No sabría exactamente decir en qué se parecen entre sí, ni en qué se distinguen de otras, pero me está pasando que con algunos autores del este de Europa, -al margen de darme cuenta de las grandes cosas que uno se está probablemente perdiendo- encuentro una manera de contar que me resulta extraña, sorprendente a veces, definitivamente rara, pero que -sin acabar de agradarme al principio- siempre consigue mantener el interés a lo largo del libro y hace que su recuerdo permanezca mucho tiempo. Algo así como cuando uno se inicia en las bondades del vino tinto para el cuerpo y el espíritu.
Lo digo, aunque no se parecen, porque ha coincidido la lectura de este pequeño libro con la que tengo a medias de las Aventuras del buen soldado Svejk, del checho Hasek y la manera de escribir me parece igual de brusca y chocante a pesar de los distintos países y épocas de los libros.
Adam Bódor es un autor húngaro, aunque nacido en la Transilvania rumana. Una circunstancia que no debe de ser ajena a su obra, porque por aquellos lares hay una de cristos no resueltos con las minorías que dejan en ná los follones patrios. Pero dejo la historia para que me la explique mi amigo JM, para eso me ha regalado el libro. Lo que yo les quiero decir es que la historia es como una cata, un corte al medio de una sociedad miserable, donde las personas no importan y estamos todo el rato esperando lo único importante del único que importa: la visita del arzobispo, culmen del poder absoluto, que en este caso es la Iglesia, pero que podría ser cualquier otro. Pues eso, como el buen vino tinto: un poco áspero al principio, pero lleno de matices, de simbolismos y de mensajes que van mucho más allá de lo que dice el mero texto. Un autor a seguir.