocionarme y preguntarme ¿como una sola persona, en el caso que hoy me ocupa, un niño, puede hacer más que muchos gobiernos juntos?. Esta historia viene a demostrarme que no hace falta más que verdadera voluntad para solucionar los tantísimos problemas que atribulan a tantos ciudadanos de nuestro planeta.
Esta historia empieza el invierno de 1998, en Kemptville (Ontario), localidad natal de nuestro protagonista, cuando la profesora del Colegio St. Michael, estaba dando una pequeña charla a su clase de primer grado sobre las condiciones y salubridad de los niños de su misma edad en África. Cuando la profesora preguntó a sus alumnos si sabían cual era la primera causa de muerte entre los niños africanos, todos dieron por sentado que era la escasez de alimentos. La sorpresa sacudió sus jóvenes conciencias cuando descubrieron que la primera causa de mortandad infantil en África no era otra que la mala calidad del agua que bebían. Pero fue Ryan Hreljac, que con tan sólo seis años, no dejó que la cruda realidad expuesta ante él, pasara a englobar una de las tantas resignadas aceptaciones con la cual solemos crecer. Espoleado por su curiosidad infantil le preguntó a la profesora cuanto costaba un grifo en África, a lo que la profesora, presa del desconcierto, le respondió con una cifra que había leído en algún documento, -70 dólares por una bomba extractora-. Libre del verdadero valor del dinero, al llegar a casa, pidió a su madre la cantidad que la profesora había estimado que costaba un grifo, con la peregrina idea de comprarlo y mandarlo por correo a África. La reacción de la madre, como podéis imaginar, fue una mezcla de burla y desconcierto. Pero Ryan no dejó que su primer encontronazo con la absurda realidad adulta que nos rige, acabara con su verdadera voluntad de ayudar a otros niños menos afortunados que él e insistió durante toda la semana sobre el asunto del dinero, ofreciéndose para tareas domésticas durante todo un año para conseguirlo.
Finalmente su madre aceptó, y si alguno se recuerda en aquellas edades, podrá entender que la madre no contaba mucho con que la constancia de un niño de su edad, lo llevara a cumplir su palabra. Pero este no fue el caso de Ryan, trabajó y ahorró cada una de las monedas que ganaba con el firme propósito de cumplir el sueño de salvar la vida a unos niños que no conocía y que quedaban muy lejos de la realidad que él vivía. Una vez conseguido los 70 dólares necesarios, fue acompañado por su madre a las oficinas de la Watercan, donde la directora ejecutiva Nicole Bosley explicó al encorbatado niño que con 70 dólares solamente se podía adquirir una bomba de mano y que para perforar un pozo se necesitarían unos 2.000 dólares. La respuesta de Ryan fue algo más que la ingenua respuesta de un niño, fue una ventana abierta a lo que seria su vida: "Tendré que hacer más quehaceres entonces..."
Ese fue el simple inicio de una especie de onda de empatía que se propagó por todo el vecindario y organizaciones a las cuales Ryan pidió colaboración. En ese primer intento consiguió que Bosley, convenciera a sus superiores y a la Agencia de Desarrollo Internacional de Canadá para pagar la factura del pozo a medias con el pequeño. Lo que dejaba la cifra en 700 dólares de ‘trabajos forzados’ en el hogar de los Hreljac, una familia de clase media-baja con recursos económicos limitados. La madre atrapada entre el orgullo y la devoción consiguió una entrevista a través de un amigo periodista para el periódico ‘Ottawa Citizen‘ que desembocó en un documental para la TV y la llegada de cheques y donaciones desde todos los puntos del país. Ahí nació Ryan’s Well, una iniciativa fascinante que hoy, con sólo 18 años, ha convertido a Ryan Hreljac en el presidente de una de las mayores ONG para la implantación de modelos de desarrollo en la crisis de agua. Desde entonces y hasta la actualidad ha dado servicio de agua potable a 678.292 personas.
La inquebrantable fuerza de voluntad de un niño pudo hacer manar agua donde antes no había más que sequía. ¿Que no podría conseguir la humanidad si todos tuviéramos verdadera voluntad de cambiar las cosas?