Revista Cultura y Ocio

La vida ausente

Publicado el 23 septiembre 2020 por Pilar Querencia @EremitaLa

«Cuando el vampiro entró en el bar, yo llevaba años esperándole»

Muerto hasta el anochecer

Charlaine Harris

Ahora que entra el otoño y se caen las hojas, que los días se acortan y el frío nos recuerda la crueldad de la vida, es cuando recuerdo que Halloween está a la vuelta de la esquina y que a modo de avatar cibernético, tengo que decantarme por un personaje de ficción terrorífica. Así que me coloco la capa de murciélago, los colmillos de plástico, la sangre falsa y me pinto una mordedura en el cuello para que todos sepan del porqué de tan oscuro y conocido disfraz. No hace falta que me presente porque todo el mundo conoce al vampiro, adorados y odiados a partes iguales, su presencia no puede desligarse de esa noche de mágica fantasía ni de la literatura. Nos guste o no, los no-muertos han venido para quedarse y saborear las mieles del éxito.

Cuando decidí enfrentarme a esta nueva entrada, estaba hechizada por la creación de mi tercer libro de la saga Canción de Vampiro y me pregunté por qué estas criaturas eran tan atrayentes. ¿Qué posee el vampiro que nos produce tanta curiosidad?

No nos engañemos, nos gusta la oscuridad. Este personaje clásico se ha convertido en un icono de las historias más oscuras y perversas, y se encuentra ya en todo tipo de géneros literarios, no solo en fantasía clásica. Por lo que su expansión y colonización de la literaria ha sido un abordaje de éxito rotundo.

Un ser a medias entre la vida y la muerte, con poderes sobrenaturales, capaz de absorber la esencia vital de las personas a través de su sangre y con todo un abanico de capacidades mágicas inquietantes. Romántico o sangriento, sensual o terrorífico, más terrenal o puramente demoníaco, melancólico o letal. O quizás todo a la vez, porque no olvidemos que las criaturas de la noche tienen esa polaridad extraña que los hace balancearse entre el bien y el mal, son héroes y villanos, matan y devuelven la vida… y eso da mucho juego en el arte de la creación.

Creando al personaje

Pero, ¿cómo se ha introducido este fenómeno vampírico en la literatura? Su transformación en el tiempo ha sido inevitable, pues los vampiros permanecen en nuestros mitos y leyendas y evolucionan con nosotros. Primero como un personaje diabólico y misterioso, para ir humanizándose lentamente, hasta ser perseguido por un ejército de adolescentes (y no tan jóvenes) e incluso, erotizar cada uno de sus movimientos creando nuevo público. Ya hablaban de seres que se alimentaban de sangre en los comienzos bíblicos y algunos atribuyen a Lilith, la primera esposa de Adán según los hebreos, este macabro cometido. En las antiguas mitologías de todo el mundo hay dioses o seres del inframundo capaces de saciar su sed con la sangre humana. En época medieval, el este de Europa se vio invadido por un ejército de vampiros al que todos recurrían cuando no tenían explicación para muertes repentinas, enfermedades o incluso plagas. Hoy en día no deja de ser una leyenda enraizada en el folclore más tradicional como las brujas o los hombres-lobo. Superados los miedos de antaño, nuestra sociedad ensalza la figura de estas criaturas de la noche dotándolos de misticismo, seducción y magia, en un ideal casi romántico y bello, desdibujando las terroríficas historias que se contaban sobre ellos. La literatura lo deja claro: desde Drácula de Bram Stoker, pasando por Entrevista con el Vampiro de Anne Rice, deteniéndonos en los vampiros modernos de Crepúsculo de Stephenie Meyer o los eróticos de Sokkie Stackhouse (True Blood) de Charlaine Harris. Lazos de sangre de Amanda Hocking, La casa de la noche de P.C.Cast/Kirsten Cast, las Crónicas Vampíricas de L.J. Smith, la saga Medianoche de Claudia Gray, Blood Magic de Tessa Gratton, La Sociedad de la Sangre de Susan Hubbard… y un largo etcétera. Sin olvidarnos de todos los libros que hablan de los orígenes de los vampiros remontándose a Vlad Dracul (Vlad Tepes) y los confines de la Historia, como Vlad de C.C. Humphreys.

