Un mes fuera de casa. Un mes en el que por primera vez –fuera
de lo que cualquier pronóstico anticipaba como imposible – dejé de lado todo lo
que me ata a la vida cotidiana y me dediqué, solamente, a viajar de un modo
intenso poniendo en práctica el famoso “Carpe diem” del que tanto hablaron los filósofos. Tal decisión fue la que me llevó a que, al
final del viaje, tuviera la sensación de haber estado en el viejo continente mucho
más tiempo que el que marcó el calendario. Y eso no es poco.
En diciembre, cuando al 2012 le quedaba el ultimo suspiro les conté el recorrido estimativo, pero lo cierto es que aquel proyecto inicial
tuvo algunas modificaciones. Cambios sobre la marcha, recomendaciones de amigos
y experiencias de viajeros conocidos (además de las ganas de volver a algunos
destinos ya recorridos) hicieron que el periplo se cambiara sobre la marcha, y
hoy, a la distancia, siento que no podría haber sido mejor.
El material que tengo para compartir con ustedes es mucho,
les aseguro que este año va a venir cargado de relatos, anécdotas, fotos, datos
y alguna que otra sorpresa, así que prepárense para oír historias de vida e
imágenes de lugares que muchas veces me parecieron irrealmente bellos y otros, lamentablemente, poco memorables.
La rueda ya se puso en marcha y la máquina de contar comenzó a
mover sus engranajes. Aquí les dejo a modo de adelanto algunas fotos de los
sitios en los que estuve y sobre los cuales voy a escribir este año. Gracias
por seguirme desde siempre, y los invito a descubrir juntos el maravilloso enigma que representa
el mundo, puesto que no es otra cosa a lo que nos someten los viajes.
Lisboa, tierra de antiguos conquistadores, piratas y pescadores me fascinó con su humilde belleza. Cosmopolita y catalogada como la tierra más tolerante de la vieja Europa, atesora uno de los ritmos de vida más envidiables de la región. Dueña de dos de los artes más particulares que haya visto antes (el fado, un verdadero sentimiento cantado y los azulejos, con los que conquistaron al mundo) a las pocas horas de haber llegado se me transformó en una ciudad imprescindible. La prueba fué el sentimiento de "saudade" que me sobrevino al tener que emprender la vuelta (Pero por suerte, para cuando me sorprenda, traje una botella de ginjinha para alivianarla, aunque sea un poco)
Luego, un día completo en Sintra (con su castillo surrealista) Cascais (con una vista del Atlántico única y el cabo tricolor que emerge a su vera) y Estoril (con una de las playas más tranquilas que ví hasta ahora) pusieron el broche de oro para que Portugal se ubicara en mi lista de países a los que, tarde o temprano, sé que tendré que volver.
Roma, la ciudad eterna. Nunca supe quien fue el que le colocó el epíteto pero no podría haber elegido otro que la defina mejor. Esta vez fué mi décima vuelta, un número como para dejar de ir por un tiempo, pero por el contrario, cada vez la siento más cercana y nunca deja de sorprenderme, incluso cuando ando por los sitios que conozco casi de memoria y que ya a esta altura deberían dejar de impresionarme como si fuera la primera vez que los recorro.
Esta vez visité la Galería Borghese (con su villa impresionante y los jardines más verdes de la ciudad) y recorrí algunas de las iglesias poco difundidas a nivel turístico pero que atesoran muestras de arte supremas. No faltaron ni la recorrida por el Trastévere (recargado de afiches originales de películas de Fellini, Passolini o Hitchock) con sus trattorías y los puentes del cinquecento y tampoco las largas caminatas por el foro o la ajetreadas Vía del Corso, Véneto y Condotti.
"Vedere Roma e dopo morire" dice otro dicho popular romano. Yo lo cambiaría por "Vedere Roma per non morire". Esa idea, por sí sola, siempre justifica el regreso.
Budapest era una cuenta pendiente desde hacía mucho tiempo. La conocí cuando apenas se despertaba el nuevo milenio y quedé maravillado no sólo por su soberbia belleza imperial sino también por la amabilidad de su gente quien, dentro de un mar de limitaciones, como era por entonces el magyar, siempre ofrecían lo mejor de sí para que uno, como visitante, se llevara lo mejor que ellos y la ciudad tenían para ofrecer.
Por entonces la ciudad no era un sitio que estaba entre las ciudades para visitar en Europa, no había infraestructura hotelera, las cifras del desempleo eran aterradoras y las viejas y gastadas articulaciones del comunismo aún seguían doliendo cuando el sol no salía. Ante esa situación alquilé un apartamento ubicado tras el Parlamento y a dos cuadras del Danubio. Al regresar, durante algunos años mantuve correspondencia con Marianne, la dueña de la casa, quien ante su inglés sufrido me enviaba sus mejores deseos en francés al reverso de postales de la ciudad, y a las que yo les contestaba de la misma forma en otras pero con imágenes de nuestra iconografía nacional como el Obelisco, el Teatro Colón, las Cataratas del Iguazú o el Glaciar Perito Moreno.
En la ciudad hice muchas cosas, repasé algunas ya vistas y descubrí otras. Pero lo mejor que hice, fué ir hasta el edificio de la Calle Nador, número 28, para ver si estaba igual. El capitalismo en estos catorce años lo transformó en un sitio gubernamental, aunque por suerte, de aquella epoca aún quedaba el portero eléctrico con el apellido de Marianne. Ví la ventana desde la cual espiaba la corta porción del Danubio que se dejaba ver y , aunque sea en parte, dí por cumplida la promesa de la vuelta.
Berlín. Sede de lo que considero, fué el escenario de uno de los hechos históricos más conmovedores del siglo XX. Fué increíble caminar por los sitios en los que el muro puso una barrera infranqueable a lo más sublime de la condición humana y por otros en los que aún sobreviene un frío por la espalda al ponerse cara a cara con la triste historia de la Alemania dividida.
Pese a haber sido una de las ciudades a las que siempre quise ir, fué mucho el tiempo que tardé en visitarla. Desde que ví Las Alas del deseo de Wim Wenders supe que el día que llegara a ella, algo en mí cambiaría. Esta vez llegó su momento, y descubrí que es cierta esa idea de los hindúes de que nada llega en la vida antes o después del momento en que tiene que llegar.
Atenas, eterna como Roma pero en uno de las peores crisis de su historia. Mi primera vez allí había sido en el 2009 y poco puedo agregar a lo que ustedes se imaginan de ella. Es lo que cuentan y mucho más, pero lamentablemente la crisis a la que están sometidos los griegos la vuelven uno de los lugares más tristes del viejo continente. El contacto con los ateniense, quienes en primera persona me contaron el amargo trance por el que están atravesando, me hizo comprender la realidad del país desde otra perspectiva y también admirarla aún más.
Pero por más crisis económica que haya, Atenas es Atenas, y mucho tendrán que hacer los gobiernos y los bancos para opacar el brillo que alcanzó por ser la cuna de la civilización occidental, así que la Acrópolis y la inconmensurable vista de la ciudad que me regaló el Monte Lycabeto funcionó como bálsamo restaurador para la sensación de tristeza que me sobrevino al llegar y verla en su peor momento.
García Márquez hace unos publicó un libro titulado Esa bendita manía de contar. Le robo el nombre y la hago mía. De todo eso contaré este año...