Revista Cultura y Ocio

La vorágine, por José Eustasio Rivera

Publicado el 07 diciembre 2009 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg

Editorial Cátedra, 390 páginas.
El escritor colombiano José Eustasio Rivera escribió la primera versión de este libro en 1924 y la quinta y última en 1928, poco antes de morir en Nueva York a los cuarenta años de edad. Con este último texto revisado trabaja la actual edición de Cátedra.
En el extenso prólogo introductorio (un cuidado estudio a cargo de Montserrat Ordóñez; como es habitual, por otra parte, en los libros de Cátedra) se nos dice que ha sido una de las novelas más leídas de la literatura hispanoamericana del siglo XX. “Epopeya de la selva”, la llamó Horacio Quiroga en una crítica entusiasta.
La lectura de la novela propone al menos dos aventuras: una primera sería la buscada por el autor al narrar la peripecia de un grupo de personas que tiene que atravesar una impenetrable selva de Colombia. Y la segunda sería una aventura del lenguaje. El propio Rivera añadió un apéndice con un vocabulario para la mejor comprensión del libro a partir de la tercera edición, un vocabulario del Llano y de la Selva colombianos que un lector de Bogotá de la década del 20 podía no entender. Para un lector español del siglo XXI existe una capa añadida de vocabulario que ese lector de Bogotá podía entender y el lector español actual ya no. Además el lenguaje se nutre de la estética modernista, por lo que también son frecuentes las referencias culturalistas, religiosas o arcaizantes.
Al principio cometí el error de consultar todas las notas y aclaraciones, muchas de las cuales eran solamente de carácter geográfico. Todo esto ralentizaba mucho la lectura del libro. Después, como hago cuando leo libros en inglés, dejé de obsesionarme por comprender el texto al 100% y me dejé llevar por la fuerza de la historia. Eso sí, por el camino me familiaricé con palabras como chinchorro, picure, siringuero…, que ya he incorporado a mi acervo personal.
Volviendo a la primera aventura propuesta, la de la propia historia del texto, habría que decir que la novela está mediatizada por la primera persona del protagonista, Arturo Cova. Un poeta de Bogotá, convencido de su superioridad ante lo que ve en el Llano y la Selva, dada su condición de hombre, blanco y urbano. Seguramente, como se apunta en el prólogo, la creación de Arturo Cova sea el gran acierto del libro. Cova es un personaje contradictorio, machista, vengativo, conquistador insaciable… con ramalazos de locura, con ensoñaciones extravagantes.
La novela comienza con Arturo Cova y Alicia huidos de Bogotá. Allí la familia de ella quería casarla con un rico heredero y Alicia se ha entregado a los brazos de Cova, que casi desde el principio nos cuenta que no está enamorado de ella; parece ya, de hecho, cansado de ella. Lo que tampoco impedirá que a veces se deje llevar por ensoñaciones en las que idealiza a Alicia. Los huidos se dejan guiar por Don Rafo (el primero de los tres guías del viaje) hasta una finca en el Llano. Aquí conocen a Franco y Griselda; y aparece también una de las figuras negativas de la novela: el cauchero Barrera. Tras una serie de peripecias, Cova tiene que ausentarse de esta finca, es herido y a su vuelta con Franco, tanto Alicia como Griselda han desaparecido. Las mujeres han podido ser secuestradas por Barrera, o han podido huir con él… Franco y Cova deciden averiguarlo y se internan en la Selva, con la idea de alcanzar las caucherías donde Barrera tiene instaurado su reino. Aquí es donde comienza la novela verdaderamente a integrarse en el territorio que la ha hecho adquirir su fama mundial. La Selva se nos presenta como un ente vivo, personalizado, agresivo, oscuro… es múltiple el juego metafórico que hace Cova al comparar a la selva con la mujer, de ambas parece tener una visión negativa. “Un abismo antropófago, la selva misma abierta ante el alma como una boca que se engulle los hombres a quienes el hambre y el desaliento le van colocando entre las mandíbulas”, nos dice Cova de la Selva/mujer.
Se suceden escenas terribles en la Selva: un ataque de tambochas, u hormigas carnívoras, del que los protagonistas se salvan sumergiendo sus cuerpos en aguas movedizas; ataques de caribes, o pirañas, capaces de dejar a un hombre en los huesos en cuestión de minutos; heridas que se llenan de gusanos en hombres que aún no están en la tumba…
Y la locura de la Selva acecha a los personajes, en una cárcel verde donde es mejor no mirar a los árboles, para evitar el riesgo de que empecemos a pensar que nos miran, que susurran…
Queda latente en la novela una visión negativa de Cova (hombre blanco, conquistador, urbanita…) sobre los indígenas, a los que ve con prejuicios, y a los que tilda siempre de bárbaros, aunque le estén ayudando a no morir en la Selva.
Muy interesante es la figura del rumbero (persona que se puede orientar en la Selva) Clemente Silva, obsesionado con encontrar a su hijo desaparecido en la Vorágine. Y, después, cuando sabe que ha muerto, obsesionado con encontrar sus restos. La novela abunda en situaciones de un romanticismo tardío que caen en lo melodramático, como ésta. Otra de las grandes creaciones del libro es la madona Zoraida Ayram, una mujer cauchera que ha triunfado en un mundo de hombres. Cova también la seducirá, aunque en el fondo la desprecie por haber conseguido lo que el quiere: dinero y poder.
Quizás lo que más me ha llamado la atención de la novela ha sido la descripción de las condiciones de trabajo en las caucherías, lugares donde se saja a los árboles para extraerles el caucho, el oro negro de la selva. Allí caciques como Barrera, o Funes, explotan a la gente en un régimen de esclavitud.
Rivera investigó bastante esta parte, y la novela cobra aquí vuelos de denuncia social.
Quizás la denuncia ecológica la vea ahora un lector del siglo XXI, observando la destrucción de la Selva y el mundo autóctono de los nativos de esas tierras, para Cova/Rivera la Selva no deja de ser una amenaza agobiante, terrible.
También me gustaría destacar el valor de la novela como antecedente de la eclosión hispanoamericana del boom. En La vorágine se pueden observar rasgos que luego usaría Gabriel García Márquez para su Macondo y su realismo mágico. Así en La vorágine especial mención merece la leyenda de la indiecita Mapiripana, como antecedente de las imágenes posteriores que un lector europeo tiene en la mente sobre la selva colombiana gracias a las lecturas de García Márquez.
Pese a las dificultades comentadas con el lenguaje, la lectura de este libro ha sido interesante, y me ha dejado con ganas de leer más novelas hispanoamericanas antecesoras al boom.

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