No veo otro modo de explicar el pecado original -esto es, el mal moral consentido- más que suponiendo que la inteligencia puede verse dominada por la voluntad, en un estado similar al que provoca la hipnosis. En efecto, es un tópico el que el hombre gusta de engañarse. Pero ¿cómo va a engañarse la razón a sí misma? Por tanto, es la voluntad la que la engaña; no con razones, sino distrayéndola.
Según creo, la diferencia entre la razón y la voluntad es que, aunque ambas posean causa y puedan explicarse por sus antecedentes, sólo la razón persigue un fin natural con el que se identifica, mientras que la voluntad tiene por única referencia su propio impulso y es, por ello, irrestricta y proteica.
Así, aunque la validez formal de la ley provenga de la voluntad del legislador, su mínima razón de ser es la igualdad, que a su vez se corresponde con el fin de la república de conservarse igual a sí. Quien aspira a que cada cual reciba lo suyo odia tanto el desacato del precepto como la disparidad de las sentencias, pues ambos implican división y asimetría. No estima la justicia quien se complace en juicios cambiantes.
Ahora bien, el ateísmo no sólo se distingue por negar que el primer principio del universo sea inteligente. Al privar a éste de razón, se ve en la misma medida obligado a despojarlo de fines objetivos, y no por cierto como mero conjunto, sino incluyendo forzosamente a todas sus partes.
Luego, siendo el universo una especie de república y la razón una suerte de ley, no hay que esperar ni equidad ni prudencia ni, en suma, cualidad alguna que un varón sabio deba elogiar de una naturaleza que no se rija por la inteligencia y, en su lugar, produzca espontáneamente todos los fenómenos sin más cometido que el producirlos.
Por tanto, o bien el hombre justo, formando parte de la naturaleza, es superior o contrario a la naturaleza, o bien es imposible ser hombre y ser justo. Si lo primero, el ateísmo es falso, pues niega que haya nada sobrenatural. Si lo segundo, no puede haber ateos virtuosos, ya que según sus propias convicciones a nadie alcanza esta cualidad y, por ende, tampoco a ellos. En consecuencia, cualquier toma de partido atea es inconsistente o inmoral.