Revista Cultura y Ocio
A D. Atilano no le gustaba su vida. Él no gustaba a quienes le rodeaban. Todos los días se dirigía a su trabajo en el banco, llegaba puntual y cumplía escrupulosamente sus obligaciones. Sus compañeros apenas si intercambiaban con él algún que otro comentario trivial, sobre el tiempo, el volumen de trabajo y poco más, si alguna vez se animaba a compartir la cervecita de los viernes se sentía fuera de lugar, sus palabras eran insustanciales e inoportunas, su presencia postiza y pesada.En casa su vida cambiaba bien poco, vivía con su madre y ambos eran de pocas palabras, sus silencios eran tan espesos que cualquier sonido temía sumergirse en ellos.Pero Atilano tenía una gran pasión: era fan de la música de los 60, y en internet encontró un modo de vivirla y compartirla sin que su gesto -entre el enfado y el asco- y su tono de voz -apenas audible- le hicieran invisible.Su blog fue creciendo y creciendo gracias a sus exclusivas aportaciones, tenía ya un nutrido grupo de seguidores, en su perfil D. Atilano aparecía con un aspecto juvenil y desenfadado en una de las pocas fotografías que tenía sonriendo, el photoshop hizo el resto.Su vida B era perfecta; allí era alguien, tenía seguidores que admiraban sus conocimientos y aplaudían su ingenio, su popularidad fue creciendo, quisieron conocerle. D. Atilano, horrorizado, no volvió a conectarse y su carácter se agrió aún más, fue cosechando antipatías y rechazos nuevos en su día a día.Pronto encontró una salida, también era amante y profundo conocedor del cine de los 60; nueva identidad, nuevo blog, nuevo y seductor perfil. A partir de las cinco de la tarde a golpe de tecla, su nueva vida B mitigaba la soledad y el vacío de su rutinaria existencia.Texto: Yolanda Nava Miguélez