Revista Cultura y Ocio

La vida en SI bemol (I)

Publicado el 25 octubre 2014 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

Otra forma de morir

Voy a escribir unas cuantas líneas acerca de un pensamiento curioso que, a menudo, me amenazaba. Quizá algún autor —o cien—, ya haya descrito algo así, pero creo que sigue siendo interesante volver a plantear la conciencia de muerte en los términos que detallo a continuación.

Eso sí, empieza a abrir un poco tu mente, o pírate.

Sobre la idea tradicional de muerte y la que se nos viene encima

Si no quedan conciencias que piensen en el mundo, no existirá mundo que pensar.

Para empezar, podemos comprender la vida como una melodía de diferentes notas, la clave de sol y el pentagrama serán definitorios para encuadrar el concepto de “vida”, así como para nosotros lo es el respirar, el percibir o el comer; sin embargo, bajo estas premisas, una vida puede ser expresada en LA menor y SOL bemol a través de las corcheas y las semicorcheas, mientras otra suena en SI séptima y en FA sostenido a través de negras y blancas: aquí, sumando los instrumentos a lo anterior,las posibilidades son tantas que resultaría imposible que dos melodías fuesen exactamente iguales; de igual modo, por muchas personas que nacen y mueren, nunca dos personas son exactamente iguales, pues en tal caso deberíamos afirmar que se trata de la misma persona; y aun así, una persona está condenada a vivir diferentes momentos del tiempo —razón por la que podríamos dudar incluso de si se trata del mismo sujeto. Después, seguirá condenado a vivir una serie de experiencias variables entre el nacimiento y la juventud, entre la madurez y la muerte, cuyo control será siempre relativo por su carácter absoluto: trabajar o no tener dinero, por ejemplo; vivir sin dinero o pasar hambre, etc.

La vida en SI bemol

La vida en si bemol pretende ofrecer una aproximación distinta frente a los procesos de existencia y no-existencia. (Imagen de Freepik)

Más tarde, cuando llega la muerte, todas las experiencias que han conformado la vida de una persona —y que en gran parte todavía la constituyen en su memoria—, desaparecen. Por regla general, se nos ha enseñado que lo que desaparece es el individuo, cuya memoria probablemente pervivirá en pequeños fragmentos de otras mentes (amigos, familia, etc.) durante un breve periodo de tiempo. También podríamos afirmar que todas esas experiencias vividas, no son suficientemente nítidas en la memoria como para conformar más que un recuerdo, y un dato en la memoria frente a una conversación casual no difieren tanto, por lo que podríamos decir que, más allá del presente inmediato (eterno presente), la vida no existe; sin embargo, esta idea  merece su propio espacio en otro momento.

Por el contrario, para esa persona (llamémosle “individuo A”) no es ella quien desaparece, sino el mundo (él, o ella, desaparece en la misma medida en que lo hace el mundo a sus ojos; la única diferencia es que el mundo pervive a los ojos de muchos otros). Así, si uno de los miembros de una familia muere, todas las experiencias no compartidas, todo lo que estaba a su cargo, todas las acciones y potencialidades de las que este sujeto era posible, desaparecen con él.

Evidentemente, no todas las personas somos brillantes del mismo modo. No todo el mundo podría haber conseguido la abolición de la esclavitud de los EE UU, de lo que se deriva que las potencialidades difieren también en número o nivel; sin Abraham Lincoln quizá jamás se habría empezado a tomar conciencia de ese problema; si Salinger no hubiese escrito El guardián entre el centeno, quizá Kennedy (JFK) no habría muerto; si el F.C. Barcelona no hubiese fichado a Ronald Koeman en 1989 es posible que jamás se hubiese marcado ese gol decisivo en la prórroga que daría la primera Copa de Europa al equipo, etc. Respecto a todo ello, no solo afectaban las potencialidades particulares de todos estos individuos y sus respectivas gestas, sino también aquellas potencialidades que afectaron en menor o mayor medida a esas acciones, luchas o decisiones.

Visto así, podemos afirmar que cada conciencia afecta al mundo de forma similar a como el mundo afecta a cada conciencia y, así, llegamos rápidamente a una aseveración universal: si no quedan conciencias que piensen en el mundo, no existirá mundo que pensar; en otras palabras: no será relevante que el mundo exista o no. Pensar en el mundo, y en todo lo que este contiene, es aquello que nos hace humanos. Esta idea está notablemente cerca de lo que creía Epicuro de Samos frente a la muerte: “cuando soy, ella no es; y cuando ella es, yo ya no estoy”, con la connotación manifiesta y universal de que, si no somos, ya nada es.De todo ello podríamos concluir que (1) si no existen conciencias o potenciales conciencias capaces de pensar el mundo, ahora o en un futuro, no es relevante que el mundo exista o no; y (2) mientras existan conciencias, el mundo existirá.

(Continuará. Lo siento.)


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