Revista Cultura y Ocio

La vida sumergida - Pilar Adón

Publicado el 25 octubre 2018 por Elpajaroverde
«...el verde del musgo que crecía sobre las piedras y que escondía una vida oscura, inapreciable a primera vista, aunque espléndida cuando uno se detenía a estudiarla más de cerca».
Pilar Adón se detiene. Pilar Adón estudia esa vida: la oculta, la sumergida. Estudia ese musgo en el que se oculta esa vida. Estudia raíces, ramas, frutos. «La botánica era la ciencia que trataba de las plantas, pero ¿en qué afectaba eso a las plantas?». ¿En qué nos afecta leer los tratados de Pilar Adón, sus novelas, sus relatos, su literatura? Nos inquieta, nos perturba, nos descoloca. Una sutil ráfaga de reconocimiento; una ligera brisa de extrañeza. ¿Y después? Ojalá fuéramos como una de las protagonistas de estos relatos y pudiéramos recibir «la combinación exacta de equilibrio y recompensa para dominar cada una de las desagradables sensaciones que subyugaban al conjunto de individuos pertenecientes a la variedad «frágil»». Ojalá pudiéramos ser domesticados, desgajados de esa vida-musgo; ya se sabe: «los seres salvajes no han nacido para ser felices». Ojalá. O no. Si se extingue la vida sumergida, se apaga el resto. Carcasa hueca, vacía.
«Siempre fue la gravedad. La imposibilidad de dar un paso y realmente salir».
La vida sumergida - Pilar Adón«Aunque no los leí seguidos, si me concentro en las dos historias, me resultan muy afines. Me evocan las mismas imágenes. El mismo sabor. El mismo pitido en los oídos. La misma blancura en la memoria. Como dos máquinas de triturar papel que dejaran tras de sí largas tiras de personajes hambrientos. Aplastados y desconsolados». Cuando me encuentro con estas frases en otro de estos relatos, no puedo evitar pensar que están ahí puestas para mí. Son las palabras justas, las que preciso para expresar esa sensación tan mimética que me provocan todos los libros que llevo leídos de esta autora. Me evocan las mismas imágenes; me hacen regresar «a lo Básico. A lo Primitivo y lo Original»: naturaleza, bosque, cabañas y casas solitarias. Aislamiento. Un aislamiento geográfico buscado y voluntario, que no es otra cosa que el aislamiento al que tantas veces nos sometemos nosotros mismos. Rodeados de gente, integrados en la multitud en nuestra vida visible; aislados del resto, orbitando en torno a un único individuo en esa vida oculta en el musgo. Nos sometemos. Destacamos a alguien, vete a saber por qué (o sí, sí lo sabemos pero eso forma parte de nuestra vida sumergida). Lo adoramos, lo ponemos en un pedestal. Todo lo que él hace es excusable. Todo lo que nosotros hacemos tiene por objetivo hacernos visibles ante sus ojos, ser tocados por su mirada, asistir a un momento de reconocimiento por su parte.
Si en algo destaca (y destaca en muchas cosas) Pilar Adón es en diseccionar con palabras esas complejas relaciones de poder y control que ejercemos unos sobre otros y sobre cuyos cimientos basamos muchas veces nuestra convivencia. Sus historias giran mayoritariamente en torno «a la resolución de la incógnita de si para que dicha convivencia civilizada pudiera ser real debía optarse siempre por el sometimiento y siempre por la rendición de unos ante otros», igual que muchos de esos personajes suyos tan hambrientos, aplastados y desconsolados giran en torno a su rueda de hámster rumiando su odio a la jaula de la que ellos mismos se resisten a escapar. Porque «todos le damos forma a nuestro mundo. Todos nos establecemos en nuestras parcelas. Espirituales y mentales».
«Se odia el espacio que ocupa el propio odio, la posición que rellena, el hueco que de no estar él sería aire. Claridad, limpieza».
Sin embargo, a pesar de ese cosmos común en el que habitan todas las historias de Pilar Adón, hay diferencias entre cada uno de sus libros, al igual que todos nosotros somos distintos aun compartiendo las mismas necesidades, miedos e inseguridades. «Me da miedo el bosque que llevo dentro», reza la declaración con la que terminaba hace algo más de un año mi reseña de El mes más cruel. En La vida sumergida, en cambio, el bosque sale de mí y se me antoja liberación. «Marcharse con la fabulosa idea de que podría defenderse a sí mismo», piensa uno de los personajes de uno de estos relatos al dejarlo todo atrás y adentrarse en el bosque. ¿Decisión desesperada u opción perfectamente aceptable una vez que uno ha llevado a cabo el difícil ejercicio de desprenderse de objetos y afectos? «Aferrarse implica depender». Y nos aferramos a esa dependencia. Porque lo desconocido asusta. Porque lo conocido, a pesar de que a veces asfixia, nos aporta seguridad.
«Tal vez lograra sentirse igualmente protegida allí dentro. En ese aislamiento buscado. Sin explicaciones que dar ni explicaciones que recibir. Sin interrupciones. Sin renunciar a lo que era suyo, a los objetos que ahora eran suyos. Tal vez lo lograra. Encerrada con alguien que quería llevar una existencia segura y que no permitiría que volvieran a rozarle ni a abandonarle. Bajando la cabeza. Sin dar un solo paso en ninguna dirección».

