Hace un año y medio, le diagnosticaron un cáncer de colon, el mismo mes que a Zerolo
l otro día, le pregunté a Jacinto por Aurora; una vieja conocida de la universidad, que milita en el partido socialista. Es – como diría mi abuelo, si me oyera – una activista de pura cepa. Está metida en todos los embrollos. Es vocal del AMPA del colegio de Irene, su hija. Vicepresidenta de la asociación de amas de casa. Presidenta de la comunidad de propietarios por sexto año consecutivo. Secretaria de la comisión de fiestas de su pueblo. Y, por si fuera poco, la acaban de nombrar presidenta de honor de una asociación dedicada a la digitalización de periódicos republicanos. Le pregunté a Jacinto por ella -como digo - porque a sus 39 años – hace un año y medio – le diagnosticaron un cáncer de colon. Se lo diagnosticaron – casualidades de la vida – el mismo mes que a Zerolo.
Hace tres meses fui a verla. Su casa parece – y no exagero en absoluto – un museo del partido socialista. En la vitrina del salón, tiene fotos con Felipe González, Alfonso Guerra, Trinidad Jiménez, Joaquín Almunia y Zapatero, entre otras. La más reciente, es una con Pedro Sánchez. Se la hizo el año pasado, cuando el líder socialista acudió a su pueblo durante las primarias del partido. El cenicero, que hay en la mesa de la cocina es una reliquia de los tiempos “felipistas".Felipe aparece con veinte años menos, pelo negro y una chaqueta de pana marrón. Bueno lo de pelo negro, no es del todo cierto; en el cenicero lo tiene gris – dice Aurora – de tanta ceniza que le ha caído encima a lo largo de estos años. En su dormitorio, cuelga una foto de Zerolo; lleva un jersey verde y una bufanda a rayas. Luce sus rizos azabaches, – los mismos que le arrebató el cáncer – y una sonrisa sincera y llena de energía, que nunca consiguió borrarle el "bicho".
Aurora es presumida, coqueta y adicta al maquillaje. En la universidad no pasaba desapercibida. Solía vestir con vaqueros desgastados, camisetas de Benetton y pañuelos de mercadillo. Ropa barata pero muy bien conjuntada para un cuerpo lleno de vida. En aquellos tiempos ya ocupaba cargos en colectivos estudiantiles. Luchaba, para que los hijos del barrendero tuvieran las mismas oportunidades que las hijas de Alejandro, el banquero de su pueblo. Le indignaba que los gays y lesbianas no pudieran casarse en plena democracia. No soportaba a los curas. Tanto es así, que estaba en contra del bautismo y todos los sacramentos juntos. No se casó por la Iglesia, ni acudió al funeral de su suegra. Fiel seguidora de Nietzsche, no entendía por qué Dios seguía vivo en las sociedades avanzadas. Por muchos Padrenuestros que rece – decía – si no fuera por la ciencia, ya estaría enterrada en el panteón de mi abuela.
El cáncer ha secuestrado su cabello dorado y el rosado de sus mejillas. Hablé con ella de Podemos, del caso Errejón, y de libros. Me dijo que estaba leyendo a "Garzón: el hombre que veía amanecer", un libro viejo; escrito por Pilar Urbano, que le había comprado su cuñada en la feria de Madrid. Después de un rato, acabamos hablando de salud. Le pregunté cómo llevaba el tratamiento. "He aprendido a morir", me dijo. "Gracias a la enfermedad, ahora estoy más viva que ayer. Hago deporte, voy al cine y como pizzas los sábados por la noche". Mientras hablaba, la miré atentamente a los ojos; estaban sanos; brillaban como las estrellas en una noche de San Juan. Me dijo que no servía de nada rezar, ni llorar, ni lamentarse por la enfermedad. Me llamó la atención una “Z” que lucía en su mano izquierda. La miraba y no le encontraba sentido. El nombre de su marido empieza por jota; su padres son Antonio y María, y su hija se llama Irene. No lo pude remediar, y le pregunté: Aurora: ¿Y esa zeta? "Es la zeta de Zerolo", me contestó.
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