Los viajeros, aquellos con varios kilómetros bajo sus suelas, cuentan cómo es viajar, lo que se experimenta viajando, pero hasta que no lo vivís en carne propia nunca vas a poder saber cómo realmente se siente.
Salí de Aeroparque un día 6 de marzo. Y todo este tiempo sentí que algo me dejé olvidado, que algo dejaba atrás. Otra Laura, tal vez, no lo sé. Otra versión de mí. Una versión llena de incertidumbres, mandatos sociales, prejuicios, logros a medio conseguir, una carrera profesional a estrenar. Un vacío. Dejé ese vacío que era el anhelo de sentirme viajera, eso que todavía estaba en mis planes, que nunca había hecho.
Empecé a viajar y a cometer errores. Hacía comparaciones, me media con otros, juzgaba, a veces disfrutaba, padecía el viaje. Planeaba con mucha anticipación, tenía muchas certidumbres, me empecinaba con los resultados y en lo obtenido. No en el proceso, en el camino o en lo vivido. No valía la pena ir a un lugar y que estuviera lloviendo. Era tiempo perdido haber ido a un lugar sólo a ver llover, si al fin y al cabo la lluvia era igual en todas partes. Pero esto no es verdad, algo que he aprendido.
El dinero, un tema aparte. Chequeaba todos los días cuánto había gastado, no tomaba una cerveza para no salir del presupuesto. Todo eso era yo, y no lo digo penando. Lo disfruto como un logro, un fracaso dulce el darse cuenta que uno está equivocado. El asumir mis errores fue el primer paso para evolucionar como viajera, como persona.
Uno hace el viaje, pero el viaje lo hace a uno. Una frase muy linda y certera que la debo haber escuchado o leído en algún lado que ahora no recuerdo. Indudablemente el viaje lo hace a uno. Algo hace un clic, algo cambia, se rompe y se regenera. De pronto mis ojos ya no ven lo que veían antes. Adquiero una nueva perspectiva. El cambio es inevitable y sufrible.
A veces pienso en dónde habrá quedado mi antigua Laura, cómo es que perdí mi otra perspectiva. Qué estará pensando, qué estará sintiendo. ¿Qué estará haciendo ahora? ¿Seguirá esperándome en Aeroparque?
Mi primer aprendizaje: Todo se puede.
El primer cambio que noté, el más importante y más significativo, fue un cambio actitudinal. Un cambio en mi actitud. Fue haberme dado cuenta que soy capaz de todo, de todo lo que me proponga. Y no lo digo con soberbia, no me malinterpreten. Lo digo con sinceridad pura. He hecho y logrado muchas cosas que mi antigua Laura creía imposibles. Las hice y me fue bien o mal. No es relevante, lo que importa realmente es haberlo intentado, el éxito más allá del éxito. Lo que en verdad importa es tener el coraje (cojones) suficiente para comprometerme con mis sueños. Comprometerme a dar el primer paso, el segundo, el tercero... el último. Comprometerme a dar todos los pasos. Sí, siento miedo, por supuesto. Pero no dejo que me paralice. Actúo, voy para adelante.
Trabajar en una fábrica de papas fritas en Nueva Zelanda, ser recepcionista de un Hostel en Japón, Escribir, hacer fotografía, programar una página web, usar el WordPress, el Lightroom, el Corel Draw, aprender inglés por el camino, cocinar pizzas para veinte personas en Ashburton, hacer Couchsurfing. Todo esto en dos años. Mi antigua Laura debe estar muerta de envidia, y es que ella se sigue comparando.
Mi segundo aprendizaje: Vivir en el Hoy.
El segundo cambio es uno de los que más disfruto hoy en día. Es hermoso vivir de esta manera, sin preocuparse por el futuro o estar anclado en el pasado.
Vivir en el hoy. Es una de las cosas que siempre creí que hacía, pero estaba equivocada. El viaje te enseña que no importa cuánto planifiques, algo mínimo puede cambiarlo todo. Un simple aleteo de una mariposa puede hacer que pierdas tu vuelo, je, no, tanto no. Pero les cuento una historia para que lo puedan graficar en la mente.
Pila, Mauri, Mica y Laura (yo) estaban en Ashburton sin empleo, habían trabajado lo suficiente para una consultora de trabajo que en ese momento había decidido contratar a locales. Viendo los ahorros irse como agua por un caño decidieron mudarse, no sin antes conseguir trabajo en el lugar a dónde irían a vivir. Laura consiguió trabajo para los cuatro en una Orchard de cerezas en el sur, la paga estaba bien, y les garantizaban trabajo por todo el verano. Laura también mandó Cv en todas direcciones, tal vez tuvieran mejor suerte. El jueves, a dos días de la mudanza al sur, los llaman diciéndoles que necesitaban cuatro personas en una fábrica de papas fritas en Ashburton. Les garantizaban trabajo todo el tiempo que ellos quisieran, sin importar que llueva, truene o relampaguee. Todo lo que habían planificado en una semana cambio con una simple llamada.
Nos quedamos trabajando en la fábrica. Este trabajo fue el que nos permitió ahorrar dinero para nuestro viaje.
Ojo, no te confundas, tampoco es cuestión de dejarte estar y hacer que la divina providencia decida tu destino. Siempre hay que tener planes, cosas que uno quiera hacer en el futuro. Solamente tienes que ser más accesible en el cuándo, cómo y dónde llevar adelante tus planes.
Mi tercer aprendizaje: Let it be, déjalo que sea, déjalo que fluya.
¿Quién no conoce la canción Let it be de The Beatles? Déjalo que sea, espera a que pase el tiempo. Esta es la actitud, la filosofía de viaje que te va a ayudar en tiempos difíciles, cuando no sabes para dónde salir o qué va a ser de tu futuro. Cuando no podemos solucionar un problema el tiempo nos dará la respuesta. No pienses demasiado y deja que fluya.
La vida en viaje no es fácil, muchas veces no sabemos adónde vamos a dormir, o de qué vamos a vivir, ni cómo es el país al que vamos, si la gente será simpática, si encontraré a alguien que me ayude. Y nos encontramos buscando soluciones a problemas que todavía no sucedieron, anticipándonos en el tiempo. Mejor frase ilustrativa que esta:
Los zapallos se acomodan cuando empieza a andar el carro.
Mi consejo es Let it be y el tiempo dirá.
La vida en viaje no es nada fácil, pero vale la pena intentarlo.
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