Que L'Hospitalet sería una ciudad muy diferente si tuviéramos a nuestra disposición todo el término municipal que teníamos a principios del siglo XX es una cosa que cuesta poco de imaginar. Para empezar, no tendríamos la espeluznante densidad de población que en conjunto nos hace parecer a una lata de sardinas ( ver Una lata de sardinas llamada Hospitalet) -por barrios ya es para hacerse el harakiri- y cuyos efectos letales hemos podido ver durante esta pandemia de Covid-19; mención a parte sería disponer de una extensa y fértil área agrícola de km 0 o de la tan añorada playa. Sea como sea, en este blog ya he hablado de la expropiación de la Zona Franca (1920, 909 ha) y la de Finestrelles (1933, 53 ha, ver Finestrelles, las 53 hectáreas de Hospitalet cercenadas por un conde) en beneficio de una Barcelona en expansión inmisericorde. Sin embargo... ¿sabía que, en el lapso entre ambas expropiaciones, L'Hospitalet perdió también 82 hectáreas de terreno ubicados en la orilla derecha del río? Pues, aunque no le suene de nada, así fue, en una de las expropiaciones del territorio hospitalense durante el siglo XX menos conocidas que existen.
Coger la bicicleta, cruzar el río, y tomarse una cerveza en el bar que hay en el camino del dique del Llobregat en el Prat, es una de aquellas actividades que -coronavirus mediante- son un auténtico placer en los soleados días de verano. Hoy, toda aquella zona, con su bar y sus pistas de pádel al lado del río, pertenece indudablemente al Prat de Llobregat, pero si hubiese paseado por allí por el año 1925, habría estado pisando 30 hectáreas de tierra agrícola hospitalense. Pero no acabaría aquí sino que, si se desplaza río abajo, atraviesa el puente de Nelson Mandela que cruza el nuevo cauce del Llobregat y se mete en el Polígon Industrial Pratenc hasta las naves de la Titanlux, esta conocida marca de pinturas ocupa lo que en aquel entonces era otra zona agrícola hospitalense de 52 hectáreas más. Pero...¿cómo es que existían estas dos " islas " de L'Hospitalet en el Prat? ¿No ha sido tradicionalmente el río el límite entre los dos municipios? ¿Y qué pasó que dejaron de ser hospitalenses? Intentaré explicárselo...
El avance del delta del Llobregat durante la Edad Media ( ver Un iceberg llamado ermita de Bellvitge) hizo que las parroquias de Santa Eulalia de Provenzana y de Sant Boi -a las que separaban el río- fuesen añadiendo territorio conforme que la costa iba penetrando en el mar y dejando tras de sí unas tierras lagunares que muy poco a poco iban siendo colonizadas. Las inundaciones hacían que, periódicamente, el río saliera de madre y, en uno de estos envites de rabia fluvial, creó un nuevo cauce que acabó por formar una isla fluvial conocida como " Illa de Banyols" que se encontraba entre el cauce viejo (más hacia el sur) y el nuevo (que correspondería al actual antes de su desviación). Esta isla, administrativamente perteneciente a Provençana (L'Hospitalet) pero aislada de ella, formaría su propia parroquia y, a partir de 1689, pasaría a formar el nuevo municipio del Prat de Llobregat tomando como límite municipal el cauce activo del río. No obstante, L'Hospitalet habría quedado con el control de dos enclaves: uno, de 30 ha, correspondiente a los terrenos de la masía Cal Serra, y otro, de 52 ha, que reunía las haciendas de las masías de Can Quim del Masuró, Can Coracero y Can Peret de la Serra. Y así quedó hasta principios del siglo XX.
Las pretensiones de Barcelona de aumentar su peso específico político y económico a costa de los pueblos que, con ella, ocupaban el llano de Barcelona hizo que, aprovechando la excusa de instalar un depósito franco (libre de impuestos, vaya), el consistorio barcelonés absorbiera por real decreto todo el territorio de la Marina de L'Hospitalet ubicado en la orilla izquierda hasta 160 metros por encima de la línea férrea que llevaba a Vilanova ( ver Bifurcación Gornal, el misterioso túnel fantasma de L'Hospitalet). El hecho de que la expropiación viniera directamente de Madrid dejó atado de pies y manos al ayuntamiento hospitalense que poco más pudo hacer que dar la bendición a la amputación por las bravas de la Marina. Aunque los avatares políticos iban a complicar más la cosa.
