Hay quienes dicen que hacer un cuento es mucho más difícil que escribir una novela. Los personajes del cuento deben caracterizarse rápidamente y un trozo de la vida debe comprimirse en unas cuantas páginas, lo que implica crear imágenes fuertes, fáciles de recordar, que los diálogos sean concisos y que cada palabra y cada párrafo vayan encaminados hacia un mismo fin. La novela puede tener capítulos malos pero el cuento es un solo golpe, una sola oportunidad de acertar y derrotar al oponente o de perder en el intento.
Hay cuentos que impresionan por contar hechos extraños y sanguinarios, pero su impacto sólo se mantiene por un rato; un reto mucho mayor es el que se propone Patricio Pron en La vida interior de las plantas de interior: pretende (y logra) quedarse en nuestros recuerdos por hacernos ver de otro modo a los objetos y a la gente que vemos todos los días. Él no quiere personajes legendarios: nada de héroes ni de villanos. Los hechos que narra son tan sencillos que no llenarían un periódico; podríamos escucharlos en cualquier bus o cafetería. Son narraciones como pequeños artefactos, bien construidas y sobre todo diseñadas con humildad: Pron no nos quiere enseñar las verdades contundentes de la vida ni quiere que cambiemos nuestra forma de actuar, su única intención es que nos fijemos en esa peluca que lleva puesta una indigente y cómo para que existiera fue necesario que se extinguieran los dinosaurios; quiere hacernos pensar en la señora que lloró al ver una revista en el supermercado y en el perro que sale en cincuenta y cuatro cuadros de Pablo Picasso; a muchos les parecerá que esta labor es puramente ociosa e inútil, pero ¿qué es un artista si no precisamente quien nos pone a cierta distancia de lo cotidiano para que podamos contemplarlo en todo su esplendor?
Leer a Pron es entender por fin las palabras de Empédocles, quien en uno de los cuentos es llamado el "infortunado filósofo griego": "Yo he sido ya, anteriormente, muchacho y muchacha, arbusto, pájaro y pez habitante del mar". Con estas historias nos damos cuenta de que, si miramos con atención, el panpsiquismo es apenas natural; no todo son obstáculos en el camino hacia el trabajo, pues hasta una pequeña piedra tiene alguna historia; puede haber vida interior en lo que sea, incluso en las plantas de la sala que últimamente olvidamos regar, pues se volvieron parte del paisaje.
Juliana Zuluaga
Libélula Libros
Boletín 73 Libélula Libros:
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