La vida ausente
Imagen de ana carla en Pixabay

La llamada del vampiro

Pero, ¿qué es lo que atrae realmente de estos seres?

Como humanos tenemos el tiempo justo para vivir, dejar descendencia o amar. Tememos decir adiós para siempre. La idea de la inmortalidad es un dulce pecado al que muchos desearían aferrarse para no morir jamás. Combatir la enfermedad o la vejez a cambio de beber la sangre de otros, una especie de pacto con el diablo que proporcionaría eternas noches y ningún día soleado. Renunciar a la luz en pos de la oscuridad, renunciar a la vida por una muerte eterna, un limbo terrenal en el que drenar la esencia vital hasta convertirla en una sed incontenible, una adicción más poderosa que regirse por una sola ley: la inconsistencia humana.

Odiamos ser fugaces, frugales, banales. Queremos permanecer en el tiempo, que nos recuerden, que nos teman si hace falta, pero que no se extinga la obra de nuestra vida por la que tanto hemos luchado. Por ello renunciaríamos a todo por un poco de inmortalidad. Que no nos recuerden como una sombra, sino convertirnos en ella y pervivir por los siglos de los siglos.

Lejos de este ideal romántico sobre una criatura perniciosa para la raza humana, existen infinidad de leyendas que ya hablaban sobre ellos hace varios siglos. Nada nuevo que no sepáis ya, demonios que causaban enfermedades y que volvían de la muerte matando a sus vecinos para sembrar el terror. Os puedo asegurar que en mis viajes por Rumanía, cada vez que observaba un banco de niebla acercarse sobre los maizales se me ponía un nudo en la garganta. Y es que hay paisajes que evocan esa aura oscura que representa al vampiro, también me sucedió con las gárgolas de algunos edificios de Budapest. La oscuridad, el mal retorciéndose en todas sus formas y de repente, una figura humana. Una criatura tan parecida a nosotros que puede llegar a tener sentimientos humanos. ¿Una ilusión? ¿No utiliza el cazador cualquier recurso para atraer a su presa?

No olvidemos que no se refleja en los espejos, por lo que carece de alma y que en lo único en lo que nos parecemos es en su misión terrenal: sobrevivir al paso del tiempo.

¿Por qué escribir sobre ellos?

Cuando decidí escribir sobre vampiros me encontraba en una encrucijada en mi vida nada fácil de solucionar. Soñaba con vampiros de noche y lo escribía al despertar. Estos seres terroríficos personificaban la enfermedad que se estaba comiendo mi vida y que no me dejaba avanzar. Para mí siempre fueron seres místicos y fuertes, lobos con piel de cordero capaces de todo por seguir en este mundo. Sin embargo, habían sido humanos alguna vez y comprendí que la nostalgia debía rodear sus figuras con un halo de misterio y dolor insoportables. ¿Os imagináis sobrevivir a todos los vuestros? Yo no. Por muchos sentimientos que te arranque esa no-muerte, algo debe quedar ahí, aunque sea en el recuerdo, que te convierta en un ser desdichado. En resumen, melancolía y poder.

No sé si existen o no, no me toca a mí descifrar ese enigma, pero su leyenda ha trascendido hasta nosotros con la certeza de la inmortalidad. Nosotros caeremos o venceremos, pero los vampiros seguirán pasando de generación en generación, oscuros, únicos, temidos, eternos

Preparad los ajos, el crucifijo y la estaca, que si el viento va a favor llegaré a vuestras moradas de madrugada. Me he permitido unos versos:

Toda oscuridad es ausencia,

de vida con la que soñar;

a cada paso la muerte acecha,

como si fuéramos su rival...


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