Revista Opinión

La vida en la vorágine del amor

Publicado el 14 febrero 2017 por Santamambisa1

La vida en la vorágine del amor

Por Aleiny Sánchez Martínez y Raúl Escalona Abella, estudiantes de Periodismo

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La tarde está nublada y la luz no traspasa con intensidad la cortina de la habitación. Mauricio no lo ve así, él solo divisa un chorro interminable de luminosidad que baña, más allá de su modesto hogar, su existencia misma. Vivir resulta la dicha y caminar hacia la universidad para encontrarse con ella es la cumbre de los placeres. Hasta le gusta la escuela desde que la conoció. ¡Mauricio está enamorado!

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Amargamente transcurrían sus días después del divorcio. Pesares eran las horas hasta que conoció a Alberto. El mundo giró para ella de una manera diferente. Cuando veía llegar la silueta delgada de aquel hombre, una sonrisa afloraba en su rostro. La vida ya no era una prueba tan dura.

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El ocaso llegaba. La terraza de la casa recibía los últimos suspiros del sol. Los rayos cruzaban la límpida bahía hasta acariciar con bonanza el rostro del vetusto coronel. Juntos llevaban más de 50 años y ella lo seguía mirando como el primer día. La pasión se había transformado en ternura y el amor juvenil en un inconmensurable cariño capaz de diluir las barreras más difíciles. Lo vuelve a mirar: dormita tranquilamente. Ella sonríe; se levanta y lo llama para comer. Entonces, mientras el anciano se recupera de su instantáneo sueño, se percata: todavía lo ama.

Nutriente del alma

“Si recibes amor, das amor” consideró el joven estudiante Lázaro Henry Acea González sobre los lazos afectivos que afloran en los seres humanos. También señaló: “Cuando estoy feliz siento que irradio energía positiva a las demás personas, mejora mi actitud ante la vida y mi rendimiento aumenta en las tareas escolares”.

En declaraciones a Trabajadores, Roxana Celia Ricart Menéndez, psicóloga del Centro de Investigaciones sobre Longevidad, Envejecimiento y Salud (Cited), apuntó que el amor en su primera etapa puede ser el causante de sensaciones de vitalidad, entusiasmo, distorsión en la percepción del tiempo, idealización, admiración hacia la persona amada y pérdida de la concentración.

“No solo beneficia a la persona que lo siente, involucra al círculo social donde esta se desempeña pues el intercambio comunicativo es más ameno e incluso puede evitar manifestaciones de temor, culpa, hostilidad y estrés”.

Para Lázaro, un estado de absoluta alegría toma el control de nuestra mente cuando nos enamoramos, momento donde la atracción intensa por otra, quien hace que la percepción del mundo cambie completamente. Solo la presencia del ser amado podrá otorgar calma.

Blanca Amelia Ramírez Brito tiene un semblante diferente, sonríe y comenta “estoy enamorada”. ¿Cómo sabemos que nos atrapó Cupido? “Quieres estar en todo momento con la persona deseada, sientes que es parte de ti y harías cualquier cosa por no defraudarla. Nos atrevemos a experimentar, nuestra imaginación se vuelve más creativa y todo resulta menos complejo porque a tu lado hay alguien que te cuida y es capaz de encontrar sosiego aun en los días más tristes”, refirió.

Condenados a amar

“El afecto entre parejas, amigos y familiares tiene gran influencia en los resultados personales en la vida social. La relaciones de respeto, confianza y seguridad generan un clima emocional estable que desarrolla el amor propio, por lo que las tareas y los problemas de rutina se enfrentan con mayor disposición”, aseguró la doctora Gladys Bárbara Seguí Victores, otrora médico de la familia.

Mientras, la psicóloga Riscart Menéndez afirmó que cuando prodigamos tal afecto a quienes nos rodean salvamos de la angustia a nuestros seres queridos; por ello debemos ser cariñosos y tolerantes con los niños y los adultos mayores principalmente. Amar significa establecer un ambiente comunicativo y armónico en nuestros hogares.

“La compañía es fundamental en cualquier edad para enfrentar las pruebas de la vida; sentirnos amados por esa persona ayuda profundamente a superar los obstáculos”, agregó.

Cultivar la formación de valores y el aprendizaje son funciones esenciales de la familia que, en condiciones de equilibrio, constituyen el núcleo de la salud mental de cada miembro: el niño necesita el calor maternal; el adolescente, el apoyo ante un ciclo convulso de formación de identidad e integración social, y los abuelos, la ternura para esquivar la inclemencia del almanaque.

“El amor se convierte en un aliciente que ayuda a superar barreras consideradas infranqueables; favorece a los enamorados y el entorno familiar y social que los rodea. Este estado reduce los radicales libres, hace descender los niveles de estrés y las probabilidades de sufrir depresión”, precisó Gladys Seguí.

No hay enfermedad mejor que el amor, algo que como dijera Cohen no tiene cura pero es bálsamo sanador, reparador del cuerpo y del alma; es disfrute, es vida.

(Tomado de Trabajadores)


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