Revista Cine

La vida de Adèle (La vie d’Adèle Chapitre 1 & 2), Francia 2013

Publicado el 18 octubre 2013 por Cineinvisible @cineinvisib

La última Palma de Oro ha ocupado más páginas de polémica en toda la prensa internacional, dada la repercusión del festival de Cannes al que se une en este caso el interés despertado por unas escenas de alto voltaje erótico, que una verdadera visión crítica del monumento cinematográfico que representa esta película.VA1Para situar la controversia, semanas después de un premio muy especial, el galardón principal unido por primera vez al trabajo de sus dos protagonistas, otorgado por alguien tan poco discutible como Steven Spielberg (presidente del jurado de la edición Cannes 2013), se publican unas declaraciones de la actrices sobre la supuesta manipulación del director y, además, se añaden las quejas de los técnicos (que en ningún momento acaban por personalizarse en alguien concreto) sobre las condiciones de trabajo. Ante ello, la tinta empieza a desbordar ante tanto comentario de todos las partes.  VA6Sobre este último aspecto se puede afirmar que el cineasta trabaja, desde su primera película, con un equipo muy reducido de técnicos. Todos han repetido experiencia y renovado sus contratos, que eran mensuales, durante los 5 meses que duró el trabajo (como dato de referencia, un técnico debutante cobraba unos 2800 € al mes). Siendo fiel a su ideología, el cineasta no distingue, en el tema de la remuneración, entre equipo artístico y técnico, por lo que los actores han cobrado menos de sus cachés habituales (especialmente, Léa Seydoux).

Sin que signifique defender posición alguna, existen ciertos elementos que deberían tomarse en cuenta. Cuando se ve la película, se adivina claramente que ante la extrema dificultad de ciertas escenas, previstas ya en el guión con excepcional detalle, hay que estar muy seguro y totalmente de acuerdo para aceptar el papel. Las fotos de las actrices abrazadas al director, en la entrega de ceremonia de clausura, muestran una casi fusión y, en todo caso, una extrema complicidad entre los tres.

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El arte de dirigir desde el inicio de la historia del cine, ante cineastas tan perfeccionistas y obsesivos como Abdellatif Kechiche, ha creado infinitos debates sobre los límites de los que dispone un director para conseguir los efectos deseados. Un cineasta clásico, que extrajo de la prehistoria la amanerada y teatral dirección de actores, David W. Griffith, ya ejercía un peculiar método.

Aprovechando las turbulencias que el noviazgo de Mary Pickford con Owen Moore atravesaba, el director le aconsejo que se pensase su relación, dado que su prometido pasaba más tiempo en los bares que con ella. Cuando los ojos de la actriz se nublaron por las lágrimas, gritó a su cámara, Billy Bitzer (que recogió la anécdota), “acción”. Había obtenido lo que deseaba.  

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Las cosas no mejoraron con el tiempo. Hitchcock mantuvo prácticamente encerrada a Tippi Hedren para el rodaje de la escena del ático de Los pájaros (1963) y sustituyó los animales mecánicos, por verdaderas aves, porque no resultaban lo suficientemente agresivos. El maestro no se andaba con medias tintas, hasta el punto de enviar a la hija de la actriz, Melanie Griffith (que por aquel entonces tenía cinco añitos), una réplica tallada de su madre en una caja de madera. La pobre niña creyó que se trataba de un ataúd.

En cuanto a perfeccionista Stanley Kubrick se lleva la palma. Este cineasta hizo repetir 157 veces una toma de El resplandor (1980), con Jack Nicholson, porque no le gustaba cómo sonaba la réplica. La frase que merecía tanta atención por parte del director era: ¡Aquí está Jack!Y en los tiempos modernos, la pedagogía de Konstantín Stanislavski ha continuado por otros caminos más tortuosos. Uno de los mejores directores actuales, Asghar Farhadi, contaba con dos actores masculinos excepcionales, para su película Nader y Simin, una separación (2011), pero, para él, arrastraban un enorme problema. Se conocían de antes, al haber actuado en teatro, y eran muy amigos, lo que no le venía nada bien al enfrentamiento en la película de esos dos roles tan importantes.

Ni corto ni perezoso decidió comentarle a cada actor, por separado, que estaba interpretando maravillosamente su papel pero que, por desgracia, su compañero de reparto no estaba a la altura, y quitaba relevancia a su interpretación. A fuerza de manipularlos, llegaron a enfadarse en la vida real, rompiendo su amistad, tensión que se transmite en cada fotograma de la película.

Por eso todo lo que me han contado sobre los métodos y rodaje, cierto, muy intensos y de mucho trabajo y concentración, de Abdellatif Kechiche se aproxima bastante al ambiente de un jardín de infancia. En la creación de una obra sólo hay una posibilidad de hacerlo bien. No habrá más. Por eso es absolutamente normal la total exigencia de este cineasta. Por supuesto, dentro de la corrección y los límites de la normativa legal.

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Pero también creo que es necesario afirmar que si Léa Seydoux (la que más ha denunciado este tema) no estaba de acuerdo con los métodos del cineasta, tenía toda la libertad para abandonar el proyecto en cualquier momento, sin ningún tipo de repercusión económica negativa (la actriz es nieta de Jérome Seydoux, fundador de la mítica Pathé Distribution, y sobrina nieta de Nicolas Seydoux, presidente de Gaumont), además, perdió una maravillosa oportunidad no denunciarlo en la entrega de premios e incluso rechazar el galardón (lo que no impide que desde sus primeros papeles nos haya encantado su trabajo de actriz).

Tras este enorme paréntesis, volvemos al maravilloso universo de Adèle, una quinceañera interpretada por Adèle Exarchopoulos (el director le puso su nombre a la protagonista para intentar una fusión entre ellas, y de hecho, en el filme lo ha conseguido sin la menor duda), que intenta encontrar un lugar en la vida. La adaptación de la novela gráfica de Julie Maroh no podía ir mejor al universo del cineasta y su interés por contar la existencia (en todo caso los dos primeros episodios y, quizás, dentro de unos años tengamos el tercero y el cuarto), nada más y nada menos, de una maestra.

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El tema de la educación, la transmisión de conocimientos y en un mundo dominado por la acumulación, el no pretender más de lo que se es, el camino de Adèle es un ejemplo a seguir. Lucha contra lo que nos imponen los demás, optar, equivocarse, intentar seguir el camino, deshacer lo andado, todo está en la película. El amor, la amistad, las dudas, el miedo, la certeza y el sexo, todo está filmado, con mucho respeto, pero explícita y artísticamente, digamos, muy iluminado. Tanto es así que en ciertos estados americanos no llegará a estrenarse por sus escenas de sexo.

Una de las mejores películas del año que empieza con la lectura en la escuela de un clásico francés, Marivaux. Dramaturgo que el cineasta ya utilizó en 2003 en La escurridiza, o cómo esquivar el amor, una de sus mejores películas. En La Vida de Adèle, la obra escogida es La vida de Marianne, que Marivaux intentó finalizar, sin éxito, entre 1727 y 1740, y que comienza por una gran declaración, simple en apariencia, pero que conlleva toda una serie de derechos, obligaciones y deberes inmensos, detrás de ella. La frase, tan sencilla de leer como complicada de vivir, es “Soy una mujer”.


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