Revista Opinión

La vida privada de los hombres públicos (Camilo José Cela)

Publicado el 17 enero 2012 por Miguelmerino

“Supongo que será doloroso para los hombre públicos el que se haga pública su vida privada, y no digamos cuando esa privacidad no se acomoda a los usos aparentemente tenidos por ortodoxos entre quienes, a puerta cerrada, pueden hacer lo que quieran sin miedo al escándalo porque los devaneos, las fintas y los metisacas de los desconocidos no interesan a nadie. Quizá uno de los mayores encantos que asisten al hombre del montón, al transeúnte corriente y moliente que pasa por la vida sin dejar huella, sea el de poder hacer y acontecer lo que le da la gana sin que nadie vuelva la cabeza ni siquiera por curiosidad.

En los países anglosajones se hila más delgado alrededor de la vida privada de los hombre públicos que en los países latinos, especialmente sobre los aconteceres de alcoba, y yo no sé si esa actitud denota virtud o denuncia morbo, ya que el puritanismo es capaz de pintar de color de rosa las más amargas muecas de la conducta. En Gran Bretaña y en los Estados Unidos puede truncarse una carrera política por un polvo a destiempo o a contrapelo, mientras que en los países latinos, o al menos en España, hay más propensión a hacer la vista gorda sobre determinadas situaciones, si no admitidas por la ley, sí toleradas por la costumbre. Peor es – y también es cierto – que esa aludida tolerancia se extienda al desvalijamiento de las arcas prójimas, tanto oficiales como particulares, y a la indiferencia de los desvalijados y sus valedores, que suelen creer que cumplen tras haber adoptado ineficaces actitudes testimoniales. En el mundo anglosajón, aquéllos dimiten y a estos otros los encierran pero aquí no pasa nada porque se juega a confundir y a ir tirando.

Es probable que los hombre públicos ni tengan ni deban tener vida privada, porque es lo que se es a todas horas y mientras se sea lo que se está siendo, pero no lo es menos que los observadores privados suelen ignorar, cuando no despreciar, unas determinadas normas de conducta y buen criterio que haría más fluida y serena la convivencia. Epicuro, de quien tanto deberíamos todos aprender y copiar, pensaba que el mayor fruto de la justicia era la serenidad del alma. Admito, e incluso proclamo como la presunción de un derecho que pueda ser escampavía de otro derecho más maduro, que se dé publicidad a la entera vida de los hombre públicos, pero exijo, y también pregono, que ese público aireamiento no pueda ponerse jamás al servicio de las curiosidades malsanas, los intereses bastardos o las intenciones abyectas o torcidas. Y el que quiera entender que entienda.

20 de febrero de 1994

Recogido en El color de la mañana, Madrid: Espasa Calpe, 1996.

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Se cumplen hoy diez años de la muerte de Don Camilo, el del premio. Por más que el mundo literario no le haga justicia, su obra está ahí. La gente suele confundir el culo con las témporas, pero como decía Don Camilo: en España, el que resiste gana.


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