Revista Cine
Año: 2001
Nacionalidad: USA
Estreno: 30-11-2001
Género: Drama
Título original: The grey zone
Dirección: Tim Blake Nelson
Intérpretes: David Arquette (Hoffman), Daniel Benzali (Schlermer), Steve Buscemi(Abramowics), David Chandler (Rosenthal), Harvey Keitel (Muhsfeldt)
Guión: Tim Blake Nelson
Filosofía y La Zona Gris
Hace ya algún tiempo que tuve ocasión de horrorizarme con este excelente film: "La Zona Gris". Dicha peli nos muestra una más de las numerosas perspectivas que el cine nos ha ofrecido sobre el holocausto NAZI contra los judíos. La acción transcurre en el campo de concentración de Auschwitz. Lo especial del argumento no es sino que los protagonistas son los judíos que trabajan metiendo a los de su misma etnia en las cámaras de gas e incinerando los cuerpos en los hornos cretamorios. El cine nos ha acostumbrado tanto a las imágenes del holocausto, a los asesinatos arbitrarios, a los cuerpos famélicos en los campos de concentración y las fosas comunes que ya sólo nos horrorizamos a medias. El debate sobre si se deben o no mostrar imágenes del holocausto sigue vigente, y los que se oponen argumentan, precisamente, la insensibilización que provoca un archivo de tal envergadura compuesto de imágenes de miseria y muerte. Los que están a favor de que se muestren imágenes del holocausto, por su parte, sostienen que es necesario que dichas imágenes sigan estremeciendo a las personas para no olvidar la atrocidad que aconteció en el propio seno de la Europa supuestamente civilizada del s. XX.
La Zona Gris provoca una reacción curiosa (suponiendo que los espectadores tengan un mínimo de sensibilidad). No es que ignorásemos que los hechos narrados en este y tantos otros films fue la ejecución de millones de personas en mataderos humanos. Sin embargo, es cierto que no lo experimentábamos, en otros productos culturales que hacen referencia a este hecho, con toda la crudeza extrema que ello entraña. En filosofía se habla de "cosificación" para designar el trato hacia las personas como si de cosas se tratara. A ello es a lo que ha llevado lo que Max Weber denominó "acción racional orientada a fines" o “Razón instrumental” en Horkheimer, y que convierte a los individuos en meros medios para la consecución de fines egoístas determinados. Uno de los protagonistas de La Zona Gris es un médico investigador que trabaja bajo la supervisión de Menguele, el famoso médico NAZI, conocido por los atroces experimentos llevados a cabo con los cuerpos de los judíos. Cortar el pelo a los cadáveres y utilizarlo para fabricar muñecas y reciclar la grasa corporal de los mismos para elaborar jabón son tan sólo algunas de las prácticas que se llevaban a cabo en estos laboratorios de los horrores. ¿Puede haber un ejemplo más atroz de cosificación de seres humanos?
La Segunda Guerra Mundial supuso un antes y un después en la historia de la modernidad desde el Renacimiento. Los historiadores suelen dividir el período que comprende la historia desde el final de la Edad media y la época presente en dos épocas históricas, cuyo segmento divisorio sería el inicio de la Revolución Francesa. Por tanto, en 1789 acabaría la Edad Moderna y comenzaría la Edad Contemporánea, que llegaría hasta nuestros días según lo comúnmente aceptado. No obstante, no todos los historiadores han aceptado esta distinción, y algunos, como los filósofos, han llamado Modernidad tanto a una como a otra época histórica. Si la modernidad se caracterizó por el desarrollo de la racionalidad y de las ciencias en occidente, al amparo del llamado “mito del progreso”, la Segunda Guerra Mundial se podría considerar la primera estocada a la fe en el progreso. La segunda gran estocada tendría lugar durante la Guerra Fría, donde a pesar del supuesto progreso ilimitado de la razón, los dos bloques aterrorizaban al mundo entero con la posibilidad de la destrucción total, que dicho sea de paso, encarnaría la estupidez suprema en una civilización que se supone razonable. El golpe de gracia al mito del progreso lo daría la caída de la URSS, que se desmoronó con las esperanzas de todos aquellos intelectuales que creían que el comunismo acabaría trayendo la utopía de justicia y felicidad humana como culminación del progreso de la racionalidad de occidente. Esta muerte, lenta y dolorosa, del mito del progreso alcanza su climax en los años 70, cuando surge el concepto de “postmodernidad”, con una amplitud de aspectos y acepciones que imposibilitan una definición precisa. Para nuestro propósito en este artículo, la postmodernidad será entendida como el acta que corrobora que “el proyecto de la Modernidad ha fracasado”. Dicho proyecto era el progreso, no sólo tecno-científico, sino también ético y político.
