Por Merche Rodríguez
O como un periodista de
sociedad, comúnmente conocido como periodista de corazón, es capaz
de acaparar con su primer libro las estanterías de librerías y
centros comerciales. Y llevar varios meses viajando por España para
firmar ejemplares a sus lectores y charlar con ellos, aunque apenas
sean unos minutos.
¿Cómo puede alguien
escribir una novela sobre su vida cuando todavía está en proceso de
escribir esa vida? Habitualmente las biografías, por muy noveladas
que sean, se escriben a una edad avanzada, cuando el protagonista
está ya en fase de retirada de su actividad y se encuentra con
tiempo para poner en orden su cronología. Normalmente, las biografías
las escriben personajes que han aportado algo importante a la
sociedad, porque supuestamente nadie se gasta casi 20 euros en leer
la vida del que podía haber sido su vecino. Pero Jorge Javier Vázquez tiene que haber
aportado, por mucho que a sesudos intelectuales se les revuelva el
estómago porque la respuesta del lector ha sido apabullante: 200.000
ejemplares vendidos, 9 ediciones y promoción en diferentes ciudades
como Madrid, Barcelona o Sevilla y que tiene todos los visos de
continuar.
¿Ha establecido una
conexión con el público porque habla su mismo idioma?, ¿hay
compasión y empatía por una condición sexual que tuvo que
esconder? O, ¿resulta atractivamente provocador porque rompe el lenguaje televisivo
constantemente? Le enseña al espectador la trastienda de un programa
en directo, se salta el eje momento sí y momento también, le enseña
el croma, se pasea entre los operadores de cámara, le muestra al
espectador la fragilidad del escenario, es decir, el mundo televisivo
de luz y color y aparentemente estable, se apoya en estructuras de madera
que no tienen ningún glamour y que dejan de tener un bonito acabado
cuando se ven desde atrás, muestra el lado más feo de un show
lleno de cables desordenados por el suelo.... muestra la realidad. Y
eso es su novela, la realidad de una familia normal y corriente, la
realidad de un chico que cambia de ciudad para encontrarse a sí
mismo y encontrar un hueco en el oficio que ha elegido.
Los gurús de las letras
dicen que la literatura está en su peor momento, dicen que la
verdadera literatura está desapareciendo, se preguntan dónde están
las grandes historias. Pero lo que es cierto es que al grupo
editorial le ha crecido este año “otro premio Planeta”, que
ha demostrado estar en condiciones de competir abiertamente con La marca del meridiano de Lorenzo Silva y La vida imaginaria, de la
finalista Mara Torres (reseñada en este enlace por Luis Conde), competidora más directa del propio Vázquez,
porque Silva tiene su público fiel, ya ha demostrado con creces que
gusta a su lector y las entregas de los investigadores Bevilacqua y
Chamorro, guardia civiles para más señas, tienen hasta su propia
película. Con Lorenzo Silva la apuesta era segura.
Retrato atractivo de una vida cotidiana
Y de vidas va la cosa. La
que nos ocupa es la del presentador que se asoma a diario a la
pantalla del televisor. Y como Boris Izaguirre, y si la paciencia y
la querencia le acompañan, será muy capaz de escribir una segunda
novela. Al igual que al presentador venezolano la crítica
especializada ni siquiera le consideraba escritor y ha demostrado con
tenacidad que lo es, y además bueno, guste o no su estilo, Jorge
Javier Vázquez ha escrito una primera novela fresca, descarada, bien
estructurada, cercana, asequible y más que digna de un hueco en
cualquier librería. En un estilo muy a lo J.J.
Ha sido capaz de retratar
de forma atractiva una vida cotidiana, de problemas familiares
comunes pero no por eso menos dolorosos y más bien anodina en sus
primeros años, que derivó en la que es hoy en día, la de uno de
los presentadores mejor pagados del momento. Tan solo se le puede
reprochar el privilegio concedido a uno de sus personajes, el de
Carmen Rigalt, a la que rinde sincero homenaje de amigo citándola
por su propio nombre, cuando el resto están ocultos por alias o
directamente inventados. No es un recurso honesto para con el
lector, pero tampoco merece por ello ser quemado en la pira.
Obviando las críticas
personales a tal o cual 'compañero' de profesión, la novela de
Vázquez se adentra en la problemática de una sociedad pacata, la
que llama con desprecio maricón a un hombre que se acuesta con otro
hombre, y delinea con precisión cada una de las puñaladas que a
veces vuelan en ese gremio de periodistas conocidos como los del
“cuore”, en los que tradicionalmente se ha movido mucho dinero
que ha emponzoñado las relaciones entre ellos, además de repasar sus primeros
años de vida amorosa, a trompicones, como el que se tropieza con sus
propias piernas mientras avanza.
De lo que no cabe ninguna
duda, es de que La vida iba en serio y además se ha convertido en
una alegría, tanto para su autor como para su editorial. Y es que,
cada lector tiene su autor y cada autor tiene su lector. Lo
importante es que ambos se respeten.