Un caluroso día de julio del año 711, el ejército del rey godo don Rodrigo sufrió una terrible derrota en la batalla de Guadalete a manos de Tariq, el caudillo de las tropas árabes que acababan de invadir la península Ibérica.
El rey murió en la batalla. Su esposa, la bella Egilo, perdía de golpe marido y corona tras apenas año y medio de reinado.
Al verano siguiente desembarcó en nuestras costas el valí o virrey de los árabes. Era el cruel y despiadado moro Muza que, por suerte para España, regresó a Damasco al cabo de dos años y dejó en su lugar a su hijo Abd-el-Aziz.
Era este joven todo lo contrario de su padre: un gobernante justo, firme pero inclinado a la clemencia, una personalidad brillante y, además, un apuesto galán con fama de mujeriego.
Sucedió que Abd-el-Aziz se enamoró de la viuda de don Rodrigo y se casó con ella apenas su padre emprendió el viaje a Arabia.
El nuevo valí eligió Sevilla como residencia. Sevilla era ya por entonces una gran ciudad, pues aunque la corte de los reyes godos estaba en Toledo, fue en la ciudad andaluza donde había quedado la antigua nobleza romana y la tradición cultural de aquellos tiempos.
De modo que allá se trasladó Egilo con su nuevo esposo.
Él veía por sus ojos y trataba de complacerla en todo, y ella aprovechó esta debilidad para iniciar su propia Reconquista entre mieles y caricias.
La idea de Egilo era alentar a Abd-el-Aziz para que rompiera con el califato de Damasco y se proclamara rey de una España independiente, comenzando así una dinastía mestiza, goda y árabe a la vez, en un reino que daría cabida al recién llegado y que integraría también aquel pasado romano; y una dinastía que, al mismo tiempo, representara de algún modo una continuación de la anterior.
Egilo comenzó por tratar de convencer a su esposo de que adoptara frente a sus súbditos los modos mayestáticos que habían sido habituales en la corte de los godos.
Se empeñó en que exigiera la prosternación a quienes recibía en audiencia, y, para lograrlo, esta ingeniosa mujer mandó abrir una puerta baja en la sala de audiencias, una puerta que, por su poca altura, obligaba a inclinarse y agachar la cabeza a quienes accedían a la presencia del valí.
Pero faltaba lo más importante: conseguir que su marido se pusiera la diadema o corona de los reyes. Él se resistía, alegando que su religión no permitía utilizar ese símbolo, pero Egilo le dijo que sus correligionarios no tendrían por qué enterarse nunca, ya que la llevaría sólo cuando ambos estuvieran en la intimidad. Él, por supuesto, accedió una vez más a su capricho.
El drama sobrevino cuando el secreto llegó a una de las mejores amigas de Egilo, una dama casada con otro alto dignatario árabe. Acudió a visitarlos y, como era de toda confianza, el valí la recibió con la corona puesta. La dama sintió celos y al llegar a casa le propuso a su marido que llevara también una diadema. Él le respondió lo mismo: que le estaba prohibido por su religión, y entonces ella exclamó:
“¡Te juro por la religión del Mesías que yo la he visto sobre la cabeza de vuestro príncipe!”
El hombre dio cuenta de esta información a los principales jefes musulmanes, que llegaron a la conclusión de que Abd-el-Aziz se había hecho cristiano.
Decidieron entonces asesinarlo, y así lo hicieron un día del verano del 716, mientras oraba en la mezquita.
Nada volvió a saberse de Egilo. No debió de correr mejor suerte, pues a los ojos de los árabes aparecería como culpable de haber inclinado a su marido hacia su religión.
Aquel día murió al mismo tiempo el sueño de una mujer, un sueño que hubiera podido llevar por caminos muy distintos la historia de España.
Bibliografía:Semblanzas visigodas - José Orlandishttp://themaskedlady.blogspot.com.es/search?q=toledo&updated-max=2009-05-12T13:41:00%2B02:00&max-results=20&start=25&by-date=false&version;
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