Revista Cultura y Ocio
Olor a polvo.
Silencio absoluto.
La luz de los focos.
Tensión.
Se supone que ya debería estar acostumbrada a esto, pero sigue abrumándome cada vez que vuelvo aquí. Justo como la vez anterior.
El auditorio ya está preparado, y todas las localidades se han vendido.
Ya he afinado. Las cuerdas están tersas y suaves hoy. El arco está listo. Tan solo queda coger el violín.
Estoy preparada. Me sé la partitura del derecho y del revés, después de tantos meses de trabajo debería estar orgullosa, pero solo puedo sentir ese nudo en la garganta que me recuerda que soy humana.
Nervios.
Si repaso estos últimos meses solo he estado practicando. Repitiendo la partitura, una y otra vez. Limando asperezas con el sonido. Refinando mi técnica. Perfeccionando mi música.
Una y otra vez. Tocaba.
Sola. Acompañada. Tocaba.
Ahora si miro la vista atrás, todos los llantos, el sufrimiento… Todo parece algo muy lejano. Algo distante, algo ajeno a mí. Pero sé que no es así.
Ya está todo a punto. Solo queda comprobarlo. Solo queda saber si mereció la pena todo eso, o si no estoy a la altura. Solo queda ver el resultado de tantos meses de duro trabajo.
Me coloco en mi sitio. Las partituras reposan suavemente sobre los atriles. Ahora ya me resultan innecesarias. Solo necesito concentrarme. Concentrarme.
El anterior silencio abrumador, se transforma en un barullo ensordecedor que conforma el fondo sobre el que yo debo destacar. No todos los días puedes tocar con una orquesta sinfónica.
Ya estamos todos colocados. A la vez, somos como una máquina. Una maquina que en vez de engranajes tiene arcos, violines, trompetas y clarinetes. Una maquina cuyo funcionamiento es un misterio que solo conoce el director. Una maquina diferente a todas las demás.
Una maquina que funciona con el combustible de la tenacidad. Que se lubrica con la pasión, y se perfecciona con el talento.
Toda una maquina de este calibre para destilar las más finas notas. Para conseguir un pequeño riachuelo de melodías cristalinas.
El director es el ultimo en entrar. Se toma su tiempo, se coloca en su sitio, y saluda al público. Les da las gracias por estar ahí. Es lo más esencial. Antes de tocar todos damos las gracias. Sin el público esta máquina se atrofiaría.
Los nervios se disipan pronto para dar paso a una nueva sensación. Motivación.
Enterrada en más de 100 músicos, yo, una violinista, quiero tocar. Quiero que mi voz, la de mi violín, se escuche.
Quiero llegarle a la gente, quiero que mi música le llegue. Quiero ser oída, junto al resto de violines. Quiero que en algún matiz diferente noten mis vibraciones.
No conozco a ninguno de mis compañeros. No nos conocemos, pero… ¿Eso importa ahora? ¿Importo alguna vez? Somos una maquina, aunque no les conozca sé que puedo confiar en ellos. Tocamos con la precisión de un reloj, sonamos con la fuerza de mil mares, y tenemos la suavidad de la más fina seda. Todos juntos formamos la maquina. Yo soy parte de ella, al igual que el resto de compañeros. Guardamos con nosotros la confidencialidad que eso conlleva. Guardamos entre nosotros el secreto de su funcionamiento. Somos cómplices pues, del sonido que creamos. Somos responsables de los sentimientos que liberemos.
Somos una maquina.
Somos uno solo.
No existe un yo en la orquesta, y de existir, ese yo sería el director, quien está a punto de iniciar la pieza.
Alza la batuta con un movimiento elegante y dulce. Un mar de sensaciones me vuelve a asaltar.¿Le llegara a la gente mi música? ¿Le llegaremos todos?
El arco se desliza con suavidad sobre las cuerdas, y el sonido se desata en el auditorio. Reverbera por toda la sala. Mi melodía se funde con la de los demás violinista, y esta se vuelve un solo torrente, como si de uno solo se tratase. Nuestro torrente es suave y cristalino, se eleva por la estancia, como si tuviese alas, y no estuviese hecho nada más que de sentimiento. Choca. Choca con los demás torrentes de otras voces que también desean ser escuchadas. Se retuerce con ellas, se enreda con otras, y pasea con algunas. Se enfurece con otras voces menores. Se vuelve más poderoso, y finalmente muere, dejando en suspendían la última nota. Mis sentimientos viajaban junto al torrente. Mi alma viajo con ese torrente.
Hoy estoy soñando bien junto a mis compañeros.
Quizás es porque el vestido que llevo puesto me sienta realmente bien. O quizás es porque estoy teniendo un buen día de pelo.
No. Claro que no.
Estoy sonando así porque llevo preparando este día desde hace ya demasiado tiempo. Estoy sonando así porque mi pasión es mayor que mis nervios. Estoy sonando así porque mi música es fuerte. Porque mi torrente le llegara a la gente.
Porque soy música.
Ya casi termina mi momento. Finalmente, el silencio al que dejamos paso, es sustituido rápidamente por un mar de aplausos y vítores. Doy las gracias. Es lo esencial. Dar las gracias al público.
Ahora todo está bien. Tan solo queda...
Olor a polvo.
Silencio absoluto.
La luz de los focos.
Una sonrisa.
Relato sacado de mi blog conjunto Night's Deliriums