De joven me gustaba ir de campamento.
Lo pasaba bien junto a mis compañeros con los juegos y las canciones de noche junto a la hoguera.
También jugábamos a ser soldados.
¿Oyes el redoble del tambor? Me decía un monitor joven. ¿No se te eriza la piel de la emoción?
Algo después, ya mayor, cumplí con mis obligaciones militares.
Algunos de mis compañeros disfrutaban con las maniobras y los ejercicios de tiro.
Nos entrenábamos para ser soldados.
¿Oyes el redoble del tambor? Me decía un instructor joven. ¿No se te eriza la piel de la emoción?
Cuando estalló la guerra yo andaba ya en la treintena.
Hubo gente de mi edad que disfrutaba limpiando el fusil y disparando al enemigo.
Éramos soldados y debíamos ganar la guerra.
¿Oyes el redoble del tambor? Me decía un oficial joven. ¿No se te eriza la piel de la emoción?
Acabé tullido, sin las dos piernas, y en una residencia para soldados heridos en combate.
Tras la comida nos instalábamos en el salón y los internos jugábamos a las cartas o al dominó.
Aquel día en la tele ponían una película sobre la batalla del Marne.
¿Oyes el redoble del tambor? Me decía otro tullido desde su silla de ruedas.
¿No se te eriza la piel de la emoción?
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Redacté el texto pensando, como música de fondo, en la versión instrumental de Down Under, de Colin Hay. Ayuda a marcar el paso al desfilar.
https://youtu.be/RncZkvOWtIo