Siempre he sido una persona sofisticada, amante de buscarle el sentido profundo a las cosas de la vida. Pero cada día más me doy cuenta que ir en busca de ese sentido o de la felicidad en la vida es una trampa, algo que nos requiere energía, nos hace sentir equivocadamente maduros y excesivamente responsables -cuando no, culpables- de lo que nos pasa y, lo que es peor, nos priva de dedicarnos a lo que llega cada día a nuestra vida… como cualquier niño de corta edad hace!
Para aprender de la vida y hallarle su sentido basta con vivirla, tal como llega, sin forzarla que satisfaga nuestros deseos y expectativas, sin planes preestablecidos y sin negarnos lo que somos, sentimos y/o merecemos. La vida conoce nuestro camino más que nosotros y lo único que debemos hacer es no resistirnos a ella, ni a la felicidad y al amor que nos brinda, a cada instante. Cuando nos resistimos, no solo no lograremos vivir lo que nos aporta, sino que no lo aceptaremos cuando nos traiga lo que ella sabe que necesitamos en ese preciso instante.
¿Cuántas veces insistimos y nos obcecamos para que pase algo, que deseamos? ¿Cuántas veces nos resistimos a nuestro amor y nuestra felicidad, mientras decimos ir en busca de ellos? Mientras hacemos eso, evitamos sentir nuestras emociones provocadas por lo que vivimos. Vivimos algo, mientras nuestro corazón y nuestra mente está en otro lugar o en el pasado o el futuro. Nuestra atención por lo que vivimos a cada instante no siempre está donde debería…
La vida se comunica con nosotros a través de las emociones, que rememoran todo aquello que necesitamos vivir. Y he dicho emociones porque los sentimientos son una construcción mental de esas mismas emociones, por tanto algo modificable y que responde a las necesidades de nuestro ego. Por ello, los sentimientos puede se beneficiosos o dañinos para nosotros, en un momento dado. Las emociones, en cambio, no son más que nuestra relación directa con lo que siente nuestro corazón y lo que estamos viviendo. En las emociones se transmiten nuestros deseos profundos, nuestro fuero interno, ese que quiere lo mejor para nosotros y para nuestra vida.
Por eso, vivir es sentir, nada más. Y aprender a sentir desde el interior es todo lo que necesitamos para vivir y para aprender, viviendo. ¿Cuántas veces sientes algo y vives precisamente lo contrario? ¿Cuántas veces mientras vives, sientes que estás lejos de lo que sientes en tu corazón? Vivir y sentir lo que estás viviendo es la mejor manera de sentirte feliz, es decir, estar alineado con lo que tu corazón y la misma vida te sugieren. Evitarlo o escaparse de ello es garantía de infelicidad, simplemente porque no está acompasado lo que vives con lo que sientes interiormente, haciendo de tu vida algo lejano y ajeno que no te lleva a ti mismo ni a tu felicidad!