La vida sumergida - Pilar Adón

Escuela de Yásnaia Poliana. Autor desconocido.


Así que, en varios de estos relatos, Pilar Adón nos plantea la posibilidad de abrir la puerta a la jaula y explorar los senderos de ese bosque inhóspito; pero también, en muchos de ellos, tengo la impresión de que ella misma explora senderos que se abrieron en su mente al escribir su novela Las efímeras. Recupera en alguna de estas historias la idea de la vida en comuna y llama la atención el número de ellas que, al igual que la novela citada, están protagonizadas por una pareja de hermanos. Me pregunto el porqué de esa querencia. Si es una especia de vuelta «a la niñez, a los pocos años, al poco cuerpo y a la mucha dependencia», a esos años en que somos más vulnerables y aún no hemos levantado nuestros muros de defensa ante el mundo; si tal vez quiere hacer incidencia en que son los hermanos nuestra primera competencia y es con ellos con quienes forjamos nuestras primeras relaciones de poder y sometimiento; o si acaso es en ellos, en sus rostros, sus ademanes, en quienes mejor nos reconocemos, si es que no son ellos, quizás, quienes guardan y devuelven nuestra cara oscura.
Sea como fuere, los cuentos de Pilar Adón nos hacen inhalar el olor de los cuentos clásicos; de sus versiones originales y no de aquellas que se han ido edulcorando para no asustar a los niños. Aquí, si abrimos la tripa al lobo, no encontraremos piedras. El lobo como carne humana. Y el lobo no siempre lleva piel de lobo. El lobo a veces tiene apariencia de leñador; a veces, de abuelita; a veces, de caperucita. Los cuentos de Adón nos desconciertan como nos desubica la estancia en un bosque en el que cada recodo parece igual sin serlo. Sin embargo, entre la abundancia y confusión del follaje se cuela un viento helador que tiene algo de purificador. Siempre hay algo en ellos inasible, cierta perplejidad, cierta dualidad (y precisamente uno de los que me parecen más extraños me hizo recordar una nouvelle de Henry James en el que el autor juega con la idea del desdoblamiento). Pero ¿acaso no lo hay también en la vida real y en nosotros mismos? Leo a Pilar Adón y me quedo con ganas «de pedirle de una vez que me explique en qué consiste todo esto, tanta confusión y tanto vacío». Pero probablemente ella esté en las mismas que yo y necesite su propia explicación. Por eso se detiene, nos observa, nos estudia. Botánica que analiza nuestra vegetación; que desenreda y disecciona con palabras nuestras raíces y ramas. Ecóloga que sigue esas raíces y ramas y desentraña la relación que establecen con su medio y con el resto de seres que lo habitan.
«Sabía que a su alrededor todo era vida y destrucción. Vida y destrucción. La gesta por la supervivencia con sus habituales cadencias, saliera él a inspeccionar sus avances o no. Y, del mismo modo, el desastre. Las raíces de los árboles que ingresaban en la tierra y los pequeños animales que se alimentaban de otros pequeños animales más indefensos o menos rápidos. Los pastos que se modificaban a cada segundo. Las arañas que tejían sus telas plateadas en las insondables grietas de las rocas, en los huecos de los muros, esperando la caída de un insecto somnoliento, desamparado, que no podría despegarse de su red mortal. Los animales que se preparaban para perpetuarse».

La vida sumergida - Pilar Adón

Otelo y Desdémona. Pintura de Alexandre-Marie Colin.


Ficha del libro:
Título: La vida sumergida
Autora: Pilár Adón
Editorial: Galaxia Gutenberg
Año de publicación: 2017
Nº de páginas: 160
ISBN: 974-84-17088-37-8
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