Ruido de persianas, habitaciones vacías con aroma a protector solar, salitre en los rincones, el silencio recorre los pasillos. En la calle las matrículas han desaparecido y que exista aparcamiento ya produce el primer asombro. Por aquello de las manías, voy al garaje, enciendo el motor del coche, subo la rampa y me dedico a callejear para realizar maniobras de estacionamiento en todos esos espacios que ahoran se encuentran libres de ocupación. ¿Una locura, verdad? Algunas se expresan de manera un tanto extraña. Los turistas, que antes eran veraneantes, han abandonado el pueblo. El pueblo vive ahora su propia vuelta a la normalidad, una normalidad que anhelamos y aborrecemos a partes iguales.
En la radio y el televisor, de forma machacona, nos recuerdan que estamos en pleno proceso de vuelta. De vuelta en las carreteras atestadas de vehículos con los rostros de los pasajeros esperando un futuro, y la incertidumbre como compañera de viaje; una vuelta al trabajo con la sensación de que los próximos meses estaremos inmersos de nuevo en esta espiral del miedo, porque el estribillo de que llegará un invierno duro ya ha retumbado en nuestros tímpanos como el badajo de una campana; una vuelta a los propósitos que dura lo que duran los primeros fascículos de los coleccionables que año tras año regresan a los paneles publicitarios de los medios de comunicación.
La vuelta al cole de ese emporio comercial del consumo se ha visto este año superada en el tiempo por la del otro de los muebles vikingos. Los cuadernos, los lápices, los libros de texto. El IPC y todo más caro, pero las becas están en fase de propuesta de resolución. La vuelta al cole llega con un artículo de prensa (https://blogs.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/tribuna/2017-07-08/vacaciones-profesores-mentira-oculta_1410100/ ) donde los docentes reprochan al resto de la sociedad que esta los mire como los privilegiados que tienen tres meses de vacaciones (¿dónde están esos tres meses?), que sus condiciones laborales y económicas no sean las más justas y que su regreso al cole también tiene una parte de trauma, pero que ocultan con la ilusión de la vuelta a las aulas.
La vuelta al curso judicial estará un año más adornada del boato de las togas y las puñetas, de los estrados, las reinvindicaciones de sus gobernantes. Dirán a la sociedad que la justicia es un valor superior, pero que el ciudadano de a pie no se escandalice cuando compruebe que su derecho encuentre amparo en una sentencia que han dictado siete años después de interponer una demanda para reclamar apenas unos euros y que ahora cobrarán sus herederos. Proclamarán una justicia independiente, muy independiente, pero la estela de los intereses y las tramas sobrevuela cada vez que se habla de nombrar a sus órganos de gobierno.
La vuelta al curso político comienza con el duelo dieciochesco de los representantes de los dos principales partidos de este país. El Ministro, fiel escudero de su Señor, acepta el reto del contrincante y lo emplaza para que ambos, en una mañana de niebla en uno de esos bosques que han ardido este verano, pongan espalda contra espalda, caminen diez pasos, se giren, apunten y fuego. El sonido es ensordecedor, el ciudadano resulta herido. La precampaña acaba de comenzar (¿acaso había terminado alguna vez?) El debate se resumirá a reproches y más reproches, los malos y los buenos, los corruptos e incorruptos. El precio de la luz, el combustible, el IPC con dos dígitos, las hipotecas al alza, los alquileres, la asistencia sanitaria en el teléfono de la desesperanza y alguna videconferencia que se interrumpe y así podríamos seguir. Pero lo que se resume en llegar a fin de mes, de eso que nadie hable, que nadie moleste, que las batallas de otros van por otro lado.
La vuelta la tenemos encima. Ana Blanco ya no volverá a presentar el Telediario del mediodía en TVE, pero aquí me encuentro, sentado el sofá, dándole a los pedales de una máquina que me ha llegado por mensajería, haciendo deporte pero sin estrés, mientras veo otra etapa de La Vuelta.