En su Monografía de la prensa parisina (1843), Honoré de Balzac traza una radiografía de la profesión que bien pudiera prevalecer en nuestros días. Casi por casualidad, una reedición de esa obra –se asegura que traducida por vez primera al español– llegó a mis manos. Me he divertido sobremanera con su lectura. Los axiomas que en ella se contienen carecen de desperdicio. He aquí el primero de ellos: “Se matará a la prensa como se mata a un pueblo: dándole la libertad”.
Se refiere el autor al que denomina publicista, y dice de él que “esa denominación antaño atribuida a grandes escritores, se ha convertido hoy en la de todos esos escritorzuelos que se ‘dedican’ a la política”. Mientras leía a Balzac, me venía a la cabeza la imagen de cierta periodista española que, como otros muchos en su profesión, llevan a gala una emergente vertiente laboral: la de los tertulianos. Ocurrió ayer. Y pasó que la oí a primera hora en un programa radiofónico; a media mañana, la vi en una televisión autonómica y, ya por la noche, en otra de las cadenas televisivas que ahora proliferan. Desconozco si por la tarde, tras la comida, la colega asistió a otra tertulia radiotelevisada, circunstancia que no descarto, o bien optó por echar una pertinente siesta.
La eclosión de televisiones en formato TDT ha provocado una catarata de contertulios que, a toda hora, han de estar prestos y dispuestos e, incluso, saber casi de todo. Este curioso subgénero ha derivado en programas de éxito evidente donde el deporte más preciado es deslomar al que más manda. ‘Leña al mono, mientras el cuerpo aguante’, parece ser su lema. La crítica más acerba, a veces rayana en el insulto, se instala en sus tendidos. En algunos, que no en todos, por supuesto.
Balzac, en la década de los años treinta del siglo XIX, ya advertía que “hoy en día, la crítica no sirve más que para una sola cosa: para dar de comer al crítico”. Eso, y no otro menester, es lo que ocurre con nuestros tertulianos contemporáneos. En función de la tarifa al uso, obtienen interesantes réditos por hablar y opinar a mansalva. El escritor francés hablaba entonces de tres tipos de joven crítico rubito: el negador, el farsante y el adulador. Imagino que en aquellos tiempos con la mirada puesta en el mundillo literario, si bien esos tres personajes podrían trasplantarse hoy al mundo de la tertulia española radiotelevisada.
Como no es cuestión de generalizar, y cierto es que en esos espacios se hallan, a veces, excepciones intelectuales que confirman la regla, habrá que convenir que son otros los que hablan por hablar y opinan, en ocasiones, sin demasiado fuste. Mas no importa. Hay otro axioma de uno de los padres de la novela realista que les viene que ni al pelo: “Menos ideas se tienen, más arriba se llega”. Aplicado no sólo a periodistas, claro. También, permítaseme, a cuantos políticos juegan con no exhibir, casi nunca, una suerte de agenda oculta que guardan con inusitado celo.