Por Toby Valderrama y Antonio Aponte
Una oleada de operativos represivos cubrió el país: la Cota 905, Ciudad Tiuna, los Valles del Tuy, Zulia y Aragua sintieron la acción. Se reconoce que las bandas criminales tenían controlados estos territorios. El hecho, ya declarado por el Presidente y el Ministro del Interior, merece reflexión.
Es una verdad incuestionable que el hampa ha tomado parte del territorio; es verdad que el crimen ha prosperado de manera alarmante, y también que estas bandas están formadas por delincuentes de la peor calidad. No se discute la necesidad y el deber del Estado de solucionar esta situación y de usar la violencia. Hasta aquí, dudamos que alguien discrepe, a todos nos une la necesidad de rescatar la seguridad, la armonía de la sociedad, de acabar con la delincuencia. Donde comienza la divergencia es en el método usado, y en la ideología que sustenta este método. Veamos.
Un caso que antecede a esta operación “Liberación y Protección”, fue el operativo en el Barrio San Miguel de Maracay, en esa oportunidad se justificó aquel despliegue de fuerza con el argumento de que:
“El operativo de seguridad realizado en el sector San Vicente, en Maracay, garantiza el derecho colectivo a la paz, ‘nosotros somos un pueblo de paz y el presidente Nicolás Maduro ha hecho un llamado, un millón de veces a la paz, al desarme y a que cese la violencia criminal’”.
En aquella oportunidad escribimos:
“El gobernador de Aragua declara que el operativo de seguridad realizado en el sector San Vicente, Maracay, garantiza el derecho colectivo a la paz. Expone así un peligroso concepto: un operativo se justifica, se consagra, si se supone que garantiza el derecho colectivo a la paz, y esa garantía queda al libre albedrío de los que realizan el operativo. Se establece así una doctrina de los derechos humanos que justifica su violación para favorecer un supuesto derecho colectivo”.
Después vinieron las aclaratorias, se dice que en el sitio estuvieron los representantes de la Fiscalía y los derechos humanos, lo que indica que hay un sector con vocación de respetar los derechos humanos de quien más lo necesita, los delincuentes y los presuntos delincuentes, vocación que se enfrenta a cualquier tentación de desdeñar el alto humanismo que debe caracterizar a una Revolución.
Y así quedó planteado en la Revolución el tema de la manera de resolver el problema grave de la delincuencia, el trato a los delincuentes que nadie duda son de altísima peligrosidad. ¿Cuál respuesta dar a la situación de inseguridad?
Debemos reconocer, los hechos nos autorizan, que el tratamiento dado al problema de la inseguridad ha fracasado, hay fallas graves en la formación moral que se deben estudiar, adelantaremos que es el egoísmo que emana del capitalismo la base psíquica de la delincuencia. Este hecho abona a la solución represiva, a la violencia sin humanismo, que dicho sea no ha dado resultado en ningún país, a la larga se instala una relación con la vida y la muerte que resulta más dañina.
En una Revolución, el camino de la violencia debe ser tratado de manera muy cuidadosa: de la calidad de la violencia del Estado, de su fuerza, de su objetivo dependerá la calidad de la Revolución. Las clases dominantes usan la violencia para proteger sus intereses y su tranquilidad. Las razzias en los barrios son recuerdo de los días de la cuarta, el “dispare primero y averigüe después” es mancha sobre aquella falsa democracia. Toda muerte, todo atropello de los derechos humanos se justificaba con la doctrina de “garantizar la paz colectiva”.
En el golpe de abril se persiguió a los revolucionarios para garantizar la paz colectiva, se persiguió a poetas y funcionarios, se dio la orden de “cazar a los chavistas como ratas” y todo en nombre de la tranquilidad colectiva. Se demostraba así lo peligroso de perseguir a los delincuentes sin el respeto a sus derechos humanos, lo fácil que la doctrina represiva se hace política y la vendetta toma cuenta de grandes segmentos sociales.
Fidel, en la Sierra, aleccionó al mundo respetando profundamente los derechos humanos de los enemigos, los soldados capturados eran tratados con humanismo, con sumo respeto, a pesar de que minutos antes disparaban contra los combatientes revolucionarios.
Los sionistas atacan a los palestinos en nombre de la paz del colectivo de Israel, se justifica así un verdadero genocidio.
Las bombas atómicas sobre Japón se justificaron en defensa de la paz de los aliados: 50 mil niños murieron en el primer minuto con esa excusa.
Lo anterior nos indica las diferentes calidades de la represión, de la violencia para conseguir la paz. El Revolucionario busca la paz basada en el humanismo, en el profundo respeto de los derechos humanos; los capitalistas buscan su paz con el respeto de sus “derechos capitalistas” en desmedro de los derechos humanos.
La doctrina de los “derechos humanos” nos indica que son “derechos de la humanidad”, de todos los humanos, y ese concepto debe prevalecer sobre cualquier colectividad, sobre cualquier paz sectorial. Y no es un principio bobo cuya violación no trae consecuencias, al contrario, influye en el destino final de la Revolución, de la humanidad. ¿Qué pasa cuando usamos la violencia sin respeto por los derechos humanos? Se establece una cultura de la muerte que es la base del fascismo, esa cultura está instalada en el lado de los delincuentes y se debe impedir que se instale en el lado de la Revolución. La muerte del peor delincuente sin respetarle sus derechos humanos es un impacto inmensamente negativo en el alma de la Revolución, en la psiquis del pueblo y de los cuerpos represivos, se estaría así labrando la cultura de la muerte, y esa espiral no tarda en hacerse política, nos conduce al fascismo.
Estamos seguros de que en el Estado hay funcionarios contestes con estas ideas, los hay, como el Defensor del Pueblo, que ha dedicado su vida a la defensa de los derechos humanos y lo ha hecho con valentía cuando esa defensa era a riesgo de la propia vida. Sea este escrito una alerta necesaria, porque sabemos que siempre, en sectores con poder, está presente la tentación de resolver la delincuencia por la vía de la violencia sin humanismo.
¿Se puede interpretar lo que decimos como que no se use la violencia del Estado en respuesta a la violencia de la delincuencia?, sería una interpretación errada. La propuesta, y debe quedar claro, es que esa violencia sea considerada un mal necesario, y tenga controles hasta el exceso, sea violencia con humanismo. Los operativos deben ser fiscalizados a fondo por los organismos defensores de los derechos humanos, los efectivos deben ser aleccionados en los derechos humanos, que cada soldado sea un combatiente y también un poeta, que cada proyectil vaya cargado de la poesía, del humanismo de la Revolución; que cada operativo represivo sea continuado con un operativo cultural. Y sobre todo que cada humano caído, aún siendo delincuente, nos duela como un hermano. El problema amerita un estudio a fondo, una reflexión rigurosa, son acertadas las decisiones de reimpulsar el Consejo de los Derechos Humanos, las acciones del nuevo Defensor del Pueblo. Es necesario hacer frente a la tentación del uso indiscriminado de la violencia.
Cuando comentamos los sucesos de Maracay concluimos:
El asunto merece la discusión de la sociedad, si dejamos imponer las razzias como terapia contra el crimen estaremos transitando camino al fascismo. Es urgente un debate sobre lo ocurrido, preguntarnos como el filósofo: “¿cómo se hace para no convertirse en fascista aún cuando (especialmente cuando) uno cree ser un militante revolucionario?”
¡La alerta ahora tiene más vigencia!