Cuando Juan entró en el
consultorio del médico sintió que algo no andaba bien.
Últimamente lo había
visitado varias veces, tantas que conocía a la perfección, cuantas sillas
había, las ojeadas revistas de siempre, cada vez más deterioradas pero siempre
las mismas.
El cuadro ese con un
barco tratando de superar una ola gigantesca en una brava tormenta, la planta
de plástico que intentaba parecerse a una natural y Rita la secretaria, una
morena de anteojos y caderas prominentes que de tanto en tanto, muy de tanto en
tanto, le dedicaba una sonrisa.
-Siéntese Juan, el doctor
lo atenderá en unos momentos, dijo la morena, sonriéndole.
Sonamos pensó Juan, las
cosas no están en orden. Rita está demasiado amable.
Los silencios que se
producen en la sala de espera de los consultorios suelen ser a veces tan
intensos que se alcanza a escuchar el ritmo del corazón amplificado y el
respirar intenso que suena también como viento huracanado.
Para colmo, hoy Juan está
solo.
Le tocó el último turno y
el paciente previo a su entrada está allí con el médico, que parece que hoy se
demora más que de costumbre en la consulta.
Rita también ha
desaparecido y solo le resta a Juan contemplar el cuadro de ese barco estúpidamente inmóvil sobre la
ola que también inmóvil lo sostiene
desde el mismo momento en que el autor de la pintura se le ocurrió dejarlo ahí,
sin ninguna posibilidad de movimiento.
Que cuadro boludo, pensó
Juan. Y centró su atención en la planta
plástica que pretendía parecerse a una natural.
Hum, "made in
china", seguro, imaginó mientras buscaba si el autor de semejante bodrio
había tenido la valentía de reconocer su paternidad. Vano intento, nada que
autenticara su origen se encontraba a la vista.
Finalmente la puerta se
abrió y la mujer que estaba de consulta con el médico, salió presurosa llevando
en sus manos algunas “muestras gratis” de esas que lo médicos utilizan para
ganarse algún viajecito promocional brindado por los laboratorios que elaboran
esos medicamentos que nosotros pacientes debemos tragar según parecer del
médico de turno.
-Hola Juan, adelante dijo
el galeno, estrechándole la mano.
Despaciosamente se sentó
detrás del escritorio, tomó una lapicera entre los dedos índice y pulgar de sus
manos, y comenzó a girarla como buscando con ese movimiento quitarle
trascendencia a lo que diría a continuación: Juan las cosas no están nada bien.
Juan lo miró impávido y
escuchó casi sin interés las recomendaciones, prohibiciones, y conductas a
observar si quería que su maltrecho corazón lo siguiera acompañando.
Salió del consultorio
como la mujer que le precedió con algunas muestras y nuevas indicaciones de
nuevos estudios, y análisis, y recetas de más medicamentos.
Ya en la calle agradeció
el aire fresco que venía del rio, y acariciaba su rostro, y al avanzar unos
cuantos metros más descubrió aquel contenedor de residuos, donde casi con
alegría lanzó bien al fondo, aquellas muestras gratis y las recetas e
indicaciones, cuidadosamente destruidas.
Pensó que esta vida suya
le tocó en suerte como un tiro de ruleta; no eligió cuando nacer como tampoco
quienes serían sus padres por lo tanto sería justo que esa misma ruleta
determinara cuando sería el tiempo de partir.
Al pasar frente al
pequeño bar, se dio cuenta que le vendría muy bien un whisky para empezar a
pensar como jugar sus fichas en este nuevo punto y banca que había decidido
desafiar.