En mayo la editorial Lumen tuvo la amabilidad de enviarme la novela de Marian Izaguirre La vida cuando era nuestra. También me invitaron a una entrevista-coloquio con la autora, a la que desgraciadamente no pude asistir por culpa del trabajo. Aun así, quiero aprovechar para darles las gracias por acordarse de mí y de Cuéntate la vida. Comencé a leer el libro nada más recibirlo, a comienzos de mayo, pero en esa época, el inicio del embarazo, estaba muy cansada, con muchísimo sueño y no lograba concentrarme, tuve que dejar el libro, era incapaz de leer nada.
Retomé la lectura durante el verano, pero está claro que no era el momento, porque la historia no logró atraparme, no llamaba mi atención lo suficiente, no me interesaba y como me aburría, al final lo di por imposible y volví a dejarlo. Pero como sabía que la novela estaba recibiendo muy buenas críticas, tenía claro que la culpa era mía o, al menos, de los momentos que había elegido para leerla, en cualquier caso no del libro, así que no me rendí y ahora en octubre he decidido darle una tercera oportunidad que, esta vez sí, ha sido la vencida.Aun así, y siendo consciente de que voy en contra de la opinión mayoritaria, no puedo decir que la novela me haya entusiasmado. Me ha costado muchísimo meterme en la historia y únicamente he disfrutado de verdad con la parte final de la novela que, tampoco voy a negarlo, me ha emocionado hasta casi hacerme llorar. Las protagonistas de esta historia son Alice y Lola. Alice es una británica que vive en el Madrid de los años cincuenta. Ya peina canas, ha vivido mucho y ahora busca la tranquilidad de la lectura y los paseos por la ciudad. Una ciudad oprimida por el franquismo. En uno de esos paseos sigue a un hombre hasta la pequeña librería en la que trabaja. Ese hombre es Matías, la pareja de Lola. Ambos son dueños de la librería. Una pequeña tienda en la que se ven obligados a vender novelas de amor, cuadernos, gomas de borrar y lápices de colores. Nada que ver con cómo era su vida antes de la Guerra Civil, antes de la dictadura, antes de que perdiesen tantas cosas. Porque ambos son de izquierdas, republicanos, rojos. Y se ven obligados a callar, a guardarse su rabia, su ira, el dolor y la impotencia que les provoca tanta injusticia. Incluso ante sus seres queridos. Porque la familia de Lola no comparte su ideología y por eso mismo no acepta su relación, que se casasen en 1936 por lo civil y no por la Iglesia ni, mucho menos, que Matías tuviese otra mujer, Adela. Lola y Alice son dos grandes amantes de la literatura y gracias a un libro que está expuesto en el escaparate de la librería, abierto, para que quienes se acerquen puedan ir leyéndolo, se convierten también en amigas, cómplices y confidentes. Dos días a la semana las dos mujeres pasan las horas sentadas tras el mostrador de la librería leyendo juntas el libro. Ese libro es La chica de los cabellos de lino, las memorias de Rose Tomlin, una mujer que a principios del siglo XX vive a caballo entre Inglaterra y Francia con sus amigos, sus amantes, viviendo la vida al máximo, pero sin llegar a ser ella misma nunca. Siempre a la sombra de mucha gente, demasiada, y sin encontrar nunca sus orígenes, sin llegar a saber quién es realmente. Durante gran parte de la novela no entendía qué relación había entre la historia que se cuenta en La chica de los cabellos de lino, la del pasado, y la del presente, la del día a día de Lola y Alice en el Madrid de 1951. No sabía qué aportaba una historia a la otra, hacia dónde iba la novela, a dónde quería llegar la autora. Y eso me desconcertó y, por supuesto, me restó mucho interés por la historia. Pero conforme se pasan las páginas todo cobra sentido, todas las piezas encajan, entendemos la relación entre esas dos historias, una dentro de la otra, que en realidad no son tan distintas ni están tan alejadas. Una transcurre en el Madrid de la posguerra, en plena dictadura, y la otra en la Inglaterra y el París de después de la Primera Guerra Mundial. Épocas y escenarios con sus luces y sus sombras, sus lujos y sus miserias. Porque así es la vida. Siempre nos da un poco de todo. Porque de eso habla esta novela, de la vida, la de Alice, la de Lola, la de Matías, la de Rose. La de antes y la de ahora. Porque la vida de las personas, sus sentimientos, sus fantasmas, sus miedos, sus anhelos, no son tan distintos, por mucho que cambien de país o de época. Además los saltos en el tiempo, el paso de una historia a otra es muy fluido gracias a que los capítulos son cortos, se van alternando los protagonizados y narrados por Lola, Matías y Alice y los de Rose. Por si no fuera suficiente, la alternancia entre la primera persona y la tercera también contribuye a darle ritmo a la novela y a que nos sintamos al mismo tiempo espectadores y actores de la trama. Esta historia nos habla también de literatura, del amor y la pasión por los libros, de cómo las personas, entre las que por supuesto me incluyo, somos capaces de encontrar un gran consuelo y refugio en los libros, esos amigos, esos compañeros que siempre están ahí cuando más los necesitamos. Para reír, para llorar, para animarnos, para hacernos olvidar. Para acompañarnos y compartir nuestros sentimientos, siempre, sean los que sean. Aunque me costó muchísimo entrar en la novela, comenzar a disfrutarla, dejarme atrapar por ella, como ya he dicho antes el final me ha gustado y me ha emocionado y hasta me ha dado pena terminarla y tener que despedirme de Matías, de Rose y, especialmente, de Alice y de Lola, dos mujeres a las que se les coge muchísimo cariño y con las que es fácil sentirse identificado. Porque se las siente cercanas, amigas, confidentes, cómplices, no solo entre ellas, también con el lector. Y porque, sobre todo, entendemos que ambas añoren sus vidas anteriores, su pasado, todo lo que ha quedado atrás, todo lo que han perdido, todo lo que les han arrebatado. Porque, ¿quiénes no hemos añorado alguna vez, quizá más de las que nos gustaría reconocer, la vida cuando era nuestra? Si te interesa el libro puedes encontrarlo aquí.