Desde qué nos ponemos por la mañana hasta qué desayunamos, a qué hora cogemos el autobús o qué camino escogemos para ir al trabajo, todo en nuestra vida está formado por pequeñas decisiones. Luego toca tomar las grandes, como pedir una hipoteca, cambiar de trabajo o independizarte, y es entonces cuando más valoras ésas decisiones que no duele tomar, porque apenas se notan, apenas dan miedo. Yo he tenido que tomar una decisión grande estos últimos días y he sentido mucho vértigo, es verdad, y miedo, y un nudo en el estómago que todavía a veces no me deja ver lo acertado de haberme tirado a la piscina para dar un paso más en busca de un sueño, ganarme la vida como periodista. Pero a veces no se trata de no tener miedo, sino de transformarlo en vértigo, que es igual pero mejor, porque no nos paraliza… sólo nos hace conscientes de lo que tenemos que afrontar.