Que no hubiera aparecido todavía ninguna lectura de Fernando Savater por este blog, era toda una anomalía, teniendo en cuenta que siempre fue uno de mis ensayistas favoritos, aunque llevara años sin acercarme a él. Se puede estar más o menos de acuerdo con lo que escribe, pero es indudable que se trata de uno de los grandes polemistas que tenemos en España, siempre lúcido, siempre ameno, con un bagaje de lecturas tan inmenso que le permite tener siempre preparada la mejor cita en el momento más oportuno. Savater siempre ha sido un militante contra cualquier clase de pensamiento único, sobre todo cuando estas doctrinas pretenden imponer su particular visión del mundo al resto de la sociedad: tal es el caso de muchas religiones y la mayoría de los nacionalismos. Él mismo se jugó la vida manteniéndose firme frente a las amenazas de ETA, una posición que no está al alcance de cualquiera, por lo que su voz cuenta con un plus de legitimidad en ciertas cuestiones.
La posición de Savater frente a la práctica de la religión siempre ha estado clara: el Estado debe garantizar que puedan celebrarse los distintos cultos a que se acogen los creyentes, pero su papel debe terminarse ahí. Ni al Estado le interesa identificarse con fe alguna, ni a ninguna doctrina que se la identifique con el Estado. Ambos entes deberían ser perfectamente independientes. Las creencias jamás deberían salir del ámbito privado. Que un católico o un musulmán pretendan que se legisle respetando su doctrina es una intromisión intolerable en la autonomía de los gobernantes. Por supuesto que las opiniones de los fieles son dignas de respeto, pero no deben gozar de privilegio alguno por estar presuntamente inspiradas por un ente divino. La religión tiene todo el derecho a crear foros de opinión en la sociedad, pero también debe aceptar deportivamente que sus postulados pueden estar sujetos a críticas, incluso ridiculizados. Es el precio y la grandeza de vivir en democracia.Al filósofo vasco le interesa indagar en la historia de las religiones monoteístas, cómo consiguieron imponerse al politeísmo (que en el caso romano, estimulaba la tolerancia de cualquier religión que no pretendiera imponerse a las demás) como una fuerza revolucionaria que acabaría convirtiéndose en totalitaria. Durante demasiados siglos Europa conoció constantes guerras de religión y una represión absoluta contra la libertad de pensamiento a través de instrumentos tan siniestros como la Inquisición. Hoy contemplamos con horror como en el mundo musulmán se reproducen unos comportamientos que creíamos desterrados para siempre: "Algunos se niegan a aceptar que las grandes religiones, reputadas fuentes de concordia y humanitarismo desinteresado, puedan propiciar enfrentamientos implacablemente sanguinarios. Pero no deben olvidarse dos cosas. En primer lugar, las religiones funcionan como elementos de cohesión hacia dentro de las sociedades en que son hegemónicas pero en cambio, a lo largo de la historia, han provocado hostilidad y enfrentamiento hacia fuera, contra comunidades con creencias diferentes. Esto resulta especialmente cierto de los monoteísmos, que introducen una exigencia excluyente de verdad que los paganismos politeístas no conocieron."Si hemos avanzado en derechos y libertades durante los últimos siglos no ha sido gracias a los esfuerzos del Vaticano en este sentido, sino precisamente luchando contra su oposición, a través del germen de la Ilustración. Todavía en la primera mitad del siglo XX, los papas clamaban contra la idea de libertad religiosa, por lo que un Estado como el franquista, autoritario, confesional y asfixiante. Todavía padecemos las consecuencias de cuarenta años de esa fórmula. España no ha sido capaz de romper el lazo con la iglesia católica y mantiene unos Acuerdos con el Vaticano manifiestamente inconstitucionales, por cuanto financia directamente a la iglesia y le permite adoctrinar a los alumnos de las escuelas públicas, entre otras muchas prebendas. Cualquier tímido avance en la dirección de un auténtico laicismo provoca la vociferación de los obispos, que no quieren ceder ni un ápice de su privilegiada posición.Y es que después de todo la religión es un consuelo inventado por los hombres, incapaces de enfrentarse a la tragedia de ser mortales. Todo es fruto de un deseo de trascendencia, de negarse a considerar nuestra realidad como la única posible. La inmortalidad y un posible paraíso son caramelos demasiado dulces como para ser rechazados. La racionalidad no ofrece más que ciencia y conocimiento, que son finitos. Frente a la idea de un Dios perfecto, eso no vale nada y lo peor de todo es que hay gente dispuesta a inmolarse para probarlo.Al final resulta que los dioses que hemos creado no son más que reflejos de nosotros mismos, de nuestros miedos, de nuestros anhelos y de una distorsionada idea de justicia:"Como observó Voltaire, si Dios nos hizo a su imagen y semejanza no hay duda de que le hemos devuelto cumplidamente el favor... " Es ilusionante pensar que después de la muerte seremos recompensados por nuestra fe, nuestra obediencia y nuestras buenas acciones (se definan éstas como se definan en un determinado credo), pero la misión de una sociedad laica debe ser siempre estimular el debate libre, sin ideas preconcebidas, para desenmascar las imposturas en las que se basa el poder religioso, un servicio que debe prestarse a una ciudadanía que, después de todo, cada día es más indiferente a los preceptos oficiales de la fe, aunque siga manteniendo numerosas supersticiones, fomentadas directa o indirectamente por el Estado. Nuestro futuro en este ámbito, como en casi todos, depende de que sepamos inculcar pensamiento crítico a las futuras generaciones. Como bien dice Richard Dawkins, el objetivo es que algún día hablar de niños cristianos judíos o musulmanes sea tan absurdo como referirse a niños marxistas, neoliberales o keynesianos.