"Se habla —piensa Azorín— de la alegría española, y nada hay más desolador y melancólico que esta española tierra. Es triste el paisaje y es triste el arte. Paisaje de contrastes violentos, de bruscos cambios de luz y sombra, de colores llamativos y reverberaciones saltantes, de tonos cegadores y hórridos grises, conforma los espíritus en modalidades rígidas y las forja con aptitudes rectilíneas, austeras, inflexibles, propias a las decididas afirmaciones de la tradición o del progreso."
La primera parte de La voluntad transcurre en Yecla, unos capítulos muy reflexivos en los que encontramos a un joven Azorín todavía en formación, muy cercano a sus maestros y que vive un amor desgraciado con una muchacha que decide entrar en un convento persuadida por el ambiente beato del pueblo. Yecla representa el inmovilismo de todo un país, el sometimiento a una religión católica que regula la vida cotidiana de un pueblo empobrecido por la decadencia de la agricultura y que anhela tiempos imperiales. Las clases más humildes intentando sobrevivir y los más acomodados, los señoritos, preparando sus oposiciones a notario para marchar lo antes posible de ese lugar decadente. Si es posible, a Madrid, donde habitan unos políticos ajenos a los problemas de la gente normal:
"No hay cosa más abyecta que un político: un político es un hombre que se mueve mecánicamente, que pronuncia inconscientemente discursos, que hace promesas sin saber que las hace, que estrecha manos de personas a quienes no conoce, que sonríe siempre con una estúpida sonrisa automática… Esta sonrisa Azorín la juzga emblema de la idiotez política. Y esa sonrisa es la que ha encontrado también en el periodismo y en la literatura. El periodismo ha sido el causante de esta contaminación de la literatura. Ya casi no hay literatura. El periodismo ha creado un tipo frívolamente enciclopédico, de estilo brillante, de suficiencia abrumadora."
Después la novela cambia bastante y encontramos a un protagonista que ha viajado a Madrid obligado por su vocación literaria. Allí va a encontrar el ajetreo propio de la capital, pero escaso progreso en el fondo respecto a lo vivido en Yecla, por lo que pronto la abandonará visitando brevemente Toledo, paradigma de la ciudad muerta después de haber sido emblema de las glorias castellanas. Aquí se desatan en el alma de Azorín sus lecturas filosóficas, sobre todo respecto al conflicto entre Schopenhauer y Nietzsche en cuanto al término voluntad, hasta el punto de transformarse por momentos en una narración existencialista. Una muy interesante novela de formación y reflexión que constituye una excelente puerta de entrada al mundo de uno de los mejores escritores en lengua castellana.