Decíamos que el mito del progreso recibe la primera gran estocada con la Segunda Guerra Mundial, y en algún sentido, el proceso de degradación de la fe en el progreso durante la Guerra Fría es consecuencia, al menos en su dimensión tecnológica, del uso de la bomba atómica en 1945. Es en este momento cuando se desvela que, el progreso de la razón ha producido formas cada vez más tecnificadas de matar. A ninguna área del conocimiento se ha hecho progresar tanto como al arte de matar. En los campos de exterminio de los nazis tiene lugar un fenómeno atroz: la burocratización y tecnificación de la muerte. Ya no se mata indiscriminadamente, sino que ahora se encierra a seres humanos en instalaciones cuya finalidad es el exterminio, disuelto en diversas etapas a través de las cuales se va socavando la integridad física de los condenados, así como su propia dignidad humana. Durante este proceso de genocidio se despliega una tecnología verdaderamente ingeniosa, en el sentido de disponer todos los medios para que los condenados participen de su propio aniquilamiento, conservando la esperanza. Se trata de una obra de tecnología psicológica que neutraliza a los seres humanos a través del terror y la esperanza. Hannah Arendt se pregunta cómo es posible que el pueblo judío colaborara en su propio exterminio, y la repuesta es que fueron sometidos a una situación límite en la cual no tenían más remedio que someterse al proceso de tecnificación de muerte (con la épica excepción de los partisanos judíos del Gueto de Varsovia).
En “La Zona Gris”, los protagonistas se enfrentan al hecho radical de poseer la perspectiva de su propia muerte como si de ganado se tratara. Neutralizados por el terror, no pueden más que contribuir en el proceso de producción de muerte, en el proceso de tecnificación del exterminio y el proceso de quema de los cadáveres.
Si alguien piensa que el progreso y la racionalidad de occidente puede librarse de la mancha de los campos de exterminio, debido a que la aniquilación fue fruto de la política y no de la racionalidad y la ciencia, se equivoca. No hay que olvidar que todo esto se produjo con el beneplácito, no sólo de muchos científicos, sino de una ciencia completa: la eugenesia. Los argumentos en los que se apoyaba el nazismo eran “científicos”, apoyados en la jerarquización de las razas, donde la aria ocupaba el puesto superior en el escalafón. Era un proyecto de purificación del ser humano, o como se decía en la época, “higiene racial”. Los postulados sobre los que se asentaban no eran sólo dudosos, sino rematadamente falsos. Así, la ciencia y la tecnología se pusieron al servicio del horror, sentando la duda sobre los beneficios e intenciones del progreso para la posterioridad.
En un sentido más político, aunque no falto de pretensiones científicas y también metafísicas, el Estado se convirtió en una máquina extremadamente eficaz en lo que se refiere a aplastar al ser humano. Para Hegel, la historia era un proceso dialéctico que, a través de la oposición de las fuerzas opuestas, progresaba hacia la autoconciencia del "espíritu absoluto". La influencia del hegelianismo fue total, de modo que para Marx, era la dialéctica de la lucha de clases la que progresaba gracias a esta oposición de contrarios (clase burguesa vs. clase obrera) hasta alcanzar el fin de la historia, la sociedad sin clases, donde las clases sociales se habrían disuelto y el género humano disfrutaría de una utopía de paz social. Para Hegel, el Estado era la manifestación suprema de la cultura. Sin embargo, el fenómeno de los fascismos europeos (Italia) y los totalitarismos (la alemania nazi y la URSS) se manifestaron como un Estado Total, cuyo control y dominación violenta sobre todos los apectos de la vida era imposible escapar. El Estado dejaba de ser el lugar donde acontecía el derecho, como pensaba Hegel, para convertirse en el monopolio de la violencia por parte del estado. Esta violencia se convertiría en una perfecta maquinaria de muerte en la alemania nazi. En "Eichmann en Jerusalen", Hannah Arendt relata el juicio de Eichmann, oficial alemán responsable en gran parte de la solución final, en Israel, tras ser secuestrado por los servicios secretos israelíes en Argentina. Hannah Arendt trata de reflejar, en esta obra, la banalidad del mal. Lo más aterrador es que Eichmann, junto con tantos otros oficiales alemanes nazis, no eran personas especialmente malvadas en otros aspectos de su vida. Eran personas normales con cargos administrativos y burocráticos, por lo general. Estos hombres no se cuestionaban las órdenes que recibían, sino que se limitaban a cumplirlas de la forma más efectiva posible. Todo Estado necesita un aparato burocrático para ejecutar las funciones pertinentes sin plantearse las leyes que deben poner en prática, pero la experiencia de la Alemania Nazi desveló un aparato burocrático que inventaba nuevos ingenios de exterminio con una frialdad sobrecogedora. La experiencia de los campos de concentración no era una experiencia nueva para los europeos, puesto que se basaba en otras experiencias de capos de exterminio en colonias europeas durante el s. XIX y principios del XX, como el caso de la India, donde Inglaterra creó campos de exterminio para acabar con la pobreza. Ante todo esto, ¿estamos en condiciones de seguir sosteniendo el mito del progreso?
Otro punto interesante de esta película es el debate ético entre estos encargados del más sucio de los trabajos en el proceso de exterminio de su propia raza. Todos desempeñan su labor en los crematorios por salvar sus propias vidas. Sin embargo, algunos de ellos, no querrán sobrevivir a Auschwitz. No podrán soportar su culpa, cuando se encuentren a solas con sus respectivas conciencias. Ninguno de los protagonistas está demasiado seguro de querer seguir viviendo después de haberse visto obligados a ejercer una labor cooperativa con el genocidio a cambio de la propia supervivencia. De pronto, en una de las "duchas" donde gaseaban a los judíos, uno de los protagonistas descubre que una niña ha sobrevivido al gas. Ante estos hombres, último escalafón de la ciencia burocrática de exterminio, sometidos a la esclavitud de su servidumbre en nombre del instinto de supervivencia, se abre la posibilidad de salvar una vida. Salvar a la niña, un único acto de bondad y benevolencia, de humanidad, que les permita redimirse.Bojiano