Revista Coaching

La vida de tu post-it en cámara rápida

Por Jofoba @jordifortunybad

Estás terminando tu jornada laboral. La verdad es que no tienes muchas ganas de ponerte con nada serio, solo te apetece marear un poco la perdiz, para que pase rápido esta media horita, puedas fichar, e irte a casa.

De todas formas hay algo que te está carcomiendo. Ha pasado otro día y sigues sin haber pensado en aquello que te pidió tu jefa hace unos días.

Has tenido varias oportunidades para hacerlo, pero cuando te ibas a poner con ello, siempre —¡oh!, casualidad— ha aparecido un imprevisto.

Ya sea porque alguien pregunta por la próxima excursión en el WhatsApp de padres y madres de la clase de tu hija, o surge una reunión de vida o muerte, en la que, finalmente, y una vez más, el mundo no se ha terminado.

Sea lo que sea, siempre son cosas «importantes» que te impiden trabajar en lo tuyo. Y provocan que tengas que ir arrastrando la culpa y el runrún en tu cabeza. Todo el día para arriba y para abajo, con la sensación de no haber hecho nada.

El tema ya pasa de castaño oscuro, ¡no puede ser!. Te revelas y sacas la artillería pesada: ¡el post-it!

Decides confiar en el todopoderoso post-it. No sé si lo sabes, pero la traducción de post-it es: compromiso. Para eso los inventaron. Lo que pones en un post-it lo vas a hacer seguro.

Sacas tu mejor rotulador y apuntas: «Pensar en lo de mi jefa». Y antes de salir, lo pegas en medio del monitor. Mañana a las 8:00 queda hecho. Has invocado el poder del post-it.

Suerte que te has acordado de aquel curso de gestión del tiempo y de la técnica infalible del: escribe en uno —o tres— post-it las tres cosas más importantes del día (TMI). Con lo genial que es, no sabes por qué la dejaste de utilizar.

Qué bien. ¿Esto merece un premio? ¡Sí, claro!. De camino a casa compras un buen postre para la cena. Qué a gusto te has quedado. ¡El poder del post-it ya se nota!

Suena el despertador, ritual matutino de ducha y desayuno. Dejas a tu hija en el cole. Llegas a la oficina. Y ahí está el post-it, caído en la base del monitor. Maldito post-it de baja calidad. Lo vuelves a pegar, pero esta vez ya en el lateral de tu pantalla.

Le das al botón de power, y mientras se inicia el ordenador te vas a por un café. Vuelves a tu mesa. Miras al post-it de reojo y te surge una duda fugaz sobre si hacer lo que apuntaste…

Sin embargo, la duda te dura poco. Consideras que es mejor, antes de ponerte con lo del post-it, abrir el correo electrónico. Por cierto, mientras se va descargando el correo, el post-it se despega de una esquina. ¿Te estará queriendo decir algo?. Nada, nada, instintivamente, lo vuelves a pegar.

Correos descargados, escaneo rápido. Mira, oye, esto lo puedo hacer en un momento. Y me lo quito ya de encima. El momento finalmente han sido 20 minutos. La otra esquina del post-it se despega. La vuelves a pegar rápidamente. Ahora que me he puesto, voy a terminar de mirar los correos.

Un poco más abajo, en tu bandeja de entrada, aparece un correo chungo de ayer a medianoche. Lo empiezas a leer, te cambia el humor. Cierras el correo y lo marcas como «no leído». Y justo en este momento el post-it se cae. Lo coges y lo pegas con malas maneras en la mesa, justo delante de tu teclado: ¡jolín con el dichoso post-it!.

Ya son las 10:00, tienes la reunión de equipo para la revisión de objetivos mensuales. Bueno, pues nada, te vas a la reunión. Será rápida. Sales de la reunión a las 13:00. 🙁

Vuelves a tu mesa. Mientras estabas en la reunión, la persona que se encarga de la limpieza ha puesto un poco de orden para poder pasar el Pronto antipolvo. Se le habrá despegado el post-it, porque lo ha dejado justo encima del teclado.

Lo ves y ya te temes lo peor. El poder del post-it flojea. Con el día que llevas solo te falta pensar en lo de tu jefa.

Justo mientras lo tienes en la mano, y te está volviendo el runrún culpable, una colega se te acerca: oye, ¿has visto el correo chungo? Te va de mil amores la interrupción.

Guardas el post-it dentro de tu agenda de papel —a estas alturas ya no le queda adhesivo— no sea que se vaya a perder. Y os vais a un despacho, cerráis la puerta, y os ponéis a rajar un poco sobre el correo chungo. Mientras, llega la hora de comer. Pues venga, a comer con la compañera y seguimos poniéndonos al día.

Después de comer, aprovechando el sopor, haces unas llamadas pendientes a clientes. Mientras hablas, para aprovechar el tiempo, vas chateando con alguien lo que te acaba de pedir el último cliente. Y al mismo tiempo, vas subrayando algunas notas que has tomado en la reunión. Para que no se te olviden, que son cosas que vas a tener que hacer. Eres capaz de hacer tres cosas a la vez, tú sí que sabes.

Al terminar las llamadas, vuelves a abrir el correo, que desde las 10:00 no lo miras y vete a saber que rollos habrán llegado. Uf, lo que te encuentras allí.

Casualmente, en un correo te piden cuándo tienes un momento para una breve reunión. De esas de media horita para comentar un tema. Abres tu agenda, y justo, que casualidad, en el día que tienes un espacio libre, está el post-it que acabas de guardar. Lo apartas para apuntar la cita y, de pasada, lo mueves unas páginas más allá para que no siga molestando.

Miras el reloj, y ya solo falta media horita para fichar. Lo único que te apetece es marear la perdiz. Con el día que has tenido no das para más. Y escribes otro post-it.

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