Cuando dejamos el móvil en modo avión sabemos que ese ícono lo detiene casi todo, pero hasta cierto punto podemos seguir operando el equipo y haciendo otras cosas en él. Una parte se adormece, se desconecta para no molestar y el resto sigue andando normalmente o con funciones restringidas.
Lo que nos ocurre en este momento nos da la lección desde la función que es fundamental para sobrevivir: Respirar. Nos acostumbramos a respirar agitados, a respirar mal. Somos poco conscientes de la forma como respiramos. No nos detenemos a respirar ni le damos respiro a nada... y peor aún, detenerse a respirar es visto como un signo de debilidad, falta de motivación, distracción, improductividad y desinterés.
Lo que pasa ahora puede ser un símil del "modo avión". Tal y como le he visto a mucha gente ignorar la orden de activarlo durante los vuelos, luego de que la tripulación lo solicita, así luce lo que nos pasa ahora a todos. Creo que muchos de ustedes están tan hastiados de conversar del asunto del Covid-19 como lo estoy yo y de toda la ola de info-toxicación estupideces, ansiedad y poesía que ha desatado; así que por ahí no será el tema esta vez.
La base fundamental de la civilización es la salud
La situación nos deja en claro que la base de la civilización es la salud. Si no estamos sanos, no podemos hacer nada. El asunto es que todo esto nos muestra que la salud no es solo el asunto de estar sano (no-enfermo) o enfermo (no-sano); estamos conectados con un ecosistema que nos acoge y si este también se enferma, nos enfermamos nosotros con él y viceversa, solo que las circunstancias están probando que la verdadera enfermedad de la Tierra somos nosotros.
Si nos aplacamos como especie, Gaia se salva y viceversa. En el mundo dualista (día-noche, bueno-malo, afuera-adentro, nacional-extranjero, etc.) en el que vivimos es casi imposible lograr entender la idea de interrelación o interconexión. Luego de que ya están rotas todas las posibilidades de relacionarnos se hace pedazos la posibilidad de sobrevivir.
La cuestión es simple: Se estima que sin comida duramos treinta (30) días, sin agua casi tres (3) o a lo sumo una semana, pero sin respirar un par de minutos. Son promedios, todo es relativo y circunstancial, pero lo que nos "ataca" en este momento es tan inmediatista como nosotros mismos.
El valor vital-físico-espiritual de la respiración es el de estar en el aquí en el ahora. Saciar la sed es postergable, pero respirar no. Cuando respiramos y comemos dejamos que la Tierra nos atraviese, permitimos que el flujo de la vida y la existencia entre en nosotros, tomamos lo que necesitamos y devolvemos el resto... el problema es que el sistema en el que vivimos nos ha adoctrinado en el valor supremo de la "acumulación" desde el miedo y es ahí donde parte la enfermedad. Inhala y quédate sin exhalar un buen tiempo ¿Cuál es el efecto? No podemos estar separados del flujo de la vida, es imposible.
Esta vez no fue ninguno de los ingenuos y socorridos clichés apocalípticos de Hollywood. El supuesto "ataque" fue directo a nosotros; el resto del planeta sigue intacto, tal y como se lo merece. No fueron poderosos extraterrestres haciendo insulsas, engorrosas y lentas invasiones en grandes naves nodrizas fáciles de derribar, no, esta vez se trata de una creación que mide unas cuantas micras.
Desbaratado el mito de la libertad
La parte más fascinante de todo esto es que la supuesta idea de libertad que sostiene nuestra sociedad [de consumo] se hizo pedazos de un plomazo y de muchos modos. Los chinos probaron hasta la saciedad que su tecnología y métodos de control funcionan a la perfección para saber quién es quién, dónde está y cómo controlarlo... ahora en un ambiente atemorizado y lleno de terror, cualquiera aceptará todo eso sin chistar.
De este lado del mundo, donde creemos que podemos hacer todo lo que se nos da la gana "porque somos libres", incluso desacatar aunque sea sin sentido, pero desacatar... esto nos ha llevado a tenernos que encerrar en casa forzadamente y a darnos cuenta de la ficción que es nuestro mundo de libertad, consumo, gastos, placer y felicidad. En este momento hay alguien más decidiendo qué podemos hacer con nuestro tiempo, aunque ahí realmente es donde radique la ilusión que todavía no vemos.
Súbitamente "ya no podemos ser felices" o por lo menos ya no de la forma que nos habían "indicado" que era "indicado" serlo. Ahora nos toca ser "temporalmente in-felices" en casa, "encerrados", sin podernos gastar nuestro dinero y sin alardes. El discurso se ha ido al otro lado... a la versión de: "soporta estoicamente en casa, haz tu sacrificio, todos nos estamos sacrificando, que pronto volverás al centro comercial y a la tienda a seguir consumiendo".
"Esto también pasará", dicen los budistas. Sin duda así será, de un modo o de otro, pero también pasará. Lo que realmente no sabemos es si somos dueños o no del desenlace y, sobre todo, cómo será el desenlace, en qué parará todo. Parte de la belleza de todo esto también tiene que ver con el hecho de que nuestra capacidad de control parece verse bastante limitada: unos días, semanas, meses... ¿Quién lo sabe? ¿Surgirá una vacuna? ¿Tendrá costo? ¿Nos la podremos aplicar...?
Nos la hemos pasado aprendiendo sobre el camino, improvisando, jugando a que creemos que tenemos el control de algo incontrolable. Nunca antes la ilusión del control se hizo más evidente que ahora: nuestra civilización está de rodillas.
Disuelta la capacidad de consumo
Como dicen varias imágenes y memes que andan rodando por ahí: el auto está estacionado porque no se puede ir a ningún lado y el dinero en la cuenta es inútil porque no hay donde gastarlo y la gente que vive al día o que no tiene ningún respaldo está en grave riesgo de no sobrevivir.
La situación actual nos ha puesto a todos en una nueva igualdad, bastante contradictoria de por sí, y consiste en la de "no-tener y no poder comprar" y "sí-tener y tampoco poder comprar". Es como una locura que ningún economista podría haber predicho. Teniendo o careciendo, de cualquier modo, somos una nueva clase de "desposeídos".
Pese a que todavía en muchos casos podemos seguirnos abasteciendo, la red de relaciones que sostiene este sistema se ha estrechado notablemente y mucha gente se la está pasando feo, en especial quienes no ofrecemos nada esencial. Se nos va a tener que disolver todo ese exhibicionismo, ya no tiene sentido, mucho de lo que tenemos o queremos tener ya no lo necesitamos. ¿Nos volveremos minimalistas por coacción?
Oleada confianza o una pandemia de paranoia
De un momento a otro todos nos volvimos sospechosos. Hace unos días que fui a hacer mercado pensaba en eso y observaba lo distinto que se notaba el ambiente en la tienda. Normalmente son las familias y niños brincando alrededor de los carros de mercado, conversación, impaciencia y poco personal en las cajas. Esta vez no fue así: más puntos de pago, filas largas de a una sola persona, todos conservando su distancia, calmados, pacientes, en silencio, nadie hablaba con nadie (en la jodida ciudad más sociable, gregaria y extrovertida del mundo... Medellín - Colombia).
Ahora cualquiera es el enemigo y la amenaza es invisible. Ya nadie espera saludos efusivos, ni besos ni abrazos. Solo es un escaneo con la mirada y un lejano "hola, cómo estás". Quizás pase mucho tiempo antes de que las cosas vuelvan a la normalidad, puede que llegue un día que nos digan que la pandemia se ha frenado y que empiezan a descender los casos, pero indudablemente no podemos bajar la guardia.
Ya será un problema tocar el mundo, en cualquier lado podrían haber quedado esparcidos residuos del pequeño amiguito o habrá algún portador asintomático que siga regándolo por ahí. Todavía quedan países más estrictos y más laxos que otros ¿En quién se puede confiar?
Está claro cuál es el bien supremo (placer y dinero para el placer)
Como lo dije hace seis (6) años en otra entrada, el capital es la verdadera religión de nuestro tiempo . Ya sea por ganar dinero o por poder gastarlo, lo que al final termina siendo lo mismo... muchas decisiones preventivas y aparentemente radicales se han pospuesto porque afectaban el flujo financiero. Mantener el lucro y el ritmo de consumo, por encima de la salud, es el determinante de muchas decisiones hasta hoy, pero finalmente nos estalló la pólvora en las manos y no nos quedó otro camino.
Todos perdimos y todos vamos a seguir perdiendo. El asunto de fondo es que nos va a costar un poco más de esfuerzo ver todo lo que estamos ganando sin saberlo. Quizás mucha gente esté pasando esta "crisis" más concentrada en ver el peligro que en capitalizar la oportunidad. Atención que no hablo del dueño del supermercado o la farmacia que está inflando los precios en este momento o del especulador financiero que aguarda a comprar barato (o en corto). No, hablo de otro tipo de ganancias, de una sanación completa.
Por aquí la polución del aire en día y medio se ha limpiado volviendo lentamente a valores normales y aptos para la salud de las personas. Gaia nos dice de muchas formas que sigue ahí, que aguarda por nosotros.
Simbólicamente nos hemos tenido que quedar en casa, volver al interior, refugiarnos, mantenernos en nuestro templo, mirar hacia adentro de una vez por todas porque tampoco podemos salir a mirar la pretendida realidad de afuera hasta tanto no sanemos el desequilibrio fundamental en nosotros mismos como individuos y como sociedad.