En 1923, con el beneplácito del rey Alfonso XIII, accede al poder el general Miguel Primo de Rivera, que impondrá una dictadura militar que subyugará todo el país con la excusa de eliminar la corrupción y el caciquismo. El caciquismo y la corrupción imperante ni se inmutaron (los caciques siguieron haciendo de las suyas incorporados al partido de Primo de Rivera), pero la política municipal sufrió un descalabro monumental cuando por decreto disolvió todos los ayuntamientos, los sustituyó por Juntas de Vocales elegidas a dedo por los gobernadores civiles y se iban a regir por una nueva ley: el Estatuto Municipal de 8 de marzo de 1924. El problema es que esta ley, además de controlar todo el ámbito municipal, exigía concretar oficialmente los límites municipales. Unos límites que, en la zona de contacto entre Hospitalet, el Prat y la nueva Zona Franca de Barcelona no eran muy precisos, impidiendo la aplicación efectiva de los decretos de expropiación.
Una de estas imprecisiones era la pertenencia al Prat (o no) de un trozo de unas 72 ha de la Marina de L'Hospitalet, cercano a la desembocadura y al faro del Llobregat, y sobre el que las cartografías existentes eran contradictorias. Ello podría ser una traba más a la anexión de Barcelona de la Zona Franca y limitar sus posibilidades de expansión hacia las fértiles y planas llanuras de Hospitalet y El Prat de Llobregat. El régimen de Primo de Rivera, totalmente de acuerdo con el criterio expansivo de los empresarios y políticos barceloneses, no dudó en dar su apoyo.
Así las cosas, durante 1925, las autoridades habrían obligado a la aplicación del Estatuto Municipal, forzando a los ayuntamientos de Hospitalet y el Prat a consensuar una permuta de terrenos por el cual los enclaves hospitalenses de Cal Serra y Can Coracero pasaban a ser agregados al Prat. Se ignoran los términos del acuerdo (hay muy poca documentación al respecto), pero parece que habría sido a cambio del dudoso enclave del Prat en la orilla izquierda, ya que ello habría eliminado de un plumazo las complicaciones legales para la absorción efectiva de la Zona Franca, definiendo oficialmente los límites en la zona entre los tres municipios. Hospitalet, de esta forma, perdía las 82 hectáreas de sus dos enclaves -ya había perdido más de 900, no le venía de aquí-, el Prat se quedaba igual o ganaba (si su enclave era cierto, hacía un cambio de cromos, y si no, se llevaba los enclaves hospitalenses), y Barcelona, con este juego de trileros, se convertía en la verdadera y gran beneficiada. Casualmente, Hospitalet fue "premiada" aquel mismo año 1925 con el título de " Ciudad ". Sin duda, el caramelito para el niño que estaba siendo bueno.
El tan cacareado Puerto Franco al final no se construyó (la Guerra Civil y la misma desmesura del proyecto lo hicieron inviable), pero los territorios arrebatados por Barcelona, expropiados a sus dueños a partir de 1927, no volvieron a administración hospitalense. Los enclaves situados en el Prat, agregados a ese municipio durante 1926, tampoco volvieron a Hospitalet, y siguieron con su carácter agrícola tradicional (sus límites son claramente visibles en las fotografías aéreas de 1946 y 1956) hasta finales de los años 60. A partir de ese momento, el crecimiento urbanístico del casco urbano del Prat acabó por absorber los terrenos de Cal Serra, mientras que los de Can Quim del Masuró, Can Coracero y Can Peret de la Serra pasaron a formar parte a partir de 1969 del nuevo Polígono Industrial Pratense, acabando por desaparecer todas ellas bajo el peso del cemento y el asfalto de la nueva urbanización industrial.
Actualmente, las 52 hectáreas de Can Coracero y las otras dos masías hospitalenses derruídas están al otro lado del río tras la desviación de su cauce en 2004, en tanto que las 30 ha de Cal Serra están ocupadas por el Parc del Riu, varios complejos deportivos, las naves de Nissan Recambios y parte del casco urbano del Prat. Unos territorios cuya secular pertenencia hospitalense es prácticamente desconocida y que hablan de la permanente lucha de los pueblos del Baix Llobregat (sobre todo de L'Hospitalet, ver El puente de la Torrassa, el metro y el fallido intento barcelonés de anexionarse L'Hospitalet) para no ser devorados por el insaciable apetito urbanístico de una pantagruélica Barcelona.