Ana Cerezuela es una niña-estrella que viene a reavivar los brillos de la poesía joven en España con un soplo de versos incendiados. Tiene la capacidad de alargar las sonrisas más tenues y de devolver la ilusión, a través de poemas breves que no vienen a descubrirnos nada, sino a describir todo aquello hacia lo que muchas veces no miramos.
Ana, mucho más conocida como Terafobia en las redes sociales, tiene un pequeña legión de seguidores en su canal de YouTube, una plataforma que no es precisamente famosa por albergar verdadero talento: he aquí una preciosa excepción. Sus vídeos son los de una chica muy madura para su edad que nos deleita con su literatura o con reflexiones sobre asuntos que le preocupan o le interesan: vídeos en los que siempre aprendemos algo.
La incandescencia como forma de vida
¿De qué sirve un corazón si no arde? Eso es lo que viene a decirnos Ana en sus poemas, que son un precioso canto a la vitalidad (a recorrer a toda velocidad las noches bajo la luna llena, a vivir estando siempre dispuesto a arder).
La cotidianidad y el mundo gris pueden hacernos caer en una suerte de apatía, y poemarios como este son la chispa adecuada para despertar y de pronto ser consciente de que se ha instalado un velo de suciedad entre la realidad y tú, y que debes atravesarlo de nuevo para vivir intensamente (pues de ninguna otra forma merecerá la pena).
Este sentimiento se refleja a la perfección en la preciosa ilustración de cubierta, a cargo de Xuri Fenton, que representa como en un cuento infantil a la protagonista atravesando un bosque iluminado por miles de pequeñas luces titilantes.
Este poemario es el producto de años de creación literaria, y el resultado es una pequeña selección de textos muy escogidos que se puede comprar en esta web (con envíos a todo el mundo) y que harían sonrojar a muchos editores renombrados; porque este libro está autoeditado. Ahora hablaré sobre ello.
Creación y autoedición, ¿la convivencia es posible?
A quién no le han abordado en un bar, poetas o narradores a los que ninguna editorial les da una oportunidad y deciden probar suerte por libre intentando venderte un ejemplar en persona. No suele salir bien. La figura del editor es importante, y aunque se publiquen muchísimos libros de dudosa calidad hoy en día, siempre se ha tomado como argumento válido que “alguien debía realizar la criba”.
Pues bien, aquí tenemos la prueba de que, cuando se tiene talento y se está dispuesto a trabajar duro, uno puede saltarse las normas. Ana Cerezuela disponía de un material de calidad, que se convirtió en un muy buen libro tras contar con ayuda para resolver los trámites administrativos y legales, y para realizar la maquetación y el diseño artístico.
A lo largo de todas las páginas encontrarán una fina línea continua, que se convierte en un dibujo distinto cada vez que comienza un nuevo capítulo. Es un detalle precioso y original, realizado por Juan Bermúdez, muy difícil de encontrar incluso en colecciones de editoriales independientes con presentaciones artísticas innovadoras y muy cuidadas. También hay que destacar que a lo largo del libro no encontramos ni una sola errata, algo casi imposible aún en las editoriales más grandes, donde siempre se cuelan algunas (o demasiadas) y donde brilla por su ausencia la figura del corrector. Este detalle, de veras, es clave.
Todo este despliegue de talento gráfico y literario lo convierten, en fin, en un libro-regalo para los sentidos, que se disfruta desde la primera a la última página.
Lo que sólo pasa en tu cabeza también es verdad
Quiero terminar con una reflexión que ya se apunta en el prólogo y que de alguna manera se mantiene a lo largo de todo el libro, como esa línea interminable que recorre las páginas.
Se trata de la eterna escisión entre realidad y fantasía: lo que sólo pensamos o imaginamos no puede ser verdad, porque no sucede en el mundo real, sólo dentro de nuestras cabezas. Bien, entonces, ¿por qué la evocación de “ese” recuerdo es capaz de hacernos temblar, emocionarnos, llorar…? El resultado es que esas lágrimas o esos vellos erizados sí son reales. ¿Entonces...?
A través de poemas narrativos y de versos libres, Ana Cerezuela describe un millón de sensaciones que le han hecho temblar a lo largo de su vida, real o figuradamente. Son poemas que deben leerse varias veces, con el objeto de extraer sus múltiples matices y significados. Nunca sabemos cuándo sus palabras evocan un recuerdo real o sólo imaginado, pero tenemos la certeza de que será cierto en ambos casos: y eso es lo que identifica a la buena literatura.
La grandeza de estos poemas reside en su aparente facilidad para leernos por dentro, enfrentándonos a sensaciones que todos podemos reconocer de una forma u otra. Así, como decía al principio, nos obliga a mirar de frente tanto a nuestros miedos como a nuestros anhelos, que muchas veces van de la mano, y que son, en todo caso, compañeros de viaje un tanto incómodos a veces.
Recomiendo especialmente este libro porque es una lección de vida y un despliegue de talento, muy apto tanto para adolescentes como para adultos exigentes. Me ha encantado acompañar durante un trayecto en su camino a la viajera incandescente, una chica con chispas en los dedos que es capaz de hacer magia con las palabras y que, definitivamente, ha perdido el miedo a arder.
Mis fantasmas
Cien mil incertidumbres
y una sola certeza: vosotros,
mis fantasmas, mis desarmas
de destrucción narrativa.
El día del alto al fuego
de mis temblores, vosotros
me arrebataréis el alma;
me devolveréis la vida.
*
La bailarina ha salido al balcón y llora
con los labios temblando y el alma encogida.
Prepara a oscuras la función de su vida
y lanza un grito de guerra al cielo
y vuelve despacio a su puesto,
a la cama equivocada.
Abraza a la persona errónea
y se abre